Capítulo 2

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Mesopotamia
Año 2.345 a.C., imperio acadio

Tras un suculento banquete de varias presas y diversos manjares, Sargón se fue a su alcoba en vez de quedarse a celebrar con los demás. Estaba pensativo, algo se le escapaba y lo sabía pero no sabía el qué. Estuvo toda la noche despierto esperando a que Sin aparecieria, cosa que no pasó aquella noche.

Con los primeros rayos de sol asomando por su ventanal, Sargón decidió bajar a ver a Akanis, aquella supuesta enviada de la diosa Inanna.
-- ¿Qué es lo que se me escapa? - preguntó intrigado -. Vos sois mensajera de la diosa de la guerra, debéis saber que es lo que no logro ver.
- Siento que no habéis dormido y vuestra cabeza os juega malas pasadas. La diosa Inanna no me ha comunicado nada sobre vuestras tácticas pero me confirió los dotes para ser una gran guerrera y luchar a vuestro lado.
- Entiendo, entonces, ¿ lucharás contra los amorreos a mi lado?
- Si es vuestro deseo, así será.

Para comprobar si sus palabras eran ciertas, Sargón fue en busca de sus mejores soldados y los trajo con Akanis en la plaza Mayor. La gente intrigada, se quedaba a los albores viendo el espectáculo. Akanis con gran agilidad y perspicacia, derrotaba a sus soldados uno por uno sin dudar de ninguno de sus movimientos. Era asombroso verla luchar. Victoria tras victoria, dejo demostrado que tenía los dotes de una gran guerrera. El rey, convencido, asintió y mandó a su hija Enheduanna a bendecir a la joven Akanis, quien aceptó con gratitud.

Después de aquello, Sargón salió con Icar. Fue volando hacia un pueblo lejano de Elam, ahora territorio mesopotámico. Era un pueblo poco popular pero estaba en la esquina del mundo conocido. Se llamaba Anshan. Cuando llegó, el pueblo le recibió con gran entusiasmo, pues temían que si no lo hacían el rey calcinase la ciudad como hizo con Uruk. Al poco tiempo, fue recibido por Osar uno de sus más fieles amigos, a quien le había dado el honor de gobernar esa ciudad. Osar le recibió con gran entusiasmo y le llevó a palacio, donde le ofreció comida y bebida. Además, ordenó que le trajeran unas cuantas ovejas para el dragón, quien las devoró dejando solo los huesos. Era impresionante y a su vez aterrador, verlo comer.

En palacio, Osar le comentó cómo era vivir en aquella ciudad y los pocos problemas que suponían los elamitas. La verdad es que se integraron muy bien con la cultura acadia y apenas daban problemas. Anshan era un paraíso, tenía vegetación, pequeños riachuelos que adornaban toda la ciudad dándole un aspecto limpio y sereno, y a lo lejos se veían las montañas que separaban lo conocido de lo desconocido. Era todo un paraíso, y no sólo por las vistas sino que tenía hermosas doncellas que cautivaron al rey. Mosa era una de ellas y con su dulzura y viveza hizo preso al rey de sus encantos, pasando una dulce noche con él.

Con la luz del sol en todo su vigor, Sargón llamó a Icar y volvieron juntos a Acad, no sin antes despedirse de Osar. Al volver, Sargón solo podía pensar en la batalla contra los amorreos. El día del ataque estaba cerca y debía prepararse.

Una vez pusieron rumbo a Amurru, los soldados estaban inquietos pero no más que Sargón quien no dejaba de mover sus dedos de forma inconsciente. Cuando estuvieron en una colina lo suficientemente cerca de lo amorreos, los vigilaron de lejos. Habían algunos despiertos, seguramente haciendo guardia pues llevaban cornetas en sus manos. Decidido, Sargón ordenó que prepararasen los carros con artillería, que los arqueros preparasen sus arcos y flechas y los guerreros se pusieran en posición. Una vez todos formados Sargón decidió darles un discurso para motivar a sus soldados.
- Sé que muchos no saldréis con vida hoy, pero lograreis algo grande si ganamos la batalla. El dios Sin y la diosa Inanna están de nuestra parte, luchamos por los dioses no por nosotros mismos. Nuestra misión es más grande aún que nuestras vidas. Debemos corresponder a los dioses que crearon este mundo para darle estabilidad. Debemos conquistar Amurru. ¡Vamos!

Tras el discurso, los guerreros acadios se abalanzaron sobre los amorreos, quienes no tardaron en hacer sonar sus cornetas para avisar de la invasión. Los acadios disparaban con firmeza sus flechas mientras que los guerreros arremetian contra sus adversarios con gran fiereza. Akanis daba golpes certeros con sus cuchillos kukri, provando su superioridad en combate. Sargón vigilaba desde el aire todo lo que ocurría durante la guerra, bajando con Icar de vez en cuando a escupir fuego a sus enemigos. En una de las veces que descendió, uno de los bárbaros amorreos hirió de gravedad a Icar en el ala. El dragón remontó el vuelo y salió de ahí como pudo. Sargón quería que volviese, necesitaba estar en la guerra, su ambición era más grande que su preocupación por Icar. Sin embargo, el dragón voló lejos hasta terreno enemigo y se paró en un monte. Ya no podía seguir volando, su ala ensangrentada no conseguía seguir con su función.

Al ver la gravedad de su herida, entendió que lo mejor era que Icar se quedara ahí. Trato de curarle y con su ropaje intentó hacer una benda. Necesitaban un doctor que curarse sus heridas o su ala empeoraria. Caminaron por aquel lugar hasta llegar a un pequeño pueblo. Los habitantes se prepararon con lanzas y se quisieron defender pero Sargon de Acad levantó las manos en señal de rendición. Intentó hablar con ellos pero no entendían su idioma.

Al ver que les intentaban retener Sargón gritó "¡surrum!", a lo que el dragón desplegó sus alas e hizo un intento de volar pero su ala le causaba gran dolor y cayó hacia el suelo.

Ataron al rey de las manos y ataron el hocico del animal. Icar estaba muy débil y no pudo escupir fuego para defenderse. Los llevaron hacia lo que parecía ser el jefe del poblado. Sargón intentó explicar lo sucedido pero por sus gestos, no le entendían. Entonces el rey señaló hacia el ala del dragón, enseñándoles sus graves heridas y asintieron. Se llevaron al dragón sin esfuerzo pues estaba débil y no podía protegerse. Después, inspeccionaron al hombre y le dijeron algo en su idioma amorreo. Sargón hizo un gesto de que no entendía y lo llevaron hacia una cabaña donde inspeccionaron su cuerpo en busca de heridas. Al no encontrar ninguna, los curanderos salieron de la habitación. Sargón intentó seguirles detrás pero unos guardias con lanzas le detuvieron el paso. No podía salir.

En aquella habitación solo podía pensar en Icar, en qué le estarían haciendo. Ya no pensaba en la guerra, sólo le importaba su compañero, su fiel amigo, su dragón. Tras varias horas encerrado por fin llegó un hombre que sabía hablar acadio.
- ¿Dónde tienen a mi dragón?
- Tranquilo, tu dragón está bien. Le están curando sus heridas del ala.
- ¿Y que harán con él?
- De momento no saben qué hacer con vosotros, están reunidos para decidirlo.
- Y tú, ¿cómo es que hablas acadio? ¿Eres de Acad?
- Nací en Acad pero mi padre era de Amurru. Me vine en busca de él y me acogieron tan bien que decidí quedarme.
- Entiendo.
- ¿Hay algo que deban saber los sabios de este pueblo?
- No vine aquí para haceros daño. Hirieron a mi dragón y voló hasta aquí huyendo de quienes le habían herido. Voló sin rumbo, y caímos aquí.
- Entiendo, se lo comunicaré a los jefes del poblado pero no prometo buenas noticias. A este pueblo no le gustan los forasteros.

Sargón de Acad: El elegido de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora