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Pov Kylie

—Acá están— dije, dejando los platos sobre la mesa de la pareja que me había sonreído de forma incómoda cuando me acerqué.

Ser mesera no era mi trabajo soñado, pero era lo que había. No odiaba el contacto con la gente, pero tampoco lo disfrutaba. Era simplemente una parte de la rutina, de esta vida que llevaba ahora por mi cuenta. Desde que decidí alejarme de mi mamá, no había otra opción. Ella eligió a ese hombre que la drogaba y la golpeaba en vez de a mí. Y bueno, prefería mil veces trabajar como una mula a volver a aquella casa.

Tenía que pagar mis propias cuentas, la gasolina de mi moto, los servicios básicos y también las terapias, que parecían no hacer mucho efecto, pero que igual seguía pagando. Agradecía que por lo menos mi abuela me había dejado algo de dinero, con el cual compré un apartamento, no era nada lindo cuando lo hice, pero lo decoré y ahora es mi espacio seguro.

El trabajo en la cafetería no era tan malo, aunque estar de pie ocho horas y fingir sonrisas podía ser agotador.

Hoy era miércoles, lo que significaba que después del turno me tocaba la reunión del grupo de apoyo. Era mi segunda visita a ese lugar, y agradecía que el horario de hoy sea en la tarde. En cierto modo, esperaba esas sesiones, no porque me encantaran, sino porque era el único lugar donde podía decir lo que pensaba sin que nadie me juzgara demasiado.

—Kylie, ¿puedes llevar estas órdenes a la mesa cinco? —me gritó uno de mis compañeros desde la cocina.

—Sí, ya voy.

Tomé las bandejas y me dirigí a la mesa con la cabeza llena de pensamientos sobre lo que vendría en la tarde.

Cuando mi turno terminó, salí de la cafetería, aún sintiendo el olor a café impregnado en mi ropa. Subí a mi moto y di un suspiro antes de ponerme el casco.  El aire de la tarde estaba fresco, y mientras más me acercaba, más nerviosa me sentía.

Al llegar, aparqué la moto y respiré hondo antes de entrar. El espacio era familiar, pero seguía resultándome incómodo. Hice un círculo por la sala, buscando un lugar donde acomodarme. Los demás ya estaban sentados en sillas dispuestas en un semicírculo. Tomé asiento al final, observando.

La sesión comenzó. Uno por uno, fuimos diciendo nuestros pensamientos, compartiendo lo que nos pesaba. Cuando fue mi turno, simplemente murmuré algo sobre lo difícil que era lidiar con la soledad y el vacío que dejaba la distancia de mi madre. No profundicé, no era el momento.

Después de unas cuantas rondas, un facilitador comenzó a repartir volantes.
Malia estaba sentada en el grupo, a pocos lugares de distancia, pero no lograba quitarme la sensación de que algo no estaba bien en ella.

Finalmente, la reunión terminó. La mayoría de los jóvenes comenzaron a dispersarse, pero yo me quedé un momento más, intentando asimilar todo. Cuando me levanté, vi a Malia acercarse a la mesa donde estaban las masitas y el café. Mi impulso fue seguirla.

—¿Café? —me preguntó, extendiendo una taza hacia mí.

No, gracias. Ya tengo suficiente de "Café Lujoso", que es un lugar donde todo el mundo parece estar feliz —respondí con una sonrisa, aunque sabía que mi tono no reflejaba lo que realmente pensaba.

Al oír el nombre de la cafetería, Malia sonrió por un instante. Su mirada se iluminó, pero luego regresó esa sombra en su rostro.

—He oído hablar de ese lugar. Debe ser bonito trabajar ahí —dijo, con un aire de admiración que me hizo sentir un poco extraña.

—Es... agradable, supongo. Las mesas son elegantes, y el café es realmente bueno. Pero ver tanto café a veces puede ser un poco abrumador —admití, intentando hacerla reír.

Red flags - kylia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora