Destruído
Escuché que tocaban la puerta, me levanté, me acomodé, salí a lavarme las manos. Por desgracia, Julián estaba parado observándome a los ojos, notando mi tristeza y preocupación.
— Sé que no estás bien, pero no es necesario lastimarte — me tomó las manos con cuidado; sus ojos se tornaron cristalinos —. Te traje un poco de ropa.
— Déjame sola, Julián, sola debo estar — susurré, soltándome de su agarre.
— No, tú me tienes a mí — me volvió a agarrar, esta vez en las muñecas —. Tú estuviste cuando estaba solo; es hora de hacer lo mismo.
No pude contener mi llanto; fui a los brazos de él, rindiéndome fácilmente, dejándome que me abrazara.
— Todo estará bien, Señorita Esther — se separó de mí para darme un beso en la frente y entregarme mi bolso. Me había dicho que, cuando yo salí al baño, él tomó mi bolso y las llaves de mi casa para ir a buscar ropa más cómoda. Amé ese gesto.
Entré al cubículo a ponerme la cómoda sudadera y un camisón ajustado, de color negro. Salí a peinarme y mirar al espejo; Julián se quedó mirándome sin disimular. Yo no me sentí incómoda por eso.
— No sé por qué dicen que eres flaca y fea; eres hermosa para los ojos de un artista — me miró coquetamente —. Además, no eres flaca; flaca es la chica de pelo largo que parece que se la llevará el viento. No eres flaca, eres delgada y, con todo respeto, tienes un buen cuerpo; deberías ser modelo.
Yo sonreí sin ánimo; sabía que lo hacía para hacerme sonreír o subirme el ánimo, demostrándome que yo era hermosa así como estaba. Julián se acercó a mí para curar mis heridas y secar mi rostro; ese chico era lindo conmigo. Luego, me ayudó a hacer una trenza en mi cabellera larga y rojiza. Él, como acto de confianza, me repartió besitos por todo el rostro, diciendo que era muy hermosa y que no le gustaba verme llorar. Yo me torné como un tomate pasado de cosecha.
Salimos del baño para irnos a la clase nueva; entramos como si nunca hubiera pasado lo que pasó. Julián iba detrás mío, observando mis caderas, si lo había pillado, pero no le quise decir nada; solo era un chico. Nos sentamos juntos; el profesor de la siguiente clase entró; yo saqué mi libreta para anotar todo.
— Señorita, usted, la pelirroja de ojos bonitos — levanté la vista y miré a todos los ángulos para ver si llamaban a otra alumna
—. Tú — me señaló.Yo me levanté y fui a su escritorio.
— ¿Todo bien? — me miró a los ojos; yo asentí —. Si no te sientes bien, puedes decirme, ¿ok?
Yo asentí de nuevo; el profesor de Ciencias Sociales era muy amable con todos sus alumnos, igual que los otros profesores. Menos ella.
Yo volví a mi asiento, me fijé en Ana, quien estaba desanimada; me preocupé por ella. Seguí anotando todo y escuchando con atención. El profesor habló de una actividad de pareja para la siguiente semana; por eso, me tocó con Julián.
Las clases terminaron por razones muy importantes de la institución. Observé a Ana, que empacaba sus cosas; me acerqué a ella; Julián me había dicho que me esperara en la salida. Todos se fueron, quedándome sola con Ana.
— ¿Pasa algo, Ana? — le tomé la mano.
— No, yo estoy bien — se soltó del agarre, ceñuda.
— Sé que pasa algo; sabes que puedes confiar en mí, Ana.
Ana vio su celular, endureció la expresión.
— Después hablamos — tocó mi hombro y salió corriendo. ¿Qué habría pasado? Siempre hablábamos con frecuencia.
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Intruso [En curso]
RomanceQuién hubiera pensado que esa voz gruesa y estúpida podría manipularme hasta el punto de descubrir los secretos de las personas que creía ser normales. Sin hablar de que puedo sentir que me observan todo el tiempo, como si estuviera viviendo en una...