LA LIBERAZIONE DI EVA: 4

15 7 1
                                    

La luz del sol matutino, proyectada contra su ventana, derramó su oro líquido sobre ella. Los párpados de Bianca se resistieron hasta que no le fue posible hacer otra cosa mas que abrirlos. Frente a ella apareció el techo y, durante un rato, no se movió. Su mente, evitando a toda costa enfrentar sus preocupaciones, divagaba entre los acabados que actuaban como fronteras entre pared y techo. No tenía ánimo alguno de levantarse, pero sabía que quedarse en cama no era una opción. Incluso si fingiera estar enferma, llamaría demasiado la atención; su cuidadora se vería en la necesidad de avisar a su madre, y esta tendría que llamar al boticario. Aquel día, más que cualquier otro, le hubiera gustado ser invisible. Tomó fuerzas y, después de un profundo suspiro, se levantó de un movimiento. Como si la hubiera invocado, llegó su institutriz. Una mujer de unos veintiséis años, cuyo rostro ojeroso y preocupado intuía que ya había pasado por la cama de su padre. Bianca conocía la escena y sabía que aquella mujer no le quedaba más de una semana. Apenas su vientre comenzara a crecer, se iría para siempre. Sin decir nada, seleccionó sin mucho afán un conjunto del guardarropa. <<A esta hora Valentino ya debería estar en el estudio>> pensó mientras ella le ayudaban a vestirse.

Pronto estuvo lista y, siguiendo su rutina, se dirigió al estudio. No eran más de diez minutos los que se tardaba en llegar de un extremo del palazzo al otro. Sin embargo, aquel día, los pasos de Bianca se sentían pesados. Se tomó su tiempo, pues no tenía ninguna prisa. Más que eso, era como si algo dentro de ella esperara que pasara un milagro que evitara el inevitable conflicto. Un temblor frío recorrió su cuerpo cuando, al pasar junto a los jardines, pudo vislumbrar a su madre dando la vuelta en la pared de hierba que por un momento fue su amiga, protegiéndola de aquel oscuro secreto. La imagen volvió a aparecer en su mente: Valentino jadeando y Alessandro devorándolo. Sacudió la cabeza en un intento vano de ahuyentar el recuerdo. Al final, el milagro que esperaba no llegó y ella estuvo de frente a su destino. La puerta del estudio, antes llena de esperanzas, exhalaba un aire de arrepentimiento y pesadez. Tomó aire y empujó. Un rechinido le dio la bienvenida. Dentro, Valentino se sobresaltó, la miró por un segundo y luego volvió la mirada hacia lo que estaba haciendo. Al parecer, su maestro tenía tan pocas ganas de hablar de lo sucedido como ella. Bianca caminó hacia su silla y, sin decir nada, comenzó a trabajar en su boceto. Ocasionales miradas mutuas los distraían de sus tareas. Entre ellos, la conversación nunca fue un esfuerzo. Se entendían a la perfección, casi por una aparente telepatía comunicada por los más sutiles movimientos. Bianca sabía cuándo algo no le gustaba a Valentino, pues la comisura de sus labios se contraía. Mientras que él sabía cuándo ella dudaba por el pequeño temblor de su ojo izquierdo. Sin embargo, aquel momento fue el primero en el que la presencia del otro les incomodaba. Bianca aventuró una mirada furtiva, solo para descubrir que su maestro había tenido la misma idea. Al instante, volvió a su lienzo, fingiendo inocencia, pero sus manos lo delataban. La mayoría de las veces surcaban el plano blanco con suavidad y seguridad; el pincel parecía una extensión de su brazo y la pintura, un rastro de sangre con el que firmaba el panorama. Pero ese día, las manos se movían frenéticas, como si no pudieran decidirse y quisieran estar en todos lados y en ninguno a la vez.

Mientras las horas pasaban, Bianca puso su fe en que no tendría que enfrentarse a lo que pasó la noche anterior y que aquel recuerdo que la atormentaba se disolvería en las opacas aguas del pasado. Entonces, la voz menguante de Valentino cortó el silencio.

—Bianca, sobre lo que pasó ayer... —paró un momento, obligando a caminar a las palabras que se atoraban en su lengua—, no es lo que parece.

—No tienes nada que explicarme —contestó con una voz débil, enterrando el rostro lo más que podía en el papel. Luego, aprovechando un soplo de valor, agregó—. Jamás imaginé que tú...

—No lo digas, por favor... no lo digas —suplicó Valentino. Empapó el pincel de rojo y lo aplastó con furia contra el lienzo— sé lo que soy y sé que no hay lugar en el mundo para alguien así.

BIANCADonde viven las historias. Descúbrelo ahora