𝘐𝘯𝘴𝘱𝘪𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘧𝘶𝘦𝘴𝘦 𝘔𝘪𝘬𝘦 𝘌𝘮𝘮𝘦

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ーTú —dijo el recién llegado—, ¿otra vez aquí?

El mar de pensamientos se evapora ante aquella interrupción.

ーOh, vamos —respondió el joven, aun con la cabeza gacha—. No quiero más juicios.

Estalla una sonada carcajada. A continuación, el interlocutor señala:

ーPero si no te juzgo; ni lo haría tampoco.

—Entonces —encogió un poco el hombro—, ¿qué haces aquí?

El caballero... «¿El caballero?» profirió un suspiro.

ーTú me llamaste, ¿no? Recuérdalo.

No hubo respuesta. El desconocido se sentó junto a él; se quitó el sombrero de ala ancha que llevaba puesto, y ambos esperaron en silencio la llegada del próximo tren.

ー¿Por qué lo haces? ーinquirió el del sombrero, rompiendo aquel diálogo sin palabras.

—Qué... ah. ¿Llamarte o esperar el tren? —el joven no lo miró; meditabundo, mantenía la vista fija en un punto inexistente.

ーSabes a qué me refiero. —Le colocó una mano sobre el hombro.

El joven no pudo evitar el choque de miradas al volverse en sí. Aquellos ojos fijos sobre los suyos, hondos y azabache, fueron de tal impacto que vio su imagen reflejada en ellos: «tristeza, soledad, miedo, pena». Ocultó el rostro entre sus manos. No respondió.

ーQuiero ayudarte —pronunció, despacio—. Busca a un amigo, háblale.

ー¡Basta, no‐o! —su voz flaqueaba—. Nadie puede hacerlo.

El andén se estremeció.

ーYa pronto llegará el tren —observó con sutileza—, ¿qué harás entonces? —Hubo un prolongado silencio, a lo cual prosigueー: Sé que estás cansado de todo esto, y que por eso pensaste en mí. Pero por alguna razón que yo mismo desconozco se me ordenó no llevarte conmigo... por ahora; mas como me defino 𝘯𝘢𝘥𝘪𝘦 te ayudaré a tomar una decisión ーse oyó un llanto ahogado, y siguió diciendoー. Sé que duele. La vida duele: crecer, amar, sonreír, sentir, el peso del vacío, todo aquello duele. Pero... yo, de donde vengo y hacía donde tú deseas ir no existe el dolor, sólo oscuridad, una infinita oscuridad, y créeme, ella es peor que nada. Porque aquí, por más solo y cansado que te sientas, a causa del dolor hallarás fuerza, refugio y ánimo por los que amas. Pero en la oscuridad sólo hallarás tu destrucción. —Volvió y observó al joven—. Ahora bien, en tus manos está el poder de elegir; tú decides si seguir admirando el color de este magnífico otoño de septiembre o esperar el tren y marcharte a la nada.

Para cuando el chico alzó el rostro ya no había nadie junto a él. El andén vibró con la llegada de la máquina. Se levantó vacilante, miró a su alrededor: personas iban, personas venían. Hizo un ademán con la mano, y se marchó.


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𝘚𝘦𝘱𝘵𝘪𝘦𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘈𝘮𝘢𝘳𝘪𝘭𝘭𝘰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora