Dicen que todo hombre sueña con una vida tranquila, estable, esa vida que las películas y las novelas románticas pintan como el clímax de la felicidad. Yo la viví. O, al menos, creí hacerlo.Mi vida comenzó en la Ciudad de México, en un barrio como cualquier otro. Hijo del medio, de una familia promedio. Nada destacaba, ni para bien ni para mal. Pasé por la secundaria y la preparatoria como un fantasma entre las multitudes. Luego estudié ingeniería química en una universidad decente. No era la UNAM, pero tampoco me importaba. Las expectativas que me puse eran simples: terminar, encontrar trabajo, vivir. Lo de siempre.
Y lo logré. Afortunado o condenado, no lo sé. Apenas salí de la universidad, me contrataron en una empresa de renombre. La empresa en la que todo químico joven quería estar. Rápido, sólido, eficiente. En cuestión de meses, ya tenía lo que muchos soñaban: una casa bonita, el coche nuevo que todo hombre quiere para sentir que ha logrado algo, y una novia que amaba con todo el alma. Hasta me casé con ella. Parecía tenerlo todo bajo control. Incluso pensé en hijos, aunque rápidamente lo pospuse. "En el futuro", me decía.
Nueve años. Nueve años en los que ascendí, ahorré, viví esa vida que parecía perfecta desde afuera. Tenía dinero, tenía estatus, y hasta esa seguridad falsa que el éxito te da. Hasta que llegó David. Un hombre más joven, carismático, y con la sonrisa siempre lista para deslumbrar a todos en la oficina. Me hice su amigo, como era de esperar. Quería que no se sintiera solo en el trabajo. Fue mi error.
David era demasiado encantador. Y no tardó en encantar también a mi esposa.
Organicé una fiesta para celebrar el avance de un proyecto que habíamos terminado juntos. Invité a todos, como cualquier buen anfitrión haría. Pero mientras yo me ocupaba de los detalles, David y mi esposa se ocupaban de algo más. No lo noté al principio, porque ¿quién nota la tormenta que se avecina hasta que está sobre ti?
Las semanas que siguieron fueron pesadas. El trabajo, las juntas interminables, todo se acumulaba, y entre eso, David salía en cada conversación en casa. Mi esposa mencionaba su nombre con frecuencia, y yo solo asentía, distraído. Y entonces, llegó el día que lo cambió todo. Me cancelaron una junta de último momento y decidí regresar a casa temprano. Esa decisión fue como abrir la caja de Pandora.
Subí las escaleras y ahí estaban, mi esposa y David, en nuestra cama. La sorpresa no fue el engaño, sino que fue como mi amigo me avía traicionado lo que siguio de alli fueron excusas de mi esposa y para mí desgracia eran las típicas "Me tenías descuidada" o el "puedo explicarlo ".Era como si toda la realidad que había construido se derrumbara de golpe, pero no quedaran escombros, solo vacío.
Lo siguiente fue predecible. El trabajo se convirtió en un infierno, con todos murmurando a mis espaldas, mientras David tomaba mi lugar como la estrella. Me divorcié. Perdí la casa, la mitad de mis ahorros, y todo lo que alguna vez consideré mío. El golpe final llegó cuando, después de un error en el trabajo, fui despedido. Y, como si el destino tuviera un mal sentido del humor, David me reemplazó.
Con lo poco que me quedaba, pensé que al menos podría empezar de nuevo, pero no contaba con la crisis económica que llegó justo en ese momento. El valor de mi dinero se desplomó. Mis deudas me aplastaron, y vendí todo lo que alguna vez tuve. Cuando intenté regresar con mis padres, me cerraron las puertas en la cara. Para ellos, yo no era más que una decepción. Mis hermanos, exitosos empresarios y administradores, ni siquiera respondieron mis mensajes.
Desesperado, me acerqué a la única persona que me quedaba: Luis. Un viejo amigo de la prepa, alguien con quien había perdido contacto porque, a diferencia de mí, nunca quiso estudiar. Mientras yo seguía el camino "correcto", él tomaba trabajos de lo que fuera. Sabía que ir a él era mi último recurso, y la vergüenza me quemaba por dentro.
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Mi segunda vida
Science FictionEl chirrido de las llantas contra el asfalto y los gritos de un grupo de estudiantes fueron lo último que escuchó. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el cruce. El auto descontrolado se aproximaba demasiado rápido, pero no se detuvo. Sus ojos viero...