08

717 46 1
                                    



Habían pasado unas semanas desde aquel beso que me había dejado con el corazón en un puño y la cabeza hecha un lío. La verdad, no sabía si lo que sentía era odio, confusión o una mezcla de todo. La idea de Héctor me perseguía como una sombra; había intentado borrarlo de mi mente, pero resultó ser más difícil de lo que había anticipado. No podía soportar la idea de encontrarme con él, así que decidí que la mejor manera de seguir adelante era evitarlo por completo.

Desde aquella noche, no había tenido noticias de Héctor, y eso era justo lo que quería. No necesitaba más de su egoísmo y sus provocaciones. Era como si el universo se alineara para hacerme recordar lo mucho que me desagradaba su forma de ser. Para mantener esa distancia emocional, dejé de visitar a Marc en la masía. Hablaba con él solo a través de llamadas o mensajes, buscando excusas para no tener que enfrentarme a Héctor. No quería que se interpusiera en mi vida ni que su presencia pudiera debilitar mi determinación.

Pensé que si evitaba a Héctor el suficiente tiempo, podría borrar de mi memoria aquel momento que había hecho tambalear mi mundo. Pero cada vez que me encontraba con mis amigas y hablábamos de cosas cotidianas, era inevitable que su nombre saliera a flote, como una espina que nunca dejaba de molestar. ¿Por qué me afectaba tanto? ¿Acaso era realmente odio lo que sentía, o había algo más profundo detrás de esa rabia que me consumía?

Mientras veía cómo mis amigos hablaban despreocupadamente, yo intentaba distraerme de la imagen de Héctor. Imaginaba las cosas que diría, las pullas que lanzaría, y la forma en que se reiría de mí si supiera cuánto me afectaba. Necesitaba que esa chispa que había encendido en mí se apagara.

Día tras día, trataba de mantener la mente ocupada, pero la verdad es que cada vez que mi teléfono sonaba, una parte de mí esperaba que fuera él. Sin embargo, no quería darle el gusto de saber que aún tenía poder sobre mí. Así que seguí adelante, intentando convencerme de que odiarlo era lo mejor.

A las semanas tuve que acudir con mi hermano a un evento privado en una finca.

La finca estaba rodeada de un aire sofisticado, con luces tenues que iluminaban el camino empedrado y música suave resonando en el fondo. El dress code negro había dado al lugar un toque elegante, casi como si todos fuéramos parte de un juego donde las reglas no estaban claras. Caminaba al lado de Marc, quien iba con una sonrisa relajada, ignorando completamente el nerviosismo que me consumía.

Llevaba semanas evitando a Héctor, alejándome de todo lo que lo recordara. Pero ahora, en este evento privado, sabía que era cuestión de tiempo antes de cruzarnos. Me había arreglado con más esmero de lo habitual, llevando un vestido negro que se ajustaba a mi cuerpo y tacones altos que me hacían sentir segura, aunque por dentro estuviera hecha un lío.

Desde que entramos, no había dejado de mirar alrededor, alerta, como si pudiera predecir cuándo aparecería. No sabía si temía más verlo o no verlo. No puedes seguir corriendo de él, me repetía a mí misma, pero no lograba convencerme. Marc, sin tener idea de mis pensamientos, saludaba a gente conocida mientras yo sonreía y asentía, fingiendo interés en las conversaciones banales.

Y entonces, lo vi.

Héctor estaba allí, apoyado contra una de las columnas de mármol, con ese aire despreocupado que siempre llevaba. Vestía un traje negro que resaltaba su figura de manera que era imposible no notarlo. Su pelo perfectamente peinado y esa maldita sonrisa pícara que le conocía tan bien. A pesar de la distancia, sus ojos estaban fijos en mí. Mi piel se erizó de inmediato, y el nudo en mi estómago se apretó.

Intenté apartar la mirada, actuar como si no lo hubiera visto, pero lo cierto es que no podía dejar de sentir su presencia en cada rincón de la sala. No le des el poder, me dije una vez más, mientras agarraba una copa de vino de una de las bandejas que pasaban y me concentraba en hablar con uno de los amigos de Marc. Pero ni siquiera podía recordar lo que estaba diciendo, cada palabra que salía de mi boca parecía vacía porque, en el fondo, mi mente estaba atrapada en una sola cosa: Héctor.

Era frustrante. ¿Por qué siempre lograba colarse en mi cabeza? A pesar de todo lo que me decía, no podía negar que una parte de mí seguía respondiendo a su presencia. Había algo en la manera en que me miraba, una tensión latente que hacía que mi piel ardiera. ¿Era odio lo que me hacía sentir esa chispa, o algo mucho más peligroso?

Él no se acercaba, no hacía ningún movimiento para hablar conmigo, pero tampoco dejaba de mirarme. Sentía su mirada pesada, recorriéndome como una corriente eléctrica que hacía que todo mi cuerpo reaccionara. No puedo caer en esto otra vez, me repetí, pero esa lucha interna estaba agotándome.

Me moví hacia un rincón más apartado de la sala, buscando respirar, alejarme de él y de la sensación de estar constantemente vigilada. Tomé un sorbo de vino, más largo del que debería, intentando calmar mi acelerado corazón. Pero sabía que no funcionaría. Sabía que hasta que no me enfrentara a él, esa sombra seguiría persiguiéndome.

¿Qué demonios me pasa? murmuré para mí misma, frustrada con mi incapacidad de ignorarlo por completo.

Por un momento, mi vista se posó en Marc. Él estaba distraído, en su propio mundo, hablando con algunos amigos del equipo. Sabía que no tenía idea de lo que pasaba por mi mente, y, en parte, me aliviaba. No necesitaba más complicaciones con Héctor, ya tenía suficientes con esa constante batalla interna entre el odio que creía sentir y lo que realmente significaba esa tensión.

Y ahí estaba él, aún en su sitio, observándome desde la distancia. No se movía, no decía nada. Solo me miraba. Como si supiera exactamente cómo hacer que mi cabeza se llenara de pensamientos confusos y que el resto del mundo desapareciera.

Me aparté un mechón de pelo del rostro, respirando hondo y volviendo a mi papel de la chica despreocupada que no se ve afectada por nada ni por nadie. Si quiere seguir mirándome como un idiota, allá él, me dije, aunque el calor en mi pecho delataba que sus ojos sobre mí no me eran indiferentes.

No dejaré que me afectes, pensé con fuerza, pero sabía que solo estaba mintiéndome a mí misma. Porque, a pesar de todo, no podía dejar de preguntarme cuándo daría el siguiente paso. ¿Y si se acercaba? ¿Y si volvía a romper esa distancia? ¿Podría soportarlo? ¿Podría seguir fingiendo que no me importaba?

La verdad era que no tenía ni idea.

Después de unas horas, decidí ir al baño para retocarme el maquillaje. El evento seguía su curso, y aunque mi cuerpo estaba en la fiesta, mi mente estaba lejos de disfrutarla. Mientras cruzaba uno de los largos pasillos, sentí una presencia familiar antes incluso de verlo.

Héctor.

Él estaba ahí, apoyado contra una pared, justo frente a la salida del baño. Parecía haber estado esperando ese momento, como si hubiera anticipado que tarde o temprano nos cruzaríamos a solas. Mis pasos se hicieron más lentos, y mi corazón comenzó a latir más rápido. Quería seguir de largo, fingir que no lo había visto, pero antes de que pudiera reaccionar, ya estaba frente a mí, bloqueando mi paso.

- ¿Vas a seguir evitándome, o es que ya ni te atreves a mirarme a los ojos -Su tono era bajo, pero cargado de provocación. Héctor se acercó, inclinándose ligeramente, lo suficiente como para que su aliento rozara mi piel. El pasillo se sentía más estrecho, y mi mente intentaba mantenerse fría, pero el calor en mi cuerpo me traicionaba.

Intenté pasar por su lado, pero no me dejó. Sus manos se apoyaron contra la pared, una a cada lado de mi cabeza, acorralándome. Mi corazón golpeaba mi pecho, pero me obligué a aparentar indiferencia.

- Déjame pasar, Héctor. No tengo nada que hablar contigo. -Mi voz intentaba sonar firme, pero un leve temblor la delataba.

- ¿De verdad? Porque parecías bastante interesada el otro día. -Su mirada recorrió mi rostro con una mezcla de desafío y deseo, y mis intentos por mantener la compostura empezaban a tambalearse. Moví la cabeza, tratando de apartar esa sensación.

- Lo del otro día fue un error. -Dije con firmeza, pero su sonrisa arrogante me dejó claro que no me creía ni por un segundo.

- Cállate, coño. -Su voz se volvió más grave, más intensa

La bella & la bestia - Héctor FortDonde viven las historias. Descúbrelo ahora