CAPITULO 10

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Unos días después de que James despertara en el hospital, sus compañeros de la selección colombiana, Luis Díaz, Richard Ríos y Daniel Muñoz, decidieron que era momento de darle un respiro. Sabían que su amigo estaba agotado, tanto física como mentalmente, pero también necesitaba distracción, algo que lo alejara de los horrores que había vivido. Aún no estaba completamente recuperado, pero una caminata tranquila por la ciudad podría hacerle bien.

—Vamos, hermano, te va a hacer bien —dijo Luis Díaz, sonriendo mientras ayudaba a James a levantarse de la cama del hospital—. No tienes que caminar mucho, solo queremos sacarte un rato de este ambiente de médicos y enfermeras.

James asintió débilmente. Aunque no tenía muchas ganas de salir, apreciaba el esfuerzo de sus amigos. Así que, con pasos lentos y apoyándose un poco en Richard, salió del hospital y comenzaron a caminar por las calles de la ciudad.

—Hermano, ¿te acordás de la vez que Richard trató de hacer una chilena y terminó tirado en el suelo? —dijo Muñoz, soltando una risa mientras caminaban.

—¡Oiga, eso fue pura mala suerte! —protestó Richard, haciéndolos reír a todos.

James esbozó una pequeña sonrisa, la primera en días. Luis y Richard seguían haciendo comentarios graciosos, inventando historias absurdas o recordando anécdotas de los entrenamientos y partidos que compartieron. Poco a poco, lograban arrancar risas tímidas de James, quien, por un momento, se sintió más ligero.

Sin embargo, cuando doblaron una esquina y se acercaron a una calle con un callejón oscuro a un lado, la atmósfera cambió. Algo en el aire se volvió tenso. Sin previo aviso, aparecieron varios hombres de aspecto intimidante. En un abrir y cerrar de ojos, inmovilizaron a Luis, Richard y Muñoz, empujándolos contra la pared y sujetándolos con fuerza.

—¡Qué putas! —gritó Luis, luchando por liberarse.

Antes de que James pudiera reaccionar, uno de los hombres lo empujó violentamente contra la pared del callejón, agarrándolo del cuello con fuerza. El aire dejó sus pulmones en un instante, y sus manos intentaron, sin éxito, liberar el apretón que lo ahogaba. La desesperación lo invadió mientras sus compañeros gritaban furiosos.

—¡No te atrevas a tocarlo, hijueputa! —gritó Muñoz, furioso, forcejeando con todas sus fuerzas.

—¡Soltalo, malparido! —bramó Richard, su rostro rojo de rabia—. ¿Por qué no te metés con nosotros?

El hombre que sostenía a James lo miró a los ojos con una frialdad aterradora, sin soltarlo ni por un segundo. La fuerza con la que lo mantenía sujeto del cuello hizo que la visión de James comenzara a nublarse, sus pulmones ardían por la falta de aire.

—Escuchame bien —dijo el hombre en voz baja, sus palabras cargadas de amenaza—. Si decís algo de lo que pasó cuando estuviste encerrado, vos y tus amiguitos van a seguir jugando fútbol, pero con San Pedro. ¿Entendés?

James intentó asentir, pero el dolor y la falta de aire le impedían moverse. Su vista se oscurecía cada vez más, y sintió que en cualquier momento perdería el conocimiento.

Finalmente, el hombre soltó su cuello de golpe, dejando que James cayera al suelo, jadeando y luchando por recuperar el aire. Los otros soltaron a Luis, Richard y Muñoz, quienes corrieron rápidamente hacia él.

—¡James, hermano, decinos que estás bien! —dijo Luis, agachándose a su lado, con el rostro lleno de preocupación.

James intentaba respirar, sus manos temblaban mientras se llevaba los dedos al cuello, aún sintiendo la presión fantasmal del agarre que casi lo asfixiaba. No podía hablar todavía, pero asintió lentamente, su respiración agitada y entrecortada.

—¡Malditos cobardes! —gritó Richard, mirando hacia la calle donde los atacantes habían desaparecido—. ¡Si los vuelvo a ver, juro que los mato!

Muñoz, aún furioso, miró a su alrededor, pero su prioridad era James.

—Tranquilo, hermano, ya estás bien. Ya pasó —le dijo, colocando una mano en su hombro.

James respiraba con dificultad, tratando de calmarse, pero el miedo y la angustia aún estaban presentes. Aquellas palabras del hombre resonaban en su mente, como un eco sin fin: "Si decís algo de lo que pasó..."

Sus amigos se quedaron a su lado, rodeándolo en un círculo de protección. Sabían que algo más grande estaba ocurriendo, algo que no podían controlar, pero ahora más que nunca, tenían claro que no dejarían que James volviera a sufrir solo.

—Tenemos que sacarlo de acá —dijo Luis, con la voz firme—. No podemos permitir que lo vuelvan a tocar.

—No te preocupes, James —añadió Richard, con un tono lleno de determinación—. Nadie va a volver a hacerte daño. Lo juramos.

CONTINUARA......


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"ᴅᴇ ʟᴀ ʀɪᴠᴀʟɪᴅᴀᴅ ᴀʟ ᴀᴍᴏʀ" || Dibu x jamesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora