La noticia de que Red Bull se arriesgo al contratar a una mujer para que reemplace a Sergio Pérez luego de su repentina salida del equipo, ronda por todo el mundo entre los fanáticos del deporte.
Lola, es una chica directa y sin miedo a decir lo qu...
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Apenas abría mis ojos y los ladridos de Monza junto con el insistente toque del timbre sonando por toda la casa me irritaba un poco. Baje rápido para ver quién era, al pasar por la sala me di cuenta que Dino ya no estaba, no me preocupe mucho por eso, sabia que apenas saldria la luz del sol se despertaria y se iría lo más rápido que pudiera.
El timbre volvió a sonar y por alguna razón mi mano tembló al posarse en el picaporte, pero al abrir la puerta le encontré sentido a todo. Mis nervios, mis miedos y malos presentimientos se unieron para formar una avalancha que venia directo a aplastarme.
Me sonrió de una manera tan forsoza que me asusto y abrió sus brazos con una inútil esperanza de que correría a abrazarla como si hubiera sido la mejor de las madres.
—Lola, cariño... ¡Feliz cumpleaños! —hablo por fin, haciéndome dar un paso atrás y un vago intento de cerrarle la puerta, pero ella fue más rapida y entro como si nada, sentándose en el sillón de la sala.
—¿Que haces acá mamá? —pregunte con la voz algo temblorosa.
No podía estar acá, ¿Para que? ¿Con que motivo? Hacía meses que no sabía nada de ella ¿Y ahora aparecía como si nada? ¿Como si fuera una persona extrañada que volvía de un largo viaje de negocios? No me podía hacer esto. No en mi cumpleaños.
—¿Que no puedo venir a visitar a mi hija?
No.
—Sentate, quiero hablar con vos. —señalo el sofá de enfrente y como pude me senté, mirándola atenta para saber que era lo que quería decir. —Vamos para Argentina.
—¿Que? —musite sin entender nada de lo que pretendía hacer o decir.
—Que te vas a volver a Mar del plata conmigo, nena ¿O querés que te lo explique en italiano también?
Su tono fue brusco, había perdido la paciencia con una simple palabra y su ceño ya se encontraba lo más fruncido posible.
—No voy a volver, estoy a mitad de temporada y...
—Me importa una mierda que estés a mitad de esa porquería de deporte que haces, ya te volviste igual de estúpida que tu padre. —me interrumpió poniéndose de pie.
—¿Y que el abuelo también? El amaba el deporte tanto como yo.
—Tu abuelo no tiene nada que ver con esto Elizabeth.
—¿Pero papá si? —dije soltando una risa sin gracia. Era siempre lo mismo. —Ni siquiera lo conozco ¿Por qué siempre lo tenés que meter en todas nuestras discusiones?
—¡Porqué sos exactamente igual de estúpida!
—¡Que él no te quisiera lo suficiente como para quedarse no es mi culpa! —le grite con toda la valentía que pude recolectar, sin pensar muy bien en mis palabras.