El tiempo avanzo y de nuevo intente hacer magia y fisica había pasado semanas intentando crear un nuevo tipo de magia combinada, una fusión entre los principios de la magia elemental y las leyes de la física, pero hasta ahora no había logrado nada significativo. Todos mis experimentos habían fallado. El cansancio comenzaba a hacer estragos en mi mente.“Maldita sea”, murmuré, tirando la pluma sobre la mesa. Sentí una opresión en el pecho. Sabía que el progreso no llegaba de la noche a la mañana, pero… ¿tan difícil podía ser? Suspiré y me recosté en la cama, sin cambiarme de ropa siquiera. Mi cabeza daba vueltas entre ideas confusas, pero no había nada más que pudiera hacer por hoy. Mejor dormir.
Sin embargo, apenas cerré los ojos, una extraña sensación me invadió. No era como soñar; era como si mi conciencia se disolviera en un lugar diferente. Abrí los ojos de golpe y me encontré rodeado de un vasto vacío blanco. No había horizonte, no había cielo ni tierra, solo una inmensidad impalpable.
—¿Dónde… estoy? —murmuré, sintiendo un escalofrío recorrerme.
De repente, noté una figura a lo lejos. Al principio, parecía solo una silueta, pero cuando se acercó, pude ver que era un hombre completamente blanco. No tenía rostro, ni ojos, ni expresión alguna. Era como si todo su ser careciera de color y vida. Di un paso atrás, alarmado.
—¿He… muerto? —pregunté, sintiendo que mi corazón se aceleraba—. ¿Acaso ya he pasado a mejor vida?
Por puro instinto, las palabras salieron de mi boca. —¿San Pedro? —pregunté, esperando ver la puerta del cielo aparecer detrás de la figura.
El hombre, o lo que fuera, ladeó la cabeza, como si estuviera confundido.
—¿San Pedro? ¿Quién es ese? —preguntó con una voz serena y vacía de emoción.
—Oh… —dije, nervioso—. Tal vez no es San Pedro… ¿Jesús? ¿Ra? ¿Odín? ¿Zeus? ¿Quetzalcóatl? ¿Pachamama? ¿San Milis?
El hombre, que hasta entonces había permanecido quieto, se encogió de hombros levemente.
—De todos esos, solo conozco a Milis. Pero no soy él.
Sentí un escalofrío recorrerme. ¿Quién era entonces?
—¿Entonces quién eres? —pregunté, comenzando a sentir un ligero pánico.
—Soy Hitogami, el dios humano —respondió tranquilamente.
—¿Hitogami? —repetí, aún confuso—. ¿Y qué haces aquí? ¿Por qué me traes a este lugar? Si es que realmente estoy muerto…
—No estás muerto, Rudeus —dijo Hitogami—. Solo he venido a ofrecerte un consejo. Algo que te será útil.
Me crucé de brazos, desconfiando de todo aquello. —¿Y por qué debería creerte? Nunca he escuchado de ti, y los dioses, si es que existen, no suelen aparecerse tan fácilmente. ¿Por qué yo?
Hitogami dejó escapar una suave risa.
—Es normal que dudes. Deberías hacerlo. Pero la razón por la que aparezco ante ti es porque puedo ver ciertos futuros posibles, y creo que este consejo te será de gran ayuda.
Lo miré con escepticismo, pero una parte de mí no podía dejar de escuchar. —¿Y cuál es ese consejo?
—Mañana, ve al mercado. Allí encontrarás a un hombre tuerto y sin un brazo. Cómprale un libro. Te ayudará en tus investigaciones.
—¿Un hombre tuerto y sin un brazo? —pregunté, arqueando una ceja—. Eso suena… un poco específico.
—Lo es. Pero cuando lo veas, sabrás quién es. Cómprale el libro. No dudes.

ESTÁS LEYENDO
Mi segunda vida
Ciencia FicciónEl chirrido de las llantas contra el asfalto y los gritos de un grupo de estudiantes fueron lo último que escuchó. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el cruce. El auto descontrolado se aproximaba demasiado rápido, pero no se detuvo. Sus ojos viero...