Capitulo 5

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Destruído

Escuché que tocaban la puerta, me levanté, me acomodé, salí a lavarme las manos. Por desgracia, Julián estaba parado observándome a los ojos, notando mi tristeza y preocupación.

— Sé que no estás bien, pero no es necesario lastimarte — me tomó las manos con cuidado; sus ojos se tornaron cristalinos —. Te traje un poco de ropa.

— Déjame sola, Julián, sola debo estar — susurré, soltándome de su agarre.

— No, tú me tienes a mí — me volvió a agarrar, esta vez en las muñecas —. Tú estuviste cuando estaba solo; es hora de hacer lo mismo.

No pude contener mi llanto; fui a los brazos de él, rindiéndome fácilmente, dejándome que me abrazara.

— Todo estará bien, Señorita Esther — se separó de mí para darme un beso en la frente y entregarme mi bolso. Me había dicho que, cuando yo salí al baño, él tomó mi bolso y las llaves de mi casa para ir a buscar ropa más cómoda. Amé ese gesto.

Entré al cubículo a ponerme la cómoda sudadera y un camisón ajustado, de color negro. Salí a peinarme y mirar al espejo; Julián se quedó mirándome sin disimular. Yo no me sentí incómoda por eso.

— No sé por qué dicen que eres flaca y fea; eres hermosa para los ojos de un artista — me miró coquetamente —. Además, no eres flaca; flaca es la chica de pelo largo que parece que se la llevará el viento. No eres flaca, eres delgada y, con todo respeto, tienes un buen cuerpo; deberías ser modelo.

Yo sonreí sin ánimo; sabía que lo hacía para hacerme sonreír o subirme el ánimo, demostrándome que yo era hermosa así como estaba. Julián se acercó a mí para curar mis heridas y secar mi rostro; ese chico era lindo conmigo. Luego, me ayudó a hacer una trenza en mi cabellera larga y rojiza. Él, como acto de confianza, me repartió besitos por todo el rostro, diciendo que era muy hermosa y que no le gustaba verme llorar. Yo me torné como un tomate pasado de cosecha.

Salimos del baño para irnos a la clase nueva; entramos como si nunca hubiera pasado lo que pasó. Julián iba detrás mío, observando mis caderas, si lo había pillado, pero no le quise decir nada; solo era un chico. Nos sentamos juntos; el profesor de la siguiente clase entró; yo saqué mi libreta para anotar todo.

— Señorita, usted, la pelirroja de ojos bonitos — levanté la vista y miré a todos los ángulos para ver si llamaban a otra alumna
—. Tú — me señaló.

Yo me levanté y fui a su escritorio.

— ¿Todo bien? — me miró a los ojos; yo asentí —. Si no te sientes bien, puedes decirme, ¿ok?

Yo asentí de nuevo; el profesor de Ciencias Sociales era muy amable con todos sus alumnos, igual que los otros profesores. Menos ella.

Yo volví a mi asiento, me fijé en Ana, quien estaba desanimada; me preocupé por ella. Seguí anotando todo y escuchando con atención. El profesor habló de una actividad de pareja para la siguiente semana; por eso, me tocó con Julián.

Las clases terminaron por razones muy importantes de la institución. Observé a Ana, que empacaba sus cosas; me acerqué a ella; Julián me había dicho que me esperara en la salida. Todos se fueron, quedándome sola con Ana.

— ¿Pasa algo, Ana? — le tomé la mano.

— No, yo estoy bien — se soltó del agarre, ceñuda.

— Sé que pasa algo; sabes que puedes confiar en mí, Ana.

Ana vio su celular, endureció la expresión.

— Después hablamos — tocó mi hombro y salió corriendo. ¿Qué habría pasado? Siempre hablábamos con frecuencia.

Intruso [En curso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora