El caos en Shibuya alcanzaba su punto máximo. A lo lejos, se escuchaban los estallidos de las batallas que se desarrollaban entre los hechiceros y las maldiciones de mayor nivel. Utahime, junto a otros hechiceros de apoyo, se dirigía rápidamente hacia el lugar donde las fuerzas de la maldición de Suguru Geto habían lanzado su ataque más feroz.Pero una sensación extraña se apoderaba de ella, una tensión en el aire que no podía ignorar. No era solo el miedo por la magnitud del conflicto, sino algo más profundo, más personal. En el fondo de su corazón, sabía que algo terrible estaba a punto de suceder. Su instinto la empujaba a moverse más rápido, como si cada segundo perdido fuera crucial.
De repente, una transmisión interrumpió sus pensamientos. La voz de Ijichi, nerviosa pero clara, resonó en su auricular.
—¡Gojo-sensei está en problemas! ¡Lo están intentando sellar! —gritó con desesperación.
El corazón de Utahime se detuvo por un segundo. La idea de que Gojo, el hechicero más fuerte, pudiera estar en peligro era inconcebible. Sin pensarlo dos veces, cambió de dirección, corriendo hacia el lugar donde se encontraba Gojo. Su mente estaba en blanco, el único pensamiento que la impulsaba era llegar a él.
Mientras corría, los recuerdos de su juventud regresaban como una tormenta. Había pasado tanto tiempo observando a Gojo desde las sombras, siendo testigo de su poder y de sus heridas emocionales. Aquel momento en que lo consoló tras la muerte de Suguru Geto seguía presente en su mente, como una cicatriz imborrable. Utahime había negado durante años lo que sentía, pero ahora, en medio de esta crisis, no podía seguir ignorándolo.
Gojo no podía caer. No debía caer.
Al llegar a la zona central de Shibuya, el panorama era devastador. Los edificios derrumbados, las calles partidas y los hechiceros luchando desesperadamente. Utahime escaneó el área frenéticamente, buscando a Gojo. Finalmente, lo vio en medio de la destrucción, rodeado por un grupo de maldiciones. La figura de Suguru Geto, o lo que quedaba de él, se erguía a su lado, observándolo fríamente.
—¡Gojo! —gritó Utahime, pero su voz fue ahogada por el rugido de la batalla.
Gojo estaba en medio de su pelea más brutal. Había activado su Dominio, “Infinito”, y las maldiciones no podían tocarlo. Pero algo iba mal. A pesar de su poder abrumador, Utahime podía ver que las fuerzas de la maldición estaban organizadas de una forma que parecía diseñada específicamente para derrotarlo.
Y entonces lo vio.
Una caja oscura, flotando en el aire, rodeada por una energía extraña y maligna. Utahime sintió un escalofrío recorrer su espalda al reconocerla. Era el Prisión de la Tierra, una barrera destinada a sellar a Gojo, y estaba a punto de completarse.
—¡No! —gritó, lanzándose hacia él, pero antes de que pudiera acercarse, fue detenida por una barrera invisible.
La maldición que controlaba la barrera, una criatura serpenteante y deformada, sonrió burlonamente desde el otro lado.
—No llegarás a tiempo, hechicera —dijo con voz rasposa—. El gran Gojo Satoru está acabado.
Utahime, llena de rabia, lanzó su hechizo con toda la energía maldita que pudo reunir. La barrera vibró, pero no se rompió. La criatura rió con desprecio.
—Eres patética, intentando salvarlo. Él ni siquiera sabe que existes —dijo la maldición, tratando de sembrar la duda en el corazón de Utahime.
Pero ella no se dejó intimidar. No se trataba de ser reconocida o no. Sabía que Gojo la valoraba, aunque jamás lo admitiera. Su misión era salvarlo, porque el mundo sin él sería devastador. Más que nada, no podía imaginar un mundo sin su presencia.
Con un grito de furia, Utahime golpeó la barrera nuevamente, esta vez con más fuerza. La criatura serpenteante se sobresaltó, sintiendo que su control sobre la barrera comenzaba a tambalearse.
Mientras tanto, dentro de la caja de sellado, Gojo luchaba contra el confinamiento. Sus ojos, usualmente llenos de confianza, mostraban ahora una mezcla de ira y frustración. Nunca había pensado que algo así pudiera pasarle. Su poder era inmenso, pero la trampa estaba diseñada específicamente para él. Aun así, Gojo no se rendiría sin luchar.
“Utahime…”, pensó fugazmente, recordando los momentos breves pero significativos que habían compartido a lo largo de los años. Ella siempre había estado ahí, en las sombras, observándolo y apoyándolo de maneras que nunca había reconocido del todo. En ese instante de claridad, Gojo se dio cuenta de lo que siempre había estado frente a él, pero que nunca había admitido. El tiempo se detenía mientras su cuerpo comenzaba a ser arrastrado dentro del sello.
Utahime sintió el cambio en la energía. Miró a Gojo y, por un momento, sus ojos se encontraron. Era como si, incluso a través de la distancia y la desesperación, pudieran comunicarse sin palabras. Pero antes de que pudiera hacer algo más, la caja oscura se cerró completamente, atrapando a Gojo en su interior.
—¡Noooo! —gritó Utahime, cayendo de rodillas al suelo.
Todo había terminado. Gojo Satoru había sido sellado.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Las maldiciones comenzaron a retirarse, habiendo logrado su objetivo. Utahime se quedó allí, paralizada, incapaz de procesar lo que acababa de suceder. Su cuerpo temblaba mientras las lágrimas amenazaban con desbordarse. La figura de Gojo, tan fuerte e invencible, ahora estaba prisionera, y ella no había podido salvarlo.
Pero no era momento para rendirse. Utahime se levantó, apretando los puños. Aún quedaba mucho por hacer, y aunque el dolor era insoportable, sabía que no podía permitirse colapsar. Gojo estaba sellado, pero no muerto. Y mientras hubiera vida, había esperanza.
—Te traeremos de vuelta, Gojo —murmuró, mientras se dirigía de nuevo a la batalla.
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Fin del Capítulo 15.