Día 13: Testigos del tiempo

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DÍA 13

TESTIGOS DEL TIEMPO


Un lugar colmado de recuerdos. Un pequeño paraíso donde poder ser y estar sin otra preocupación más que permanecer el uno junto al otro hasta el amanecer.

Como siempre, Satoru sería el primero. El estaría despuntando en el cielo y el fresco rocío de la mañana seguiría intacto sobre los pétalos de las flores cuando estuviese ya arriba, alerta y feliz recorriendo las hileras interminables de plantaciones con frutos preciosos esperando con paciencia su turno de ser probados.

Siendo estrictamente correctos, las hileras no eran interminables, pero al son de su enamorado corazón bien podrían serlo. Eran, mejor dicho, la prueba fiel y física de una historia de amor que se transformaba en invierno para renovarse en verano.

A la derecha, los tomates. Disparejos en su distribución y tan rojos y vibrantes como aquella lejana primera vez entre sus hojas. Fueron la primera cosa, el inicio de todo, apenas un ey, Suguru, encontré esta bolsa de semillas en el parque, ¿quieres probar que sale?

Luego vinieron las zanahorias —¡no te creo que sean raíces! ¡tengo que verlo con mis propios ojos!—, y así, hilera tras hilera de frutas y hortalizas, de árboles frutales y canteros de ladrillo construidos a mano para cercar las flores. Al parecer es importante la presencia de flores en el jardín para los insectos.

Una huerta como testigo del paso del tiempo. De una vida de maravillas cantadas y fantasías susurradas. Un primer beso, una primera caricia, una primera vez, un año, dos, tres, una boda, hijos, nietos...

El ir y venir del tiempo. El cálido saludo del sol del amanecer.

Como siempre, Satoru sería el primero, solo que esa vez pasaría algo diferente.

Mientras pasease por entre los matorrales cubiertos de rosas, el crujido de la grava le indicaría que Suguru se acercaba tras él. Sus pasos acompasados al pasar del tiempo sonarían sorprendentemente ligeros para su edad. Entonces Satoru comprendería que había llegado el momento, tantos meses de espera llegaban a su fin.

Con paso tranquilo, atravesarían el huerto rumbo a la inmensidad del sol de la mañana, mientras en la casa, los primeros trazos de luz dibujarían el rostro de Suguru, de su cuerpo, abandonado atrás en la cama. Las manos cruzadas sobre el pecho, el anillo que lo unía en vida a Satoru brillando en el dedo indicado.

En la vida junto al huerto,en el más allá junto a la inmensidad.

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Ayer me quedé dormida estudiando T-T asique hoy toca doble actualización c:

¡Gracias por leer!

Aran <3

A de Amor [Flufftober]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora