Parte IV

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Lo único bueno de mi abuela son sus sopaipillas. La vieja las hace crujientes por fuera y esponjosas por dentro, sin quedar aceitosas o quemadas. Ella solía preparar sopaipillas cuando alguno de mis tíos alfa iba de visita y nunca nos daba cuando estaban recién hechas: Primero comía alguno de sus hijos regalones, luego su pareja y cachorros, después ella, y al final, las sobras eran para el hijo omega (que tenía abandonado en las piezas de atrás) y sus cachorros guachos.

Recuerdo una vez que pude robarme una sopaipilla recién hecha. La vieja fue a buscar más toalla nova, yo me acerqué despacito, saqué una, la escondí en el bolsillo canguro de mi polerón y me fui rapidito a la pieza.

Mamá estaba acostado en la cama, no estaba durmiendo, solo miraba el techo con una mirada exhausta.

—Hueles a fritanga —se volteó hacia mi.

Con una sonrisa traviesa le enseñé mi botín. Él me regañó por robar, pero no me acusó con su madre ni me hizo devolverla.

—Tráeme a tu hermanita —me pidió, sentándose en la cama.

Saqué a Tiare de su cuna y se la entregué a mamá. La tomó con sumo cuidado y la sentó en su regazo. Luego, con una risita cómplice, me pidió la sopaipilla; la partió por la mitad y me dio una parte. Él sacaba pequeños trozos de la suya, soplándolos para que se enfriaran, y se los daba a mi hermana.

—Quiero que nos vayamos al sur, a Osorno, solo nosotros tres —me comentó, haciéndome cariño en la carita.

—¿Cómo es el sur? —pregunté.

—Es muy bonito...allá es todo verde, casi siempre llueve; pero cuando está despejado, los amaneceres son un regalo del cielo. El volcán Osorno es gigante y está llenito de nieve —habló con tanta emoción que me entusiasmé también con la idea.

Me hablaba de su niñez en aquella provincia. Cuando mamá me contaba del sur yo me ponía muy feliz; porque lo veía reír, y en mi mente infantil, creía que si él se reía era porque ya no estaba deprimido.

◇◇●☆●◇◇

Desperté de un sueño muy bonito, un recuerdo junto a mamá en el cual compartimos una sopaipilla mientras él me hablaba de cómo era Osorno. Me desperté sonriendo, tengo el corazón hecho pedazos, pero aún soy capaz de sonreír y eso es bueno. Tenía mucha hambre pero no quería comer fideos cocidos del día anterior, por lo que me levanté de la cama para ir a clases con el estómago vacío.

—Si sigo faltando, voy a perder la beca —me decía a mi mismo, mientras me echaba el desodorante.

Traté de ponerme un poco de perfume, ya que mi ropa sin lavar "olía a cuerpo" pero lloré al sostener la botella en mis manos y recordar la feromona. Aún no soy capaz de olvidarme de él ni de sus hijos. Bloqueé su número y todas sus redes sociales, pero aún así, todo me recuerda a ese alfa.

Salí de la pieza y me encontré con una compañera de pensión calentando unas arepas en el viejo tostador de lata. Se llama Catalina Gómez, es una mujer beta colombiana de veintidós años; me parece bastante linda, podríamos decir que me gusta. Quizás esto sea lo mejor para mi: Buscar una mujer beta, casarme y tener mis propios cachorros, así no estaría extrañando a niños ajenos.

—Coma —me dijo, entregándome dos arepas sobre un plato.

Traté de rechazarlas con cortesía, pero Catalina, prácticamente, me obligó a sentarme en la mesa junto a ella. "Hágale pues, que si usted no come va a desaparecer" comentó con mucha gracia y me empezó a contar de su día laboral como si fuésemos amigos cercanos. Tomamos café y charlamos un poco mientras comíamos. Suelo ser tímido y reservado con las mujeres pero ella me da mucha confianza; sin embargo, no me da aquella paz y seguridad que me brinda Martín...¿Cuándo será el día que pueda olvidarlo?

El niñero [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora