CAPÍTULO 7

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El extranjero de hebras doradas no entendía del todo el pánico que se apoderó del rostro de muchos, de hecho debe admitir que se confundió y hasta asustó al ver como la expresión de la morena de anteojos, que desde el principio era iracunda y dispuesta a destrozar todo lo que se interpusiera en su paso, cambió como si de un interruptor se tratara.

Sacó su celular y con una enorme sonrisa (digna de algún psicópata desquiciado) salió corriendo en dirección de donde justo segundos después de escucharse la sirena se oyó una explosión.

Vagamente, confundido y con curiosidad, se preguntó si la misma no apreciaba su vida o si por lo contrario la apreciaba de tal manera que solo al formar parte o presenciar situaciones que la pusieran en riesgo su dopamina se disparaba y solo en esos instantes se sentia verdadermante “viva”.

—¡Hay que esconderse! —una voz algo chillona aconsejó proveniente de una rubia pelicorta, se encontraba abrazada a una pelinegra que tenía algunas partes de su cabello teñido de morado, con un flequillo que tapaba uno de sus ojos.

Inconscientemente estiró su mano para sujetar la muñeca de la joven que se encontraba a lado de él, pero al darse cuenta de su intención se detuvo y observó su extremidad confundido.

—Félix tienes que esconderte, aunque suelen ser inofensivas las akumatizaciones gracias al poder de Ladybug, preferiría que no te pase nada malo antes de que el daño sea revertido —comentó la femenina franco-china.

«Preferiría que no te hicieras daño» fue lo que llegó a su mente y Félix se sorprendió, nuevamente, admitiendo que se estaba cansando de aquella reacción.

¿Cuántas veces aquella joven de iris índigo había logrado sacarlo de su zona de confort?

Era la primera vez que alguien que no era de su familia lo protegía, era la primera vez que alguien que no era de su familia lo defendía, era la primera vez que alguien que no era de su familia se preocupaba por él.

Y todas, absolutamente todas aquellas primeras veces se habían dado por la misma persona.

Quiso sonreír, quiso agradecerle y por un momento hasta quiso abrazarla, sintió que al fin había logrado encontrar a alguien en quien apoyarse y en quien confiar.

No obstante, en el momento exacto en que aquellas sensaciones, deseos y pensamientos lo azotaron, las nauseas también lo atacaron. Se sintió ridículo, quiso burlarse de si mismo y toda la comodidad que había comenzado a sentir fue obligada a hundirse en lo más profundo de su ser, volviendo a usar su fachada neutral.

El se había equivocado, él estaba bajando la guardia y él no podía permitirse eso.

Se burló de si mismo por bajar todas sus defensas en tan poco tiempo, ¿cuánto tiempo llevaban de conocerse?, ¿cuánto tiempo llevaban interactuando?

Su respuesta fue simple: menos de una semana, y aquello lo hizo sentirse peor.

Debido a su autodesprecio, destruyéndose aún más, se imaginó y comparó a un perro que movía la cola ante una mínima señal de aprecio.

Le dio asco.

Por un momento pensó que debía alejarse, volver a subir todos los muros que en tan poco tiempo la contraria había destruido y alejarse, alejarse lo suficiente para no volver a hundirse en las olas que se ocultaban debajo de sus pestañas y aumentaban con fuerza en lo profundo de sus iris.

Una mano suave con un apretón fuerte, pero al mismo tiempo delicado lo sacó de sus pensamientos.

—¡Félix tienes que esconderte! —la de iris índigo le ordenó. El observó su espalda, descendiendo al punto en donde sus dos cuerpos se unían y como si de un bucle se tratara, se volvió a deleitar con el tono que ella había ocupado para tratarlo.

Parfait pour moi (felinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora