LA LIBERAZIONE DI EVA: 8

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Desde las orillas del Arno, una alfombra blanca, surcada y marcada por el paso de caballos y carretas, tapizaba la vía larga. A lo lejos, sobre un cielo pálido, la catedral de Santa María del Fiore se mostraba en su atuendo invernal. Sus muros grises, en un matrimonio entre el estilo gótico y romano, recibían el viento de diciembre y la escarcha que se aferraba a sus ladrillos. Las esculturas se cubrían con un manto claro que se transformaría en agua apenas el sol de mediodía despuntara el firmamento y, más arriba, tiernos copos de nieve salpicaban el domo anaranjado. El campanario de Giotto replicó, llenando Florencia del sonoro golpe de un péndulo contra la campana, y al poco tiempo, como polillas a la luz, los habitantes de la ciudad acudieron a las faldas de la catedral. En vísperas del final del mes, la misa trató acerca de la Navidad, una de las épocas más importantes para su religión. Sin embargo, Bianca no pudo concentrarse. Esperó ese momento toda la semana y el tiempo, que se supone es inalterable, le resultó demasiado lento. Al final, el sacerdote dio al pueblo licencia para irse.

Al salir a la plaza de la catedral, con el débil sol apenas manteniendo a raya al invierno, se comenzó a colocar la galería de arte Medici. La gente esperaba paciente mientras el ejército de criados y trabajadores colocaba los primeros caballetes. Pronto la plaza se llenó de belleza. Nobles y plebeyos, codo a codo ataviados con vestidos exquisitos y simples, dotaban de color y diversidad la calle, como si fueran piezas andantes de arte que observaban con atención las maravillas que artistas florentinos y unos cuantos extranjeros tenían para ofrecer. Había pinturas, retratando rostros y cuerpos, dibujando paisajes conocidos y exóticos, mostrando escenas de batallas y piedad, evocando en el lienzo la naturaleza humana en conjunción con el mundo. La galería también comprendía esculturas que revivían el pasado en piedra caliza, mármol, arsénico y alabastro. Por otro lado, estaban los trovadores y poetas arrancando versos del cielo y notas al viento. Había un par de bailarines, arlequines y marionetas que con su puesta en escena atraían al público más joven. Los Medici, como si alguien lo dudara, una vez más probaban su esplendor haciendo de Florencia tierra fértil de belleza, poblando sus calles con la felicidad que solo un festival de frío y calor podía evocar.

En cualquier otro momento, Bianca hubiera disfrutado cada centímetro, cada pieza, cada experiencia. Sin embargo, ahora no era una simple espectadora, sino que ella era una de las estrellas expuestas, o por lo menos así le había dicho Valentino y Alessandro, uno más efusivo que el otro, por supuesto. Cuando recogieron la pintura, se le dieron instrucciones precisas de lo que tenía que hacer aquel día. Se suponía que debía estar de pie junto a su lienzo como si fuera el complemento de su obra y hablar de ella a cualquiera que se detuviera a mirarla. Entonces se despidió con una reverencia de sus padres y partió acompañada de Valentino, no sin antes invitar con la mirada a Alessandro. No obstante, con un sutil movimiento de su rostro, se negó. Delante de Raffaello, Alessandro parecía el mismo ser cruel y violento, abnegado a su padre. Aunque Bianca aprendió a reconocer el brillo en él incluso en esas situaciones, le seguía produciendo cierto terror verlo como antes.

Sin más, Valentino y Bianca se colocaron en su lugar a esperar. Ráfagas de florentinos pasaban a su lado y, aunque la mayoría apenas le dedicaban un par de segundos para mirarla de reojo y decidir que no era para ellos, Bianca se contentó con aquellos que se detenían. Al principio, los nervios hicieron necesaria la ayuda de Valentino, quien se encargaba de guiar la conversación. Al recibir algunos halagos, Bianca comenzó a sentirse más cómoda y pronto ya no necesitó de su maestro para hablar de su obra.

—Mi cuñada no se equivocó —exclamó una voz a su espalda. Bianca, quien se despedía de un joven artista que la felicitó, giró para encontrarse con el rostro de Giuliano.

—¡Messer! —saludó de inmediato con una reverencia. Iba vestido con un abrigo turquesa y de su hombro colgaba una capa dorada, marcada con los cinco orbes rojos de su escudo.

—Giuliano, por favor —insistió, estrechando su mano. Luego se dirigió a la pintura y la observó—. ¿Cuál fue la inspiración?

Estaba por contestar cuando Clarisa, estrechando manos e intercambiando cumplidos, se deslizó entre la multitud hasta donde se encontraban Bianca y su cuñado.

—Bianca, qué bueno verte —saludó animada. Luego, dirigiéndose a él, preguntó—: Giuliano, qué sorpresa. Pensé que no te gustaba el arte.

—Claro que me gusta, Clarisa —pasó la mano por sus cabellos de oro y una sonrisa se dibujó en su rostro—, solo que a mí me gusta apreciarlo y no armar un alboroto como tú y mi hermano.

—Hablando de tu hermano —dijo—, te está buscando.

—Espero que por nada malo, ¿verdad? —suspiró en un tono que intuía alguna extraña complicidad.

—No lo sé —atajó Clarisa—. ¿Hiciste algo malo?

—Clarisa, no me pongas en evidencia delante de la gente —se burló señalándola. Bianca soltó una pequeña risa que Giuliano contestó con un guiño—. Pero tienes razón, no haré esperar a Lorenzo. Madona de Bardi —se despidió con una reverencia entrenada.

—Ahora que por fin se fue —dijo Clarisa divertida mientras la tomaba del brazo y la alejaba por un momento de la exhibición—, después de la galería tendremos un pequeño banquete en nuestro palazzo. Todos los artistas están invitados. A Lorenzo y a mí nos gustaría que nos acompañaras, Bianca.

—Sería un honor, pero tengo que preguntar...

—Ya he conseguido el permiso de tu padre —interrumpió Clarisa decidida a no aceptar un no por respuesta—. Tu familia también está invitada.

—En ese caso, por supuesto que iré —exclamó con una incontenible emoción en su garganta. Apenas se perdieron en la distancia, corrió hacia Valentino.

—¿No lo vas a creer? —preguntó conteniendo las ganas de abrazarlo allí mismo—. Me invitaron a su banquete, ¡iremos al Palazzo Medici!

—Te lo mereces, Bianca —sonrió—, pero la invitación solo es para tu familia y por mucho que te estime, yo solo soy tu maestro.

—Pero todo es gracias a ti —replicó—. Estoy segura de que no me negarán...

—Es mejor así, Bianca. Además, con la casa sola y sin el peligro de tus padres... tengo otros planes —rió, poniendo su mano sobre su hombro.

—Ah, entiendo —chasqueó la boca—. Supongo que entonces no veré a Alessandro en la fiesta...

—Cierra la boca —dijo de repente colorado.

—Bien, entonces ¿nos vemos en la noche? —preguntó Bianca conteniendo otra risa.

—Estaré en el estudio esperándote —exclamó. Luego, con una pequeña reverencia, se despidió. Bianca lo observó caminar hacia el Arno hasta que se perdió entre la gente. Le debía tanto a Valentino, no solo por enseñarle a pintar. Tenía una deuda que no sabía si podría pagar algún día, pero en definitiva lo intentaría. Quizá en el banquete de los Medici podría sugerirle a Clarisa que volviera a su casa, esta vez poniendo más atención en los trabajos de su mentor.

BIANCADonde viven las historias. Descúbrelo ahora