0004 | amor infinito

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Septiembre 20, 2015
Circuito callejero de Marina Bay.
Singapur.

El avión comenzó su descenso hacia Singapur, y la emoción en ellos era palpable. Ana y Alex habían pasado una semana en Argentina con su mamá, su semana libre de sus actividades la usaron para ir a ver a quien extrañaban siempre y a quién deseaban ver en cada carrera de ambos pero Alba tenía su vida en otro país y lejos.

Alba asistía a poquísimas carreras de sus dos hijos y ni siquiera Nik estaba siempre con ambos porque imposible partirse a la mitad así que se repartía entre sus dos hijos pero siempre se encargaba que en la carrera de ambos estar presente de alguna manera y que ellos estén bien acompañados y cuidados. Sobre todo Ana, que era una mujer adolescente en un mundo lleno de hombres, siempre a su alrededor tenía gente que Nik contrató de confianza para que la acompañen absolutamente a todos lados y la cuiden de todo su alrededor. Con su edad todavía la acompañaba la mujer que la cuidó desde que nació, Amy, y que para ella era su otra mamá y la amaba con su vida.

Volviendo a Singapur, Paulo, el padrastro de Ana, miraba por la ventana con una sonrisa de oreja a oreja, sus ojos brillando de entusiasmo.

–¡Miren eso! —exclamó, señalando las luces de la ciudad que se extendían debajo de ellos—. Los circuitos callejeros son mis preferidos y más de noche.

Ana, sentada junto a él, apenas podía contener su propia emoción. Su mente estaba llena de pensamientos sobre Charles y el reencuentro que tanto había esperado.

–Sí, va a ser increíble —dijo Ana, aunque su mente estaba en otro lugar—. No puedo esperar para ver a Charles.

–¿Y la carrera? —preguntó Alex riendo.

–Si también, pero Charles más.

En el asiento de al lado, Aixa, de nueve años, estaba visiblemente cansada y fastidiada por el largo viaje. Se removía inquieta, tratando de encontrar una posición cómoda.

–Mamá, ¿Cuánto falta? Estoy cansada —se quejó, con un tono de voz que reflejaba su agotamiento.

Alba, sentada al otro lado del pasillo, se inclinó hacia su hija menor con una sonrisa comprensiva.

–Ya casi llegamos, hija —dijo tratando de calmarla—. No más espero que en el hotel descanses y no empieces a correr para todos lados.

Aixa suspiró y se recostó en su asiento, cerrando los ojos con la esperanza de que el tiempo pasara más rápido pero sabiendo perfectamente que ya en el hotel se iba a ir todo su cansancio.

–Paulo, ¿Tenes los pasaportes y los documentos listos? —preguntó Alba, organizando las bolsas de mano.

–Sí —respondió todavía mirando por la ventana—. Increíble lugar este, mis pensamientos cada vez que vengo acá es mudarme y empezar una nueva vida.

hilo rojo ; charles leclerc Donde viven las historias. Descúbrelo ahora