Capítulo 4

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Me acurruco en mi lugar, hundiéndome más en la esponjosidad del colchón, dándole rienda suelta a las promesas de sueño. Ya olvidaba la frescura con la que te envuelven estas mantas. Debido al movimiento fluctuante de las cortinas, la luz nocturna se filtra por donde encuentra cabida, chocando contra mis párpados modorros; me quejo en un murmullo. Regreso a la vida, sin quererlo en absoluto, al sentir tal perturbación y el hueco de ausencia a mis espaldas.

Entreveo su silueta con dificultad, moviéndose de un lado a otro en la habitación. Mis pestañas se niegan a desprenderse las unas de las otras, pero la curiosidad es más fuerte que la pesadez de la somnolencia. Enderezo mi torso, incorporándome a medias y a como me permiten mis fuerzas entumecidas; apoyo una mano en el colchón para sostener mi cuerpo, mientras que con la otra sujeto las sábanas para cubrir mi piel desnuda.

Está inclinado, revolviendo la ropa esparcida en el suelo, y sus pupilas se consumen en una búsqueda que hace que mi presencia pase a segundo plano.

—¿Era esta o trajiste otra? —alza la prenda para mostrármela.

Le asiento en silencio mientras mis comisuras se remarcan en mis mejillas.

—Esa —respondo sin mucho afán.

Cooper lanza la camisa hacia mí. Alzo mis manos con la intención de atraparla, pero irremediablemente fallo por la naturaleza de mi aperezamiento. Y tan pronto como cae en mi regazo, siento que la impregnación de fragancias, que se combinaron en el arrebato anterior, inunda mis fosas nasales. Pero a mi olfato clínico no se le escapa ni la más mínima partícula de efluvios, y reconozco el tercer aroma que alcanza a escabullirse... Se desencadena en mí un suspiro que va desde lo más profundo de mi pecho.

La quietud se proliferaba sin impedimento alguno, más que los resoplidos manifestados por ambas partes. Era una quietud insustancial, un espacio sin peso. Pero no me sentía plena, como si ya me hubiera acostumbrado a la tensión a la que aquel castaño nos inducía en cada interacción, como si necesitara esa sensación adrenalínica de pender sobre un hilo. Mi subconsciente me da un porrazo con un periódico enrollado, recordándome que estoy frente a Cooper y no de Nicholas.

—¿Qué, ya estás pensando en la próxima vez? —me lanza un vistazo cargado de chiste mientras se incorporaba.

Bufo una vaga risa, o al menos un amago de ella.

—Creí que ya te tenía que dar como caso perdido —confiesa, sacado de la pena.

Alzo mi mirada para hacer contacto visual. Mis dedos juguetean con los botoncitos de mi camisa, aún sin habérmela puesto. Me sorprendo que haya desistido del silencio, pero no esperaba que lanzara aquel dardo envenenado de picardía. Le surca una sonrisilla desafiante, exteriorizando una motivación traviesa. Oh, Koch, como si no supiera lo mucho que te gusta desafiar a mi ego.

Ciño mi entrecejo, evidenciando lo absurdo que me ha parecido su comentario.

—Ajá... No creo que tengas una razón congruente para pensarlo —objeto, destilando incredulidad.

—Sí, ya lo comprobé —sus pupilas se encienden.

—¿Qué comprobaste? —luzco escéptica de cualquier insinuación.

—Que no has tenido otro amante, aparte de mí, en estas últimas semanas —confiesa con esta dualidad entre la prudencia y la audacia.

Su mirada lobuna me adormece los sentidos. Su osadía me abochorna. ¿Me ha cumplimentado el sexo de esta noche? Sí, creo que lo ha hecho. Me sonrojo.

—... Pero me hiciste dudar; ya me veía hablando con tu fantasma en mis noches de necesidad —añade.

Pongo los ojos en blanco al escucharle, con una gracia muy marcada.

𝐢𝐥𝐥𝐢𝐜𝐢𝐭 𝐚𝐟𝐟𝐚𝐢𝐫𝐬 ; nicholas chavezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora