time stood still

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Ahora, sentados en la sala de urgencias del hospital pediátrico, Juanjo no podía evitar sentir cómo el miedo comenzaba a apoderarse de él.

El hospital estaba iluminado por una luz tenue, la calma de la noche contrastando con el caos que bullía en su interior. Juanjo miraba a su alrededor, viendo a otros padres y niños esperando, todos inmersos en sus propios problemas. A su lado, Arán gimoteaba, su carita roja y sus grandes ojos marrones reflejando un agotamiento que le rompía el corazón. Juanjo le acarició el cabello rubio, susurrándole palabras de consuelo mientras el pequeño buscaba acurrucarse más en su pecho.

—Ya va a pasar, cariño —dijo en voz baja, aunque una parte de él lo decía para convencerse a sí mismo. Arán, a sus dos años, no entendía del todo lo que pasaba, pero sabía que algo no estaba bien. Se aferraba a su padre con fuerza, como si su simple cercanía fuera suficiente para aliviar el malestar que lo aquejaba.

La noche parecía alargarse interminablemente. Cada minuto esperando se sentía como una hora para Juanjo. El hospital estaba tranquilo a esa hora, con apenas murmullos y pasos que resonaban por los pasillos. El cansancio comenzaba a pasarle factura, pero el miedo y la preocupación no le dejaban relajarse ni un segundo. Su hijo estaba enfermo, y eso era lo único que importaba.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, la recepcionista llamó su nombre.

—Arán Bona, consulta número 4 con el doctor Urrutia —dijo con una sonrisa que intentaba ser reconfortante.

Juanjo se levantó con cuidado, ajustando a su hijo en sus brazos. El pequeño emitió un quejido bajo, moviéndose inquieto, pero no protestó mucho más. Parecía estar demasiado agotado para luchar contra el malestar que lo consumía. Caminó con pasos decididos hacia la consulta, su mente llena de pensamientos sombríos y esperanzas inciertas.

Al llegar a la puerta de la consulta, Juanjo respiró hondo antes de tocar y entrar. El doctor Urrutia, un hombre de aspecto joven, con cabello oscuro desordenado y una expresión calmada, levantó la mirada de su escritorio y les dedicó una sonrisa profesional, pero amable.

—Buenas noches, soy el doctor Urrutia. Veamos qué le ocurre al pequeño —dijo mientras revisaba el historial médico de Arán.

Juanjo se sentó frente al escritorio, colocando a su hijo en su regazo. Arán se removía, incómodo, su carita reflejando el malestar que lo invadía. El corazón de Juanjo se encogía cada vez que veía a su hijo así, tan vulnerable.

El doctor comenzó el examen con paciencia y precisión. Revisó la garganta de Arán, auscultó su pecho, y le tomó la temperatura mientras el niño sollozaba, intentando refugiarse en los brazos de su padre. Juanjo lo calmaba con palabras suaves, acariciándole el cabello y susurrándole que todo estaría bien.

—Tiene una infección respiratoria —dijo finalmente el doctor, después de hacer algunas anotaciones en su ordenador—. No es raro a su edad, pero parece que lleva varios días luchando contra esto.

Juanjo asintió, su mente procesando la información lentamente, mientras el nudo en su estómago crecía. Había esperado que fuera algo más leve, algo que pudiera solucionarse con rapidez, pero sabía que la salud de su hijo no podía tomarse a la ligera.

—¿Va a estar bien? —preguntó en un susurro, la voz rota por la preocupación.

El doctor asintió con calma, mirándolo directamente a los ojos.

—Con el tratamiento adecuado, debería mejorar en unos días —respondió—. Sin embargo, vamos a necesitar hacer algunas pruebas para descartar complicaciones más graves. Es importante estar seguros.

Juanjo asintió de nuevo, agradecido por la profesionalidad del médico, pero el miedo no se disipaba. Mientras el doctor escribía la receta para los medicamentos iniciales, se inclinó hacia Arán, que estaba adormilado en su regazo. Le tocó suavemente la nariz con la suya, en un gesto que solía hacer reír al niño, pero esta vez, Arán solo lo miró con sus ojos vidriosos y cansados.

—Eres un campeón, ¿lo sabías? —le susurró Juanjo, sonriendo con ternura. Arán levantó una manita y tocó el rostro de su padre, un gesto tan lleno de inocencia y amor que hizo que los ojos de Juanjo se llenaran de lágrimas. El mundo podía derrumbarse a su alrededor, pero mientras tuviera a su hijo, todo estaría bien.

El doctor Urrutia los observaba desde su lugar, una pizca de comprensión cruzando su rostro serio.

—Es un niño fuerte —dijo, su tono firme pero cálido—. Y con un papá tan dedicado como usted, estoy seguro de que va a mejorar pronto.

Las palabras del doctor eran reconfortantes, pero Juanjo no podía evitar el cansancio y la preocupación que seguían latiendo en su pecho. A veces, sentía que ser padre soltero era una carga demasiado pesada, no porque no amara a su hijo, sino porque el miedo de no poder hacerlo todo bien era constante. Pero siempre se recordaba que lo único que podía hacer era seguir adelante, un día a la vez, por Arán.

—Voy a pedir que hagan las pruebas ahora mismo —añadió el doctor—. Puede quedarse en la sala de espera mientras tanto. No deberían tardar más de unas horas.

—Gracias, doctor —respondió Juanjo con una voz apenas audible.

Salió de la consulta con Arán en brazos, volviendo a la sala de espera. Esta vez se dirigió a una esquina más apartada, donde pudiera sentarse tranquilamente con su hijo. El pequeño gimoteó, incómodo por el malestar que sentía, pero poco a poco, el cansancio lo fue venciendo y se quedó dormido contra el pecho de su padre, su respiración aún irregular, pero más lenta.

Juanjo lo miró dormir, su mente viajando al pasado, recordando la primera vez que sostuvo a Arán en sus brazos. Era tan pequeño, tan frágil, pero desde ese momento lo había amado con una fuerza que nunca antes había experimentado. Desde entonces, todo en su vida había cambiado, pero su promesa de cuidar y proteger a su hijo con cada fibra de su ser seguía intacta.

El tiempo pasó lentamente, cada tic del reloj en la pared amplificaba la ansiedad que sentía. Horas más tarde, finalmente fueron llamados de nuevo a la consulta. El doctor Urrutia los estaba esperando con los resultados en mano.

—Las pruebas indican que la infección es más seria de lo que esperábamos —dijo el médico, su tono grave pero calmado—. Arán va a necesitar quedarse ingresado para recibir tratamiento intravenoso y estar en observación durante unos días.

Juanjo sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Sabía que era lo mejor para su hijo, pero la idea de dejarlo en el hospital lo asustaba profundamente. Acarició la cabecita rubia de Arán, que seguía dormido, y tragó con dificultad.

—¿Cuánto tiempo tendrá que quedarse? —preguntó, su voz apenas un susurro.

—Dependerá de cómo responda al tratamiento —respondió el doctor—. Puede que solo sean unos días, pero lo importante es asegurarnos de que no haya complicaciones.

Juanjo asintió, aunque el nudo en su pecho se hacía más grande. Todo lo que quería era ver a su hijo sano y feliz de nuevo, y aunque sabía que esto era lo correcto, el miedo seguía allí, latente.

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⏰ Última actualización: Oct 13 ⏰

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