El cementerio de trenes

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De repente la carga de nuestros pecados
se hizo insignificante en medio de la nada.

Nuestras huellas se perdieron detrás,
y las imponentes vías sobre el desierto
nos llevaron hasta el final del horizonte.

El viento rugía como un león hambriento.
A kilómetros de distancia, cuatro pilares cayendo desde el cielo acechaban nuestra presencia.

Al final del camino, la lenta agonía de las máquinas
se mostraba ante nosotros, como una ciudad fantasma,
llegamos a una dimensión diferente.

Las miradas solitarias dicen más que las palabras.

Allí, nuestro campamento se erigió, desafiando nuestras creencias
y al dogma de aquél desierto.

Una oscuridad extraña se avecinaba.

Los rugidos de las bestias eran constantes,
como un coro desafiante sobre nuestras cabezas.

Tentado por la conmoción y los temblores,
lo he visto.

Por una rendija de la carpa, he visto el ojo de Dios:
un remolino negro hurtándose las nubes,
los rasgados de un lienzo teñidos de un blanco moribundo y tenebroso,

Bajo el poder implacable y arbitrario de la naturaleza
estábamos nosotros, en un punto del universo
donde solo cabe un campamento,
tres metros cuadrados de suelo
y el sueño infinito de los titanes.

No soy artistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora