Capítulo 2

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El reloj marca la hora en la que la oscuridad comienza a predominar en el cielo. Gotas inciertas resbalan por los cristales de los ventanales. Los focos titilan, haciéndonos la idea de que la luz se podría ir en cualquier momento; falsa alarma. El ambiente emanaba de aquel característico aroma a granos tostados, con notas de nuez y chocolate amargo, tan cargado que, de tan sólo olerlo, despertaba todos tus sentidos.

Al colocar un cartel de la conferencia en la entrada de la sala audiovisual, una ráfaga húmeda hace volar mis cabellos, y por poco se lleva consigo el letrero. Entro sin haber cumplido la misión, tiritando. Una de las coordinadoras de la facultad me releva a otra tarea: acomodar el escenario.

Despliego cinco sillas en la longitud de la mesa, asegurándome rigurosamente una alineación correcta. Extiendo un mantel azul marino, color que va acorde a la paleta sobria de la universidad, cubriendo las cuatro esquinas y dejando caer el sobrante por los bordes. Mientras deshago las arrugas, aplanando la tela con mi palma, el coordinador Bennett se aproxima a mí para empezar a pasarme los micrófonos, uno por uno, junto a sus bases; después, de la misma manera, coloco aguas embotelladas al tiempo. Me retiro un poco para apreciar el plano. Comenzaba a tomar forma.

Reviso la calidad de sonido del micrófono que fue asignado para el podio. Golpeo con mis dedos repetidamente contra la rejilla del aparato; hago una pausa minúscula y luego pruebo con mi voz. La música instrumental de fondo se ve interrumpida.

—Un, dos. Un, dos. Hola, hola —mi voz se amplifica por las bocinas, rebotando por cada pared.

Repito la misma tarea en los micrófonos destinados a los cinco participantes; el sonido es limpio y claro. La música continúa. Todo parece marchar bien.

—Miranda, ¿podrías encargarte del proyector? —pide la profesora Moore, extendiéndome el control del aparato, sin despegar la vista del portátil.

Acato la orden y tomo el control. Presiono el botón que lo hace encenderse, y un zumbido emerge de adentro; permanece desplegando el logo de la compañía a la que pertenece. Configuro con un par de clics, sincronizando el dispositivo con la computadora, hasta que revela el contenido en el pizarrón interactivo. Desde su lugar, la profesora Moore me da su aprobación con un pulgar arriba.

Al parecer, todo estaba en su lugar; al menos las tareas que me fueron asignadas a mí. Me arrimo a una de las esquinas de la sala, justo en donde está el stand del café, a cargo de una de las estudiantes que más reconozco; coincidimos con una sonrisa marcada. Como que no quiere la cosa, recargo mi peso en el lumbar de uno de los asientos de enseguida.

—¿Gusta un vasito de café, señorita? —invita de forma amistosa la azabache.

—En un rato más, tal vez —contesto a la vez que saco mi celular.

Hago un paréntesis, reconsiderando la oferta.

—¿Sabes qué? Mejor sí. Sí quiero un poco —añado decidida, con un leve gesto de asentimiento.

Me entrega mi café hirviente; lo endulzo con unos sobrecitos amarillos y, con un palito de madera, ayudo a los terrones a diluirse. Se me escuece la piel de la mano, a pesar de que la superficie del vaso es lo suficientemente gruesa. Me decido por esperar un rato más, antes de cometer la imprudencia de quemar mi lengua.

Volteo a ver lo que ocupaba mi otra mano; ¡claro! El celular. Mi mero y único propósito era revisar qué tanto ha avanzado el tiempo, pero terminé percatándome también de una notificación de iMessage. Antes de siquiera lograr desbloquearlo, mis oídos agudizan el sonido de unos pasos firmes aproximándose. Por consecuencia, levanto la mirada en el momento exacto en el que Nicholas entra al audiovisual, acompañado de los otros cuatro anfitriones; hacen un alto para cerrar sus paraguas. Avanzan y corresponden a la bienvenida de los coordinadores, y de uno que otro docente, con un apretón de manos. El castaño irradia una seguridad y concentración que debilitaría a cualquier oponente, comenzando por mí. Se dispersan, pero él sigue el paso de los que toman asiento con la naturalidad de quienes ya conocen bien el escenario.

𝐢𝐥𝐥𝐢𝐜𝐢𝐭 𝐚𝐟𝐟𝐚𝐢𝐫𝐬 ; nicholas chavezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora