Capítulo 28: Felicidad

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Akemi estaba recostada en la cama del hospital, con la luz suave del atardecer filtrándose por la ventana

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Akemi estaba recostada en la cama del hospital, con la luz suave del atardecer filtrándose por la ventana. La habitación estaba tranquila, solo se escuchaba el leve zumbido de los aparatos médicos y el susurro ocasional de las enfermeras al pasar por el pasillo. En sus brazos, descansaba su hija, Rina, envuelta en una mantita rosa.

La pequeña buscaba con sus labios el pecho de su madre, inquieta pero hambrienta. Akemi, aunque algo nerviosa, sentía una calidez profunda al mirar a su hija. Era tan pequeña, tan delicada, y no podía creer que la había llevado en su vientre durante tantos meses. Ahora, al tenerla en sus brazos, sentía un vínculo que ninguna palabra podría describir.

Con una mezcla de timidez y amor, Akemi ajustó su postura, levantó suavemente su camiseta, y guió a Rina hacia su pecho. La bebé, con un instinto natural, se aferró y comenzó a succionar con pequeños movimientos. Akemi sintió una ligera incomodidad al principio, pero pronto fue reemplazada por una sensación de conexión indescriptible. Era su primer momento juntas de esa manera, y se sentía como si el tiempo se hubiera detenido.

—Lo estás haciendo muy bien, pequeña —susurró Akemi, su voz quebrándose de emoción mientras acariciaba la cabeza de su hija con ternura.

Damian, que había estado sentado cerca, se acercó en silencio y se inclinó para observarlas mejor. Ver a Akemi amamantando a su hija por primera vez lo conmovió profundamente. La serenidad en el rostro de su esposa y la forma en que Rina estaba tan segura en los brazos de Akemi le hizo darse cuenta, una vez más, de lo afortunado que era. Con una sonrisa pequeña pero sincera, se sentó junto a ellas y posó una mano en el hombro de Akemi.

—Es perfecto —murmuró él, su voz suave, como si no quisiera interrumpir la magia del momento.

Akemi lo miró y sonrió débilmente. Estaba agotada, pero esa fatiga quedaba en segundo plano ante el amor abrumador que sentía por su hija. Rina seguía alimentándose con tranquilidad, completamente ajena al mundo que la rodeaba, solo enfocada en el consuelo y el calor de su madre.

—Es increíble —respondió Akemi en un susurro—. Nunca pensé que algo tan simple pudiera sentirse tan... completo.

El silencio que siguió fue reconfortante, mientras ambos padres miraban a su hija con admiración. La luz del atardecer continuaba bañando la habitación, envolviendo a la nueva familia en un cálido resplandor, y Akemi, con su hija en brazos, sintió que ese momento sería un recuerdo que atesoraría para siempre.

Akemi estaba sentada en una silla junto a la cuna de Rina, observando con una sonrisa serena cómo su hija dormía profundamente. El pequeño cuerpo de la bebé se movía ligeramente con cada respiración, y su carita, tan similar a la de Damian, lucía tranquila y satisfecha. Verla dormir así le daba a Akemi una sensación de paz que jamás había experimentado.

El cuarto estaba en penumbra, con la luz suave de una lámpara al lado, lo suficiente para ver pero no para molestar el sueño de Rina. Akemi se recostó en la silla, aún mirando a su pequeña, sin dejar de pensar en lo afortunada que se sentía. Todo lo que había pasado —las misiones, las aventuras, los peligros— la habían llevado a este momento.

ᴠɪɢɪʟᴀɴᴛᴇ sʜɪᴛ ᵈᵃᵐᶤᵃᶰ ᵃˡ ᵍʰᵘˡDonde viven las historias. Descúbrelo ahora