- Juntos por siempre -

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Aquel alegre hombre iba caminando por el barrio dirigiéndose a casa, saludando a sus vecinos tal y como acostumbraba a hacer.

Él era muy conocido por el barrio, muy querido también. Siempre le mostraba una sonrisa a todo el mundo, era carismático, un muy buen vecino, pero por sobre todas las cosas: era un hombre enamorado, uno que estaba felizmente casado. El hombre amaba a su esposa, vivía por ella, era lo que más atesoraba. Con frecuencia expresaba que no sabría que hacer sin ella en su vida. Por ello, era conocido como un marido devoto a su mujer, dedicado, amoroso, etc. Un esposo perfecto, un hombre perfecto.

Estando apunto de abrir la puerta de su casa, lo detiene una de sus vecinas: la señora Marta.

— ¡Señor Leonardo! ¿Cómo está su esposa? Hace días no la hemos visto por el barrio.— El hombre, cuando volteó a verla, le sonrió con amabilidad.

— No se preocupe, Celeste está bien. Es solo que ha estado enferma estos días. Nada grave, pero no iba a permitirle a mi amada esposa salir en ese estado, quiero que se mejore bien. — Aquel hombre explicó detalladamente, la vecina sonriéndole con ternura.— Tan preocupado que es usted...mándele saludos a Celeste de mi parte, y que ojalá que se mejore pronto.

— Muchas gracias, señora Marta, se lo haré saber.— Leonardo contestó, volviendo a girar la llave con intenciones de abrir la puerta, pero su vecina la detuvo de nuevo.

— ¡Ah! ¡Una cosa más! Perdóneme que lo moleste...— Leonardo volvió a voltearse, nunca quitando su sonrisa del rostro.— Si su mujer está muy enferma...—La señora comenzó a hablar.— ¿Me dejaría venir a cuidarla?— Leonardo soltó una sutil carcajada.— Señora Marta, no es necesario. Celeste no está grave, solo que no quiero exponerla a este clima tan irregular que estamos teniendo hasta que se mejore por completo de su resfrío. Además, no quiero exponerla a usted a enfermarse también, me imagino que debe y quiere mantenerse con buena salud. Pero gracias de todas formas.

La señora pensó, pero luego sonrió y asintió.— Está bien, comprendo. De verdad perdón por retenerlo aquí. Bueno, no le quito más tiempo, yo también me voy a mi casa. ¡Cuídese, hasta mañana!— La señora se despidió, El hombre le sonrió y finalmente entró a su casa, cerrando la puerta detrás de él.

La casa estaba oscura por dentro, pero era normal, considerando la hora que era.— Ya llegué a casa, amor.— Él exclamó con una sonrisa. Silencio.

— Perdón por dejarte sola tanto rato, tuve una reunión a última hora.— Leonardo siguió contándole su día a su mujer, quien aún permanecía en silencio.

— Por cierto, la señora Marta te manda saludos.— El hombre continuó. Cuando terminó de sacarse la chaqueta, comenzó a caminar hasta el dormitorio para ir a ver a su esposa, quien estaba acostada en la cama, tapada prácticamente hasta la cabeza con las sábanas. — Hola, corazón. ¿Cómo estás? — Él sonrió, alegremente yendo a la cama a acostarse junto a ella. La destapó un poco, solo para dejar ver al cuerpo sin vida de su mujer. Su piel pálida, casi verde, junto con unas pocas moscas que se habrían colado en la habitación de alguna forma, algunas parándose sobre ella. Leonardo espantó algunas moscas que se paraban en ella, abrazando a su difunta amada por la espalda antes de darle un beso en la mejilla. Por más asqueroso que fuese el olor que ya se comenzaba a formar mientras transcurrían los días y lo repulsivo que resultaba el estado de putrefacción en el cual se hallaba el cuerpo de la mujer, él seguía amándola con toda su alma, si es que esa retorcida mente podía realmente amar.

Cuando se aburrió de susurrarles cosas al oído, se levantó de la cama para ir a la cocina, pero se detuvo para mirarla por última vez.

— ¿Ves que podemos estar bien? Podemos tener un matrimonio feliz. Sabes que el divorcio no nos queda bien. Que bueno que no me dejaste. No sé que haría sin ti. Pero eso ya no importa, ahora estaremos juntos por siempre.

cuentosWhere stories live. Discover now