Capítulo 3

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Mesopotamia
Año 2.344 a.C., Amurru

Sargón estaba algo más calmado ya que sabía que estaban curando a Icar, pero aún así desconfiaba sobre qué le harían luego de curarle. En la noche, esperó a recibir consejos de Sin pero éste no apareció. Desolado e indignado, Sargón se propuso salir y pelear contra los soldados. Y aunque le llevaban ventaja porque llevaban armas, él sabía que tenía a Sin de su lado y con un dios de su parte, no podía perder. Cuando salió, alzó los puños dispuesto a pelear. Los guardias se giraron y lo quedaron atónitos mirandole para después caer desplomados al suelo. Detrás suyo estaba Akanis, sujetando dos cuchillos kukri.
- Pero cómo...
- No hay tiempo para explicaciones, ¡vamos!

El rey la siguió sin rechistar. La guerrera subió al caballo e hizo un ademán para que Sargón subiese también. Éste se negó a hacerlo, tenía que recuperar a Icar, no podía dejarlo aquí abandonado en terreno enemigo.
- Está bien, primero cogeremos tus armas y luego iremos a por Icar.

El rey asintió y ambos fueron a buscar su armamento. Al pasar cerca de una fogata, escucharon a los aldeanos reír. Cuando se asomaron para ver qué sucedía, encontraron a los soldados del jefe de la tribu, con sus armas, inspeccionandolas. Eran como veinte soldados. Akanis no sabía si podría con tantos, porque tan pronto como empezara a luchar, sabía que vendrían más. Sin embargo, decidió luchar contra ellos como señuelo, para despistar a los guardias que custodiaban a Icar y que Sargón pudiese ver a su dragón.

Una vez Akanis empezó a pelear, el rey fue al encuentro de su amado dragón. Los guardias que lo custodiaban, ante tanto ruido, fueron a ver que ocurría en la fogata, dejando la puerta abierta para que Sargón entrase en la tienda donde tenían a Icar. El dragón estaba dormido.
-Psst...psst...Amigo, soy yo...- dijo con un tono de voz dulce.

Icar se despertó y por sus gestos se alegraba de verle. Su ala parecía estar mejor aunque no del todo, pero lo suficiente para salir de allí. Con fuerza quitó los grilletes de las patas de Icar y al salir de la tienda pronunció 《surrum》haciendo que el réptil se elevase hasta los cielos. Una vez ya en el aire, vio cómo estaban hiriendo a Akanis, dándole puñaladas en el tórax. Eran demasiados. Rápidamente decidió descender con Icar y calcinó a los amorreos, quienes llenos de dolor se arrastraban en llamas por la hierba. Una vez se aseguró de que todos los enemigos estaban muriendo o huyendo, aterrizó con Icar hacia donde se hallaba la guerrera. Se arrodilló con ella en brazos y contempló su piel, ahora pálida por la pérdida de sangre.
- Lo siento Akanis...- lamentó el rey.
- Mi rey no os lamenteis . Nací para ello, nací para servir a los dioses. Como mensajera de la diosa Inanna, mi destino era morir en combate.
- No vais a morir Akanis, os llevaré a palacio con los mejores médicos. Allí estaréis bien...

Sargón cogió a Akanis con cuidado y la dejó en el lomo de Icar, luego se subió él y salieron de aquel lugar, en dirección a Acad.

Una vez en palacio, el rey cogió a Akanis en brazos y gritó:
- ¡Un médico! ¡Tráiganme al médico real! ¡Deprisa!

Los guardias hicieron caso y corrieron a buscar al médico real. Éste llegó a los pocos minutos e inspeccionó a la muchacha quien yacía en una cama en una de las habitaciones de palacio.
- Estas heridas...necesitaré alcohol y una aguja para coser las heridas - dijo el médico a su ayudante.

Éste trajo todo lo necesario y empezaron a curarla.
- Te pondrás bien, Akanis...- susurró el rey mientras acariciaba el rostro de Akanis, antes de salir de la habitación.

Tras largas horas de espera, el rey pudo entrar en la habitación y vio a la guerrera recuperando su tono de piel normal. Suspiró de alivio. Parecía que estaba mejorando, aún viviría unos años más. Una vez comprobó que Akanis estaba mejor, la dejó descansar.

Pronto le llegaron noticias de que la batalla había sido perdida y sus hombres capturados. La ira recorrió el cuerpo de Sargón dejándose ver en sus ojos. Debía recuperar a sus hombres, no podía dejarlos con aquellos bárbaros, quién sabe que cosas horribles les harán.

No podía llevar a su dragón pues aún se estaba recuperando, no podía llevarse a Akanis porque las heridas eran muy recientes. Aunque pareciera que estaba solo, sabía que tenía al dios de la Luna de su parte. Así que aquel día, al caer la noche, Sargón fue al santuario de Sin e imploro que apareciese y le ayudase con esta misión. El dios apareció y se negó a ayudarle, con la premisa de que aquellos hombres ya estarían muertos. Sin embargo, le aconsejó que siguiera con la conquista de Amurru, la ciudad debía pertenecer al imperio acadio. A Sargón le indignó que no quisiera salvar a sus soldados, pero él sólo era un hombre, no podía cuestionar a los dioses, así que hizo caso a Sin y siguió con los planes de conquista. Sabía que iba a ser difícil subyugar a los bárbaros del oeste pero debía hacerlo.

Tan pronto como Akanis e Icar se recuperaron, Sargón empezó a organizar un plan para vengarse de aquellos bárbaros amorreos. Debía usar todo su ingenio, pues sería una batalla que perdería si usaba la fuerza, ya que los amorreos eran más feroces y sanguinarios.

Con el jefe del ejército ideó un plan que consistía en que la fuerza de choque principal junto con los arqueros se dividirá en cuatro grupos: dos grupos serían la fuerza de choque, uno sería el flanco derecho y otro el flanco izquierdo. Una vez empiece la batalla, los flancos avanzarian hasta incrustarse en las fuerzas enemigas, obligándoles a reagruparse. Entonces sería cuando la fuerza de choque empezaría a atacar, encerrándolos así entre su ejército. De este modo, no tendrían manera de escapar. Por otra parte, los flancos debían ser fuertes, pues son los que empezarán la batalla y los que obligarán al ejército enemigo a reagruparse.

Otro punto importante eran sus caballos, para que el plan saliese bien los arqueros debían apuntar a los caballos, de esta manera les dejarían sin esa ventaja y podrían tener una oportunidad de ganar.

Tras planear la táctica de guerra que usarían, Sargón pidió a Akanis que instruyera a sus soldados en técnicas de combate para que fuesen más hábiles a la hora de luchar. Entrenó más duramente con Icar y ordenó a sus herreros más habilidosos a hacer una armadura que protegiera más a su dragón.

Tras meses de duro entrenamiento, porfin estaban preparados para la guerra.

Sargón de Acad: El elegido de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora