everything will change

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✩‧₊˚

La noche de Navidad había llegado, pero en la pequeña casa de los Bona, el silencio parecía abrazar todo con una extraña mezcla de paz y nostalgia.

Fuera, la nieve caía suavemente, cubriendo el jardín con una capa blanca que brillaba bajo las luces cálidas que decoraban la casa. No era una mansión ni una casa grande; más bien, una pequeña casita de color amarillo, a las afueras de Zaragoza.

El árbol de Navidad, decorado con guirnaldas blancas y bolas rojas con destellos dorados, ocupaba un rincón del salón, y bajo él, unos pocos regalos esperaban ser abiertos por el pequeño.

Juanjo, sentado en el sillón, observaba a su hijo, Arán, que jugaba con un muñeco de juguete, en su pequeño rincón de juegos.

El niño, de cabellos rubios y ojos marrones, tenía solo dos años, pero ya mostraba una energía desbordante que iluminaba la casa. Sin embargo, esta no era una Navidad cualquiera, y el peso de esa realidad era algo que Juanjo no podía ignorar. Desde que la madre de su hijo los había abandonado poco después de su nacimiento, él había tenido que enfrentarse solo a la responsabilidad de criar a su hijo. Y como si eso no fuera suficiente, hacía solo un año que su propia madre, Carmen, la mujer que había sido su roca, había fallecido de cáncer.

El año anterior, la mujer había estado allí, apoyándolo, ayudándolo a cuidar de Arán, llenando los espacios vacíos que la ausencia de la madre del niño había dejado. Pero ahora, todo era diferente. La casa, aunque cálida y decorada, sentía una ausencia, una que pesaba en el corazón de Juanjo como una sombra persistente. Recordaba las Navidades pasadas, cuando su madre se encargo de preparar la cena, de adornar la casa, de asegurarse de que todo fuera perfecto para que Arán, aunque fuera muy pequeño, creciera con la ilusión típica de esas fechas.

Ahora, esa responsabilidad recaía únicamente sobre él.

—Vamos Arancito, es hora de abrir los regalos — dijo el maño, su voz suave pero con un tinte de cansancio, aunque nunca dejaba que su hijo lo notara.

Se levantó del sillón y se acercó al árbol de Navidad, tomando a su pequeño en brazos. El niño, con su carita llena de curiosidad, observaba los paquetes de colores bajo el árbol.

Para él, la Navidad aún no era más que luces y formas, pero Juanjo sabía que con el tiempo esos recuerdos serían importantes. Quería, aunque fuera solo por esta noche, crear un pequeño mundo donde su hijo no sintiera la falta de esa figura materna que nunca había tenido.

—Mira, cariño, este regalo es para ti, te lo ha traído papá noel— dijo Juanjo mientras tomaba un paquete envuelto en papel rojo.

Se sentó en el suelo junto a su hijo, colocando el regalo en las pequeñas manos de Arán. El niño, con torpeza pero lleno de entusiasmo, comenzó a rasgar el papel, sus risas llenando el salón de una alegría que Juanjo solo podía describir como una tirita para su la herida aún abierta.

Cada sonido del papel siendo arrancado parecía un eco suave, como si con cada rasguño se desvaneciera un poco de la tristeza que había cubierto su vida en los últimos años.

—Es un coche pequeñito, justo como el de papá —dijo Juanjo, sacando un pequeño coche de juguete de la caja.

Arán lo tomó con ambas manos, sus ojos brillando de emoción mientras lo movía por el suelo, imitando el sonido de un motor con esa inocencia que solo un niño de su edad podía tener. Juanjo lo observaba en silencio, sus pensamientos vagando entre el pasado y el presente. Recordaba cómo, cuando él era pequeño, su madre siempre se aseguraba de que cada Navidad fuera especial. Y ahora, él intentaba hacer lo mismo para su hijo, aunque a veces sentía que le faltaban fuerzas. Sabía que no podía llenar todos los vacíos que la vida había dejado en ellos, pero hacía lo posible por construir algo nuevo, algo solo para ellos dos.

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