LA LIBERAZIONE DI EVA: 5

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Los días pasaron como ráfagas hacia el frío mes de noviembre, cuando Valentino logró que Alessandro los acompañara al estudio. Al principio, Bianca, como un animal arrinconado, se mantuvo inmóvil y alerta al verlos pasar a través de la puerta. Sin embargo, aquel hombre era diferente a su hermano. Seguía teniendo la complexión tosca que heredó de su padre y la piel blanca de su madre, pero su expresión, que siempre parecía contorsionada en una mueca, estaba suavizada.

—Buenos días, Bianca, traje visitas —anunció Valentino. Alessandro la saludó con un breve ademán de su mano y ella lo correspondió de la misma forma.

—Te va a encantar, Alessandro —exclamó Valentino, continuando una conversación ya empezada. Luego señaló un punto en el extremo oeste, donde estaba su cuadro titulado "La liberación de Eva" y continuó—: Mira, esto es lo que quería enseñarte. Lo hizo tu hermana, ¿acaso no es maravilloso?

—Sí, es muy bonito —murmuró su hermano, y ella se sonrojó mientras los dos seguían hablando.

Bianca se permitió dejar su miedo en segundo plano para dar paso a la confusión, ya que esta faceta suya era una que no pensó que existiera. Se le notaba tímido, tenía los ojos clavados en el suelo y solo se atrevía a separarlos cuando Valentino le señalaba un boceto o lienzo. Los miraba por un segundo, murmuraba un cumplido y su mirada volvía al suelo manchado de pintura. Ese día no hablaron; de hecho, pasaron un par de semanas para que Valentino se aventurara a dejarlos solos. Bianca no recordaba qué fue lo que dijeron, solo que fue un tema sin mucha importancia. Uno de esos que se elige cuando no se sabe qué decir, pero, de alguna manera, es mejor una conversación vacía que un silencio incómodo. Si forzaba la memoria, le parecía recordar que Alessandro fue el primero en abrir la boca. Le preguntó algo sobre el clima, que comenzaba a enfriar, y ella coincidió, diciendo que, en efecto, últimamente el viento que soplaba desde el río Arno era cada vez más difícil de sobrellevar. Cosa obvia si se considera que el inminente invierno se hacía notar en la leve escarcha descansando sobre las ventanas y con el sol cediendo unas cuantas horas a la noche.

Durante sus catorce años de vida, tenía suerte si veía a Alessandro una vez al mes y, de repente, se volvió alguien recurrente. Pasaba por el estudio todos los días. A veces solo saludaba y se iba de inmediato, poniendo como excusa algún encargo de su padre, y otras veces se quedaba durante horas sin decir mucho, solo haciéndose notar cuando Valentino preguntaba su opinión. En una ocasión, incluso se probó varios de sus intentos fallidos de costura. La imagen de su hermano ceñido en una camisa demasiado pequeña y con una manga más larga que la otra la hizo reír, pero borró la sonrisa en el momento en que se encontró con los ojos de Alessandro.

Era menos, pero se seguía notando la tensión en el aire. Aunque, si se miraba hacia el futuro, había un mar de posibilidades que a Bianca, con cierta cautela, se le antojaban esperanzadoras. Valentino decía que era cuestión de que se acostumbraran a su mutua presencia antes de que fueran buenos amigos. Bianca, por supuesto, estaba escéptica, aunque era verdad que sus interacciones con su hermano se hacían más sencillas con el paso de los días.

Una mañana, un sospechoso Valentino salió del estudio alegando haber olvidado algo. Ambos se quedaron solos y, por un rato, parecían de acuerdo con ignorarse. Para su sorpresa, Alessandro se acercó y, mirando por detrás de su hombro, le preguntó en qué estaba trabajando. Ella, sobresaltada por la súbita cercanía, se limitó a negar con la cabeza y responder que en nada. Luego, adivinando el invisible entrecejo de su mentor, se le ocurrió que aquel comentario sonó mordaz. Rápido corrigió, diciendo que aún era nada, pues no sabía muy bien qué plasmar.

—Quizá puedas dibujarme a mí —propuso. Bianca lo miró sorprendida, pero al notar el esfuerzo de aquella aventurada propuesta en sus dedos rasguñando la palma de su mano, se permitió sonreír.

—Esa es una maravillosa idea —interrumpió Valentino, extasiado, que hasta entonces había estado escondido detrás de la puerta—. Creo que será un reto interesante trabajar con un modelo, ¿no lo crees, Bianca?

—Podemos intentarlo —respondió en voz baja, sosteniendo una sonrisa de media boca. Así comenzó el retrato. Tomó uno de los lienzos de menor tamaño, esos donde solo cabía un rostro, y comenzó a dibujar. Se tomó su tiempo con las facciones. Lo que veía y recordaba era muy diferente. Por fortuna, fue capaz de separar el presente del pasado y dibujarlo como era ahora. Sin su expresión violenta, Bianca advertía un brillo en sus ojos y, con las facciones relajadas, adquiría un tono casi amable y, si no, por lo menos etéreo. Sin embargo, cuando Valentino pasaba detrás de ella, las comisuras de los labios de Alessandro se estiraban para crear una cálida sonrisa. Esa fue la expresión que Bianca quiso capturar, una que le recordaba que aquella pintura era un antes y un después en su soledad, pues ahora tenía dos amigos, y para ella eso no tenía precio.

Luego de un tiempo, terminó el retrato, se lo dio a Valentino y este, después de hacer unas ligeras correcciones, dio el visto bueno para considerar la pintura terminada. Se lo mostró, no sin nervios, a Alessandro ese mismo día. Su hermano lo tomó entre sus manos y lo observó durante un rato que parecía eterno. Bianca no se dio cuenta en qué momento empezó a buscar su aprobación. Quería que le gustara, quería vivir ese sueño que Valentino le pintó, donde la muralla entre ella y su familia podía derribarse.

—Es hermoso, hermana —exclamó bajándolo—. ¿Crees que pueda quedármelo?

—Por supuesto —sonrió complacida, y él agradeció con la mirada.

—¡Ah! Casi lo olvidaba —exclamó Alessandro, dándose una palmada en la cabeza—. Les tengo una sorpresa.

—Bueno, no nos hagas esperar. ¿Qué es? —preguntó Valentino emocionado.

—Tengo que ir con messer Medici para resolver unos asuntos de la familia —explicó—. Se me ocurrió que podrían acompañarme. A él le gusta esto del arte y quizá podría ayudarme tenerlos cerca para entenderme mejor con él, y ustedes pueden contarle de lo que hacen, ¿qué dicen?

BIANCADonde viven las historias. Descúbrelo ahora