Me despedí de Aleksander y, sin disimular la cojera, abrí la puerta de casa. Allí, todas las luces estaban apagadas, aunque desde la entrada aún podía escuchar el murmullo de la televisión encendida en el salón. Dejé los tacones a un lado y caminé despacio hasta el salón, evitando hacer demasiado ruido. Sonreí al ver a mi madre roncando tranquilamente en el salón, abrazada a nuestro gato Chispitas.
Durante toda mi vida, siempre habíamos sido ella y yo.
Con cuidado le quité el mando de la televisión de las manos y la pagué. Me incliné sobre ella para coger una de las mantas del sofá y arroparla con ella. Le había dicho un millón de veces que no tenía por qué quedarse viendo la televisión hasta el final de los desfiles y las galas, pero aún y todo, no se había perdido ni uno. Se revolvió en el sofá, haciendo que Chispitas se levantara molesto y se marchara.
Abrió los ojos en mi dirección.
—¿Aún no te has ido... Ady? —murmuró— La gala ya ha empezado...
Negué, sonriendo, intentando que la tristeza no llegara a mis ojos.
No estaba preparada para que preguntara qué era lo que me ponía tan triste.
—Acabo de volver —respondí.
Me miró unos instantes antes de asentir y darse la vuelta, abrazándose a un cojín. Rasqué el lomo de Chispitas, que se había quedado subido en el respaldo del sofá, y fui a la cocina para coger una bolsa de hielo antes de ir a mi habitación. Encendí la luz y cambié el vestido ajustado por unos pantalones de pijama y una camiseta vieja. Después me senté en la cama estirando la pierna y puse el hielo sobre el tobillo, suspirando aliviada.
Mi madre y yo habíamos vivido en esa casa toda nuestra vida. Era pequeña, modesta y en las afueras. No tenía más que un baño pequeño, dos cuartitos, el salón y la cocina. Pero habíamos conseguido convertirlo en un hogar. Una de las cosas que traía crecer en el mismo cuarto durante toda tu vida, era que acababa convirtiéndose en una mezcla de todo lo que habías sido; en algunos cajones del armario todavía había algunos zapatos de muñecas de lo que había perdido el otro par, junto a toda la ropa que había ido emulando a lo largo de los años, en las paredes quedaba colgado un póster de la semana de la moda en Milán de hacía años, algunas fotos con mi madre en las que fingía estar modelando y maquillaje esparcido por el escritorio. Incluso las paredes seguían pintadas del mismo color que hacía quince años le había dicho que quería y que habíamos pintado entre las dos, un tono rosa claro.
De pequeña creía que después de mi primera pasarela sería millonaria, me mudaría a una mansión, tendría varios labradores, un armario lleno de vestidos y tacones, un jardín enorme y, por algún motivo, un pony.
No tardé en darme cuenta de que el camino era mucho más largo de lo que creía. Tampoco en lo mucho que podía llegar a doler.
No conocí a mi padre; todas las veces que pregunté, mi madre me aseguró no saberlo. No supe si mentía o no, hasta que... que tuve claro que nunca llegaría a saberlo.
Hacía ya... ocho años que le diagnosticaron demencia precoz. Al principio no eran más que detalles pequeños; olvidarse la lista de la compra o las llaves de casa, cosas que nos pasan a todos.
Después empezó a olvidar que tenía que ir a trabajar o que horario tenía, a confundirse. Yo tenía quince y ese era el único sueldo que entraba en casa. Empecé a saltarme clases para ir con ella al trabajo y cubrir su turno a escondidas. En cuanto tuve la edad legal para trabajar, la sustituí mientras las facturas de los médicos se iban acumulando. Y con el tiempo... se estabilizó.
Aunque ningún médico nos dio ninguna garantía de que fuera a detenerse o retroceder. Porque no lo hace, nunca lo hace.
Lo único que podía hacer era pedir que aguantara un día más sin empeorar.
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El atelier
ChickLitUna boda suele planificarse con un año de antelación. Un vestido de novia hecho a medida tarda entre seis y nueve meses en estar preparado. Yo lo hice en cuatro. Cuatro meses, 16 días, 10 horas y 28 minutos. El último arreglo siempre se hace minu...