Capítulo 2: "El inicio de la desgracia"

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Metió la mano en la bolsa y, con una delicadeza casi reverencial, extrajo una muñeca de porcelana. Era exquisita, tan delicada que parecía destinada a ser admirada más que tocada, pero aún así, perfecta para una niña. Sus mejillas, teñidas de un suave rubor que daba la impresión de haber sido pintado con la más etérea de las caricias, contrastaban con los profundos de sus ojos negros. El vestido blanco tejido con un hilo tan fino y decorado con diminutos bordados que delineaban el borde como una corona de flores delicadas. Su cabello, de un castaño profundo, se deslizaba en rizos perfectos que brillaban bajo la luz tenue de la habitación.

Al verla, los ojos de Élise se agrandaron. Sus pupilas se dilataron, reflejando el brillo de una alegría pura, sin reservas. Con sus manitas temblorosas, extendió los brazos, insegura al principio, pers luego abrazar a la muñeca con un gesto lleno de ternura, cuidando que el más mínimo error pudiera dañar ese pequeño tesoro. Aun así, no pudo evitar presionarla suavemente contra su pecho, uniendo su fragilidad con su adoración infantil, como si de alguna manera ya pertenecieran la una a la otra.

Zayn, sentado en la mesita de madera, la observaba en silencio, con una sonrisa llena de satisfacción. La confirmación silenciosa de que su elección había sido la correcta.

—Vamos, Éli, ¿cómo se dice? —dije amorosamente, inclinando la cabeza hacia ella, mi voz dulce y alentadora, buscando que sus primeras palabras después de tan emotivo momento fueran de agradecimiento.

Aún con los ojos absortos en la muñeca que sostenía, tardó un corto momento en reaccionar. Su respiración, lenta pero perceptible, acompañaba el delicado movimiento de sus dedos, que acariciaban con cuidado el vestido de la muñeca. Finalmente, levantó la mirada, tímida, insegura. Sus grandes ojos azules, medio ocultos tras su desordenado flequillo, se encontraron con los míos, buscando alguna señal de aprobación o seguridad.

Grasias... —Sus labios, delgados y temblorosos, apenas se separaron para dejar escapar un susurro de esa inocente dulzura que lograba derretir mí corazón.

El beta, que había estado observando en silencio, con una sonrisa tranquila que revelaba tanto orgullo como ternura, asintió satisfecho.

—Si quieres, puedes salir a jugar con ella, mi amor —le dije en voz baja, mi sonrisa afectuosa acompañando cada tono, deseando que Élise pudiera disfrutar de su nueva compañera.

Apenas esas palabras salieron de mis labios, el cambio en Élise fue instantáneo. Su rostro, que hasta entonces había estado ligeramente contenido por la timidez y el asombro, se transformó en una explosión de pura felicidad. Asintió con una energía tan vibrante que su cabello dorado, en mechones desordenados, rebotó de un lado a otro con cada movimiento de emoción. Y en un torbellino de alegría, giró sobre sus talones, lista para lanzarse al exterior de nuevo. En cuestión de segundos, salió disparada hacia el prado, sus pasos rápidos y ligeros como los de una criatura libre.

—¡No tan lejos, Éli! —grité con un tono cariñoso, mi voz alzándose lo suficiente para asegurarme de que me escuchara sin romper la magia del momento.

Ella giró la cabeza un segundo, su flequillo moviéndose con el viento mientras sus ojos me miraban, asegurándome con una sonrisa que había oído mis palabras. Sin embargo, sus pies no se detuvieron, y seguía corriendo con la risa flotando en el aire, resonando como música que llenaba el espacio entre nosotros.

La seguí con la mirada, hipnotizado por la pureza de su felicidad. Era imposible no sonreír mientras mis ojos seguían sus movimientos, pero justo cuando estaba a punto de perderme por completo en ella, una voz grave, baja y suave, rompió el encantamiento con una calidez que nunca dejaba de reconfortarme.

—También traje algo para ti —dijo Zayn, atrayendo mi mirada entre él y mi hija.

Ahí estaba, observándome con esos oscuros que siempre parecían saber más de lo que revelaban. Suspiré, ya previendo lo que venía, y crucé los brazos frente a mí en un gesto de resignación con afecto. No era la primera vez que Zayn se aparecía con uno de sus gestos inesperados, siempre buscando sorprenderme de alguna manera. Aunque en el fondo apreciaba esos detalles, había una parte de mí que no dejaba de sentirse inquieto cada vez que lo veía gastar más de lo necesario. Esa generosidad suya, tan desbordante, a veces me sobrepasaba.

Cenizas En La Ausencia -L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora