22 de enero del 2024.

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Querido Jimin,

Tranquilo, no tardaré en responder tus cartas, no tengo mucho más que hacer por aquí. Igual siento que es un poco incómodo escribir cartas, porque probablemente alguien más la esté leyendo. Oye, que si atento contra mi vida o algo así, los médicos tienen que estar al tanto y leer las cartas que escribo, yo no soy un tonto, soy espiado.

Me siento paranoico ya, es que alguien acabó con su vida. Se lee frío, pero me ha costado escribirlo. Fue extraño, no sé cómo describirlo. Simplemente, pasó y ya está. No me dolió, por supuesto, no conocía a la chica, pero sentí que debía ser más empático con la situación y no lo he sido.

Tal vez sea una mala persona por no sentir nada. Pero entonces, Jimin, ¿quién puede decir lo que significa sentir? Dicen que las emociones son un río, pero yo a menudo encuentro que las mías son más como el lecho seco de un arroyo. Observo a los demás —una mezcla de almas perdidas y buscadores desesperados—, cada uno de ellos aferrado a su propia versión de la angustia o la esperanza. Garabatean furiosamente en sus diarios, sus bolígrafos son un salvavidas hacia el mundo exterior, mientras yo me siento en silencio, aferrándome a tu carta como a un crucifijo.

Ayer organizaron una sesión de grupo. La terapeuta, con su falsa sonrisa empática y su portapapeles, nos preguntó sobre nuestros sentimientos en torno a la pérdida. Uno a uno, los demás compartieron sus historias de dolor y tristeza. Las lágrimas corrían como el agua mientras lloraban desde amores perdidos hasta sueños fracasados. Cuando llegó mi turno, sentí el peso de sus ojos clavados en mí: cautelosos, curiosos. ¿Qué iba a decir? ¿Que no sentía nada?

Y no me importaba, porque no la conocí, porque no cambió nada en mi vida. Me sentí mal por no sentir nada, porque una muerte se supone es algo importante, pero no fue así para mí. Todos siguen con su vida, yo sigo con mi vida.

Pero cuando abrí la boca para hablar, las palabras se me enredaron en la garganta como una cuerda anudada. No es que quisiera ser insensible, es que el paisaje de mis emociones me parecía yermo, vacío. En lugar de eso, murmuré algo sobre la inevitabilidad de la muerte, sobre cómo era tan natural como el cambio de las estaciones, un pensamiento abstracto que apenas arañaba la superficie de lo que sentía… o, mejor dicho, de lo que no sentía.

La habitación se sumió en un tenso silencio. Casi podía oír sus pensamientos:  “¿Cómo ha podido decir eso? ¿Es que no entiende el dolor?” Los ojos de la terapeuta se entrecerraron y su sonrisa vaciló un instante. Pero luego recuperó la compostura y volvió a centrarse en otra persona. El centro de atención se desplazó y con él llegó una oleada de alivio mezclado con vergüenza.

Después me senté afuera, la nieve caía sobre mi cabeza, estaba congelado y Daniil se sentó conmigo. Estaba fumando, a veces suele ganar cigarrillos en apuestas que hace escondido en el baño. Son ocasiones especiales.

Él estaba riendo, me dio unas palmaditas en la espalda y me dijo que tampoco sentía nada, ni una maldita cosa. Pero él se lo tomó de buena manera, porque sentir nada es literalmente sentir nada. Me hizo percibirme como un tonto por darle tantas vueltas a mi insensibilidad.

Las palabras de Daniil fueron como un bálsamo, Jimin. Mientras estábamos sentados en la nieve, con el frío calándonos hasta los huesos, me contó historias de su propio entumecimiento emocional con un humor negro que me hizo querer reír y llorar al mismo tiempo. Me contó que cuando era niño se murió su abuelo y que fingió llorar en el funeral porque era lo que todo el mundo esperaba. “Incluso me froté cebolla en los ojos ¿Te lo puedes creer? Estaba más disgustado por las cebollas que por el abuelo muerto”, dijo como si nada.

Sus historias continuaron, cada una más deprimente que la anterior. Hablaba de relaciones fracasadas en las que no sentía más que una leve molestia por tener que mudar sus cosas, de tragedias familiares que apenas se registraban en su radar emocional. Pero la forma en que contaba esas historias, Jimin…

STARMAN 星 KOOKMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora