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El sonido de la alarma perforó la quietud de mi habitación, como un recordatorio constante de que el día había comenzado, aunque mi cuerpo aún no estaba listo para admitirlo. Abrí un ojo, lo justo para ver la luz de la pantalla parpadeando sobre la mesita de noche. 7:00 a.m. De nuevo.

Estiré un brazo hacia el teléfono, golpeando la mesa dos veces antes de encontrarlo. Al tocarlo, el ruido se detuvo de inmediato, dándole un pequeño respiro a mi cerebro todavía adormecido.

Me levanté de la cama, desperezándome lentamente, sintiendo cómo mis músculos protestaban por la falta de sueño. Mientras estiraba los brazos hacia el techo, una sonrisa perezosa se formó en mis labios. Me llamo Hyunjin, tengo 18 años, y estoy en esa fase de la vida que algunos llaman "joven adulto", donde uno empieza a tener responsabilidades, pero aún con la energía suficiente para ignorar algunas de ellas.

Apenas había cumplido los 17 cuando terminé el colegio, y lo primero que hice con los pocos ahorros que logré juntar durante los últimos ocho años fue arrendar mi propio departamento. No es gran cosa, apenas un pequeño espacio en el que caben lo esencial: una cama, una mesa de trabajo y una cocina diminuta. Cada mes lucho por pagar el alquiler, pero, al menos, sobrevivo.

La vida, en realidad, no es tan mala. Aparte del departamento, también tengo mi propio espacio de trabajo una tienda de arte que arrendé justo después de mudarme. Es mi lugar de escape, donde vendo mis pinturas, esculturas, retratos y cualquier otra cosa que se me ocurra crear. Todo lo que hay en esa tienda lo hago yo mismo, con mis manos, y es lo que realmente disfruto. No soy famoso ni mucho menos, pero me las arreglo. También doy clases de arte allí mismo, pequeños talleres para quienes se atreven a intentar.

Para mantener todo en marcha, además, trabajo como mesero y barista a medio tiempo. No es exactamente mi pasión, pero ayuda a pagar las cuentas, y si tengo suerte, me deja algo extra para comprar más pinceles o arcilla.

Aparte de ser mesero y barista, trabajo en una pastelería por las tardes durante los fines de semana. También hago delivery por las noches. Y eso no es todo, paseo perros, arreglo computadoras y, en ocasiones, soy persona de limpieza. Todo esto se distribuye entre las mañanas, las tardes y las noches. Suerte que no me han llamado para hacer la mayoría de esas cosas, o estaría viviendo en la tienda de arte, rodeado de pinturas y pasteles, pero sin un respiro.

—Soy prácticamente la versión Barbie, pero en Ken —me quejé en voz alta, mirándome en el espejo mientras alisaba mi cabello—. Tengo que hacer de todo para poder comer.

No es la vida glamorosa que algunos imaginan. Pero, al menos, tengo un lugar al que llamar hogar, y eso ya es un logro.

Mientras me arreglaba frente al espejo, pensé en cómo sería todo si aún viviera en casa de mis padres. Sería mucho más fácil, pero no puedo. Mi padre es un maltratador que le pegaba a mi madre y a mí. También a mi hermano menor, Niki, que apenas tiene diez años. A veces, me gustaría llevarme a Niki conmigo, pero sería demasiado carga.

—Ojalá mi padre ya se hubiera ido —susurré, sintiendo cómo una lágrima se escapaba de mi ojo. La idea de que mi madre y Niki estuvieran allí, soportando su ira, me desgarraba por dentro—. Ojalá tuviera la oportunidad de visitarlos, pero, por ahora, eso es lo que menos me importa.

Secándome la lágrima, traté de borrar esos recuerdos dolorosos mientras me preparaba para enfrentar otro día. 

Me di cuenta de que tenía que arreglarme rápido, tenía que ir a la cafetería y, si no me apuraba, llegaría tarde. Tenía que estar allí a las 4. Después de eso, sacar algunos perros, y a las 5, debía ir al bar donde trabajo hasta las 8. Luego, desde las 9 hasta las 11, sería repartidor.

Entre Todas las Estrellas, Tú Eres la Más LindaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora