Mis tacones resuenan en el mosaico pulido, creando un eco que golpea con los estantes próximos. Llego al escritorio, mi referencia de destino porque, a pesar de la inmensidad de la biblioteca, no sabía a dónde más huir. Pero de qué me sirvió, si no conseguí escabullirme de él; me seguía inevitablemente.
Deslizo mis dedos por el asidero del trolley, apartándolo de mí. Alargo cada segundo con mi lentitud, queriéndole imposibilitar el paso al tiempo; y continúo así hasta que, finalmente, lo suelto por completo. Me refugiaba en cualquier excusa que me permitiera seguir escapando de Nicholas, prolongándola para rematar, pero ya no quedaba ninguna que pareciera razonable.
Con los nervios a flor de piel, doy media vuelta, encontrándome así con su fisionomía. Está más cerca de lo que imaginé; tanto, que puedo percibir mejor las notas de su fragancia. Tiene los puños hundidos en los bolsillos del pantalón y su cara expresaba calma; no le podía dar más igual cuántos segundos transcurrieran.
Descubre sus dientes al sonreírme. Ladeo un poco mi cabeza, mostrándome como un lienzo en blanco.
—Y... ¿Qué opinas? ¿Cómo estuve en la conferencia? —pregunta, mostrándose curioso y vulnerable.
—Muy bien —contesto sin inmutarme—. Tu dicción fue muy correcta y fuiste muy fluido con tus palabras —cruzo mis brazos sobre el pecho.
Mi valoración lo pone contento. Me dejo caer ligeramente en el marco del mostrador y desvío mi atención hacia mis zapatillas, como un método tácito de escape.
—¿Sí piensas leerlo?
—No lo sé —entorno los ojos.
—¿No lo sabes? —repite, hilarante.
—Si te deja más tranquilo, lo pondré en mi lista de "ya veremos".
Sentí un cosquilleo en todas mis extremidades a causa de esta atmósfera intimidante que él creaba. Atmósfera excitantemente intimidante. Me cohibía, me hacía chiquita, pero no permitiría que se enterara.
—Si no lo lees, ¿cómo podrás comprobar lo apasionado que soy en lo que hago? —inquiere, dejando entrever una sutil agresividad en su tono—... ¿O te gustaría que te lo demuestre de otras maneras?
Mi pupila se agudiza. Tengo un espasmo que detiene todos mis sistemas internos por un santiamén. Trago en seco. Son difíciles de digerir sus palabras, porque está jugando con la carta de la vergüenza retrospectiva. Su mirada me acecha, expectante a cualquier movimiento; siento que mis respiros están siendo contados bajo su ojo clínico.
—¿Miranda? —interpela, haciéndose el tonto.
Ha volcado mi inestabilidad, y así logró desarmarme. Mi lengua se entorpece y mis métodos de improvisación se esfuman, quedando indefensa.
—¿Y cómo se supone que vas a demostrármelo? —pregunto en un tono tan incrédulo, tanteando el terreno ciegamente, pero mis gestos vislumbran el delirio que nace en mí—. Es más, hace mucho calor aquí. ¿Tú no tienes calor?
Y así es como logro tajar el asunto desde la raíz. Esperen, sí hace calor; ¿dejaron la calefacción encendida?
Impido que cualquier objeción salga de su boca con mi intención de quitarme el saco. Nicholas rápidamente entiende mis movimientos y, voluntariamente, me ayuda. Con gestos cuidadosos, me despoja de mi abrigo desde mis espaldas. Apenas siento sus yemas rozar la extensión de mis brazos por encima de la tela de mi camisa; una agitación fugaz estalla en mi pecho. Nuestras auras hacen todo lo posible por unirse, pero, al no lograrlo, provocan que el aire entre nosotros se espese, cargado de tensión y pesadumbre. Me libera de mi saco y vuelvo a coincidir con Nicholas.
Se cruza mi prenda en el antebrazo y yo le regalo un "gracias" desde lo más profundo de mi cohibición. Su atención se centra en mi cara, pues no había nada más para entretenerse, o al menos eso pensaba, hasta que vi sus ojos descarrilarse a mi escote; de nueva cuenta, se roba todo el protagonismo. Había más botones desabrochados que de costumbre, dándole paso al encaje de mi sostén para lucirse.
Estando algo desorientada, frunzo mi ceño ante su breve y notoria desconexión. Pero, en un chasquido de dedos, él vuelve en sí y carraspea, como si intentara reanudar el hilo de una conversación que nunca existió.
Mis mejillas hierven. "¿Cuál es su fijación con mis senos? Ni siquiera son tan grandes, apenas cabrían en sus manos", pienso.
Ahora, como por parte de magia, le parecen tan interesantes los ductos de ventilación. Sé que la vergüenza le carcome la mente, preguntándose si fue tan obvio en su indiscreción. Tengo todo el derecho de actuar ofendida, pero mi ego se está regocijando en realidad. La balanza se inclina a mi favor, ofreciéndome la oportunidad de tomar las riendas de la situación; mis ganas de aceptarla están a punto de despegar, pero cebo cualquier idea, reivindicándome en mi sensatez.
Mi comisura se curva ligeramente, formándose una sonrisa divertida. La pólvora de mis impulsos se manifiesta en el vislumbre de una risa al verlo frotar su incipiente barba repetidamente. Mi risita es música para sus oídos, parece que le da esperanza de volverse a poner en sintonía conmigo.
—Quería, uh... Respecto... Respecto a tu café que se cayó hace rato—en su tono revela que duda al hablar—, quería proponerte una cosa.
Alzo mi ceja, denotando curiosidad.
—¿Qué te parece si te invito uno para compensar ese? —plantea, esforzándose por sonar casual.
Despliego mi boca, en son de asombro, y luego se transforma a una sonrisa.
—Licenciado Nicholas Chavez, ¿me está invitando a una cita acaso? —pronuncio cómicamente, dramatizándolo.
El temblorcito de su labio hace que me deleite. Me asiente con la cabeza un par de veces.
Me detengo un instante, haciendo un ademán de consideración que lo tiene a la expectativa de mi respuesta; hago un gesto y muerdo el extremo de mi índice, enfatizando cada acción. Juego con la idea de aceptar o rechazar la salida; la picardía está latente en mí, pues, ese es el poder que me ha concedido. Estiro su certidumbre al evitar darle mi sí o mi no, como una liga a punto de romperse. Mi travesura se nutre de su semblante curioso. Y a este punto, no distingo si lo frustra mi silencio o el misterio de mi respuesta lo intriga aún más.
—Quizás... sólo quizás... —el conjunto de mis gestos lo hacen ir al borde de la expectación...
... sin embargo, dejo la ambigüedad flotando en el aire. Veo el momento exacto en el que los rasgos de Nicholas se oscurecen en desilusión. Doy media vuelta, decidida a abandonar la biblioteca.
Me resisto a mirar para atrás; mi pecho se ensancha de dignidad. Entonces, percibo un trote apurado para alcanzarme. Me detiene a unos metros antes de la salida. Mi corazón bombea más rápido, emocionado, y cada latido desprende destellos de ilusión.
"Sabía que no me iba a dejar ir tan fácil", pienso ególatramente.
Pero extingue cualquier chispa, así como yo lo hice con las suyas.
—¡Miranda! —vocifera y volteo—. No olvides tu saco... Que tengas buena noche.
Una semblanza resignada y un tono desalentado exteriorizan su sentir. De ese modo, me deja con los pies plantados en ese sitio, y él continúa el sendero que yo comencé.
Camino por el estacionamiento, en el pavimento humedecido. La lluvia ha cesado, pero ha dejado centenares de huellas que la incriminan. Las corrientes de aire me ayudan a minimizar el sofoco con el que salí de allá adentro, pero no tienen el mismo efecto con el libido que Nicholas despertó en su momento. Saco mi celular del bolso, con la intención de pedir un Uber, pero me reencuentro con esa notificación que aguarda pacientemente en la bandeja de entrada. Paro en seco. Es él.
Mi calentura se achispa junto a la adrenalina. No lo dejo pasar... No lo puedo dejar pasar. Deslizo mi dedo hasta dar con el ícono de llamada en su contacto. Presiono, y enseguida tengo el intermitente timbre de espera retumbándome en el oído.
—¿Estás ocupado? —pregunto sin preámbulos una vez que me contesta, con ese tonito que él conoce bastante bien—. Ven por mí, Coop. Estoy demasiado caliente.
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𝐢𝐥𝐥𝐢𝐜𝐢𝐭 𝐚𝐟𝐟𝐚𝐢𝐫𝐬 ; nicholas chavez
Fanfiction𝑵𝑰𝑪𝑯𝑶𝑳𝑨𝑺 𝑪𝑯𝑨𝑽𝑬𝒁 • 𝑪𝑶𝑶𝑷𝑬𝑹 𝑲𝑶𝑪𝑯 Miranda es secretaria en la biblioteca de la Universidad de San Diego. Ella siempre ha mantenido el equilibrio entre su vida profesional y su vida íntima, pues, bajo esa apariencia prudente que l...