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No lo medité. Hasta me olvidé por un momento de mi situación. Hallé la escalera más cercana. Crucé pasillos oscuros y abrí con cuidado una de las puertas laterales. Cerré los ojos ante el chirrido ensordecedor que hizo. Esperé congelado, no me atrevía ni a pestañar, pero no apareció nadie. Así que, subiéndome la solapa de mi saco negro del uniforme, seguí el camino que  había visto recorrer a aquel alumno de intercambio.

Llegué a la ligustrina y me frené. Miré en todas direcciones. La Luna Llena se liberó por un momento de las nubes negras y me mostró, por unos cortos segundos, el campo y la ruta que se abrían frente a mí. No había nadie. Me mordí el labio.

¿Acaso me lo había imaginado?

Sintiéndome un tonto, me recosté sobre la ligustrina, convenciéndome de que sería mejor volver. Y al apoyar mi espalda, algo pareció ceder. Urgué entre las ramas y encontré una placa de metal...que resultó ser una pequeña puerta. Y estaba entreabierta...

Volví a mirar el campo y la ruta. Respiró hondo, indeciso...

"Vienen por mí", me recordó mi cerebro. Y eso aceleró mi decisión. Agachándome y con un poco de dificultad, entré por la abertura y descubrí un pasillo oscuro, de paredes de piedra y barro. Dudé... Lamenté no tener mi celular. Pero apenas pensaba en eso...cuando vislumbré una tenue luz que oscilaba varios metros adelante.

No alcancé a verlo. Pero estuve seguro de que era el alumno de intercambio, alumbrándose con la linterna de su teléfono. Volví a respirar hondo y lo seguí, en total y pétreo silencio. Diez minutos después me empecé a preguntar si había hecho bien en meterme allí. Y a los quince, ya tenía ganas de regresar. Fue entonces cuando la vi: una estrecha escalera caracol de hierro trabajado. Pude ver cada detalle porque desde la cima descendía una luz potente, oscilante y amarilla.

Sin pensarlo demasiado, me acerqué a la escalera y comencé a subir, siempre mirando hacia arriba. Asomé un poco la cabeza cuando llegué. Y me quedé completamente paralizado por el asombro. De alguna forma había llegado a una de las torres externas redondas de la vieja abadía. Había estantes atestados de libros y muchas mesas en el centro, iluminados por láparas de aceite encendidas a cada paso. No había duda: era una biblioteca...o al menos lo había sido en los siglos anteriores cuando la orden de monjes vivían allí...

Mi eterna fascinación por los libros pudo más que el miedo y comencé a recorrer cada estante, cada mesa y cada dibujo que encontré desplegados en las paredes descascaradas. Y ya estaba pensando en tomar uno de aquellos libros forrados en cuero, cuando lo vislumbré. Estaba sentado en el alféizar de una de las ventanas, con un libro abierto sobre su regazo. Era alto, atlético, de cabellos oscuros y lacios y tenía unas muy bellas facciones. Se asemejaba más a un hermoso elfo que a un adolescente humano. Y al verlo, recordé el porqué había ido hasta allí. Me aclaré la garganta, tratando de disimular mi nerviosismo.

   – Hola...– balbuceé– Soy...Gulf...

Él no respondió. Ni siquiera parpadeó. Me acerqué unos pasos más. Lo observé por varios segundos, esperando... Como si yo no estuviera allí, él dio vuelta una página y continuó con su lectura silenciosa.

Suspiré. Su indiferencia era un claro mensaje. Yo no era bienvenido. Sentí que lo estaba molestando. Cabizbajo, caminé de vuelta hacia la escalera y descendí un par de escalones. Pero me frené en seco.

   Suspiré...

   Aún hoy me pregunto qué hubiera sucedido si hubiera vuelto a mi habitación, y me hubiese olvidado de él y de su indiferencia...

¿Qué hubiese sido de mí? ¿Acaso me hubiese librado de aquellas cadenas de lujuria que aquella noche comenzaron a envolverme para no soltarme ya nunca más?

No lo sabré. Y no deseo saberlo. Porque aquella noche él me enseñó a amar esas cadenas...

¡Hazme tuyo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora