Las estrellas se despegan del cielo.
Literalmente. O no.
No lo sé.
Con un cuchillo de espinas abro huecos en las esquinas que unen las paredes y veo como las estrellas titilan antes de hacer temblar la arena y el mar. Si cruzo la franja que separa la choza del pueblo para verlas bien, Skuoras me arrancaría el cuello de un mordisco. Pero no importa. Los oigo. Los gritos. El apetito estruendoso de los hypnos ante lo desconocido, mejor dicho, lo peligroso. Los gritos de las estrellas son parecidos a los gritos de las criaturas terrícolas. ¿Si los terrestres caen del cielo, se convertirán en estrellas? No. Dicen que los dragones caen del cielo para luego emerger con alas del tamaño de planetas. He oído la mala fama que tienen. No son buenos. El aliento de los dragones escupe fuego y penurias.
«Si pisas afuera de esta choza, te mataré. Te juro que lo haré». La ansiedad picotea mi piel dura y me restriego furiosamente los aceites de algas y coco. «Nadie puede desobedecer a la pareja de un Tritón», me obligo a pensar, casi con resquemor. Ni siquiera los hypnos comunes que le obedecen. Mucho menos sus hijos. No.Yo no soy su hija.
Soy la evidencia que la naturaleza puede equivocarse.
Cuando ella me visita, suele ser un poco antes que el sol mañanero se ponga, y luego de dejarme la comida y un gran cubo de agua arenosa, me repite miles de veces que: «sí me encierra durante doce años es porque el bienestar de un ser gestante es lo que mantiene nuestros goodims en su lugar».
No sirvo para pelear, es imposible si no tengo la fuerza de uno. No puedo trabajar en pesca o cosecha porque no aguantaría dos segundos antes de desmayarme.
No puedo negar las órdenes de un Tritón, no, al Tritón ni siquiera le importo según las palabras de Skuoras. Las de ella, mejor dicho. De su acompañante, su vil pareja. Pienso que en parte tiene razón: No duraría tres días en altamar siendo una nómada.
A nadie le gustan los destinos de los nómadas.
Si una tribu de nómadas cae en territorio desconocido, estos encontronazos terminan en la repartición de los goodims que alcanzaron a robar. Estas son pequeñas perlas del tamaño de una luciérnaga. Tu madre es la encargada de elegirla y te la ata al cuello cuando te concibe ante el rielar de la luna sobre el mar. Si le has robado un goodim a alguien, significa una piel que reclamaste para ti. O sea, mataste.
Los Tritones y sus compañeras tienen permitido jactarse de ellas. Con hilos de seda, cuero o de palma, juntan los goodims para crear collares virtuosos que demuestran su capacidad cuando los eclipses llegan y el beso de la luna llena los vuelve seres indomables. Muchos ocultan sus collares en sus chozas, porque de ser muchos, serían el blanco en los próximos saqueos. Otros, prefieren llevar ese gran símbolo de superioridad. Los nómadas viejos los usan como advertencia, porque los novatos son impulsivos, y me cuentan que son capaces de hacer cualquier cosa para que los acepten en las tribus o los pueblos fuera de las Tres Esquirlas.
No he alcanzado a ver cuántos goodims tiene Skuoras. Su garganta está repleta de ellas y yo solo tengo diez dedos. La Tata Esmeralda me cuenta que el collar del Tritón alcanza el comienzo de su vientre, en dónde se encuentra el cabo que nos une a nuestra madre cuando estamos en su interior. ¿Mis hermanos podrían tener goodims? ¿Cuántos? ¿Podrán alcanzar al Tritón, cuándo llegase el momento o él no lo permitiría? Ojalá pudiera incluirme.A ojos de los hypnos, sigo siendo un ser potencialmente gestante y nada más. Una hypno que no conoce lo que es tocar el agua salada, más no sumergirse. ¿Suena igual de absurdo cómo hablar de una sirena qué no conoce una melodía, de un dragón qué no sabe cómo destruir con fuego?
«Mi ciclo de vida se basa en obedecer», vuelvo a recordar. Soy clave en la conservación de nuestra tribu. Debo defender lo que soy con garras y colmillos. Skuoras no entiende eso. No importa cuántas veces formule diferente la pregunta. Si le insisto, Skuoras me enseñaría los colmillos, las membranas de sus orejas vibrarían intensamente de furia seguidamente de gritarme que un hypno podría reclamarme sin esforzarse.
Y si muero... da igual. No soy una cría importante del Tritón para ser lamentada. Alguien reclamará mi goodim para que no se desperdicie. En parte, la idea me emociona. Podría estar en el mar. En dónde pertenezco. Si sobreviviese, puedo tener la oportunidad de saborear el calor de la arena en mis pies. Que venga un oleaje, esos perfectos para adentrarse de un salto, para que se rompa contra un malecón que logre salpicarme entera.
Al precio que lancen mi lengua cercenada al mar cuando sea una esclava sin nombre.
No. Eso no es lo que quiero para mí.
Un agudo grito llega hasta mí por encima del suave aire de los inciensos. Después viene el acostumbrado estallido. La oscuridad se mezcla con el almizcle del calor. Los corales colgados del techo se caen, produciendo estruendos tintineantes al estrellarse en la madera. Desde que cumplí los seis eclipses, me pregunto si los oídos de Skuoras son lo suficientemente buenos para pensar que esto le avisaría una huida. Creo que ella no contaba con esto. El grito retumba dentro de mi pecho, y luego, la peor explosión hasta ahora, detona a tal punto que me arroja al piso.
Cuando dejo de cubrirme la cabeza, descubro que las paredes siguen intactas y yo estoy viva. Hace falta más que estrellas despegándose de su cielo para derrumbar esta choza.
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CADENA DE SANGRE Y SUEÑOS
FantasyHace veinte años ocurrió la Pyromaquia: La primera guerra devastadora en la historia de Euarydd. Como consecuencia, las especies se han vuelto más erráticas en busca del dominio de los territorios, las Barreras de venidio se han creado, y según los...