Capítulo 4: "Guten Tag"

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Los uniformes verde apagado que llevaban absorbían la poca luz que quedaba entre las sombras, convirtiéndolos en una masa uniforme de sombras que borraban todo rastro de humanidad en ellos. Cargaban sus cascos en las manos, como si no necesitaran de esa protección para infundir terror, y sus armas se veían firmemente sujetas, como extensiones de sus cuerpos listos para cualquier orden. El eco de sus botas golpeando el pavimento se fundía en un ritmo constante y oscuro, y ese sonido, por sí solo, ya era capaz de erizar la piel.

Era una fila interminable, una marea de soldados que cubría las calles del pueblo en un desfile sin alma. A su paso, automóviles negros y motocicletas avanzaban con ruidos secos, formando una escolta siniestra, pero eran los tanques los que realmente robaban el aliento. Eran imponentes y oscuros, colosos de metal que parecían tragarse el suelo, avanzando con una lentitud intimidante, dejando a su paso un rastro de polvo y destrucción. Las ruedas, enormes y pesadas, levantaban nubes de tierra, aplastando la historia y los recuerdos que habitaban en el pueblo.

Quería apartar la mirada de ellos, pero mis ojos, discretos, se movían frenéticamente de un lado a otro, tratando de asimilar cada detalle de la ocupación. Era imposible abarcarlo todo, y, a la vez, el horror de la escena no permitía que mirara hacia otro lado.

Zayn me mantenía resguardado entre sus brazos; sentía su fuerza en cada pulso de sus manos, en el instinto de protección que lo hacía ser quien era. Él se plantaba firme, aunque yo sabía que no éramos invulnerables, y que su abrazo, no podría evitar el peligro si la situación se volvía en nuestra contra.

Alrededor de nosotros, los habitantes del pueblo se congregaban, unos rezando a susurros rápidos, otros apretando los labios en silencio. Mientras que yo sentía la frustración ahogándome, la impotencia de verlos avanzando con total impunidad y no poder hacer nada para evitarlo. Casi todos tan similares entre ellos, como figuras de una misma escultura sombría: cabellos rubios y algunos castaños, sus complexiones firmes y robustas, la piel pálida y las mandíbulas duras, con narices rectas y miradas que parecían capaces de atravesarnos sin sentir absolutamente nada.

Y el olor... ese maldito y persistente olor que traían consigo. Un abanico de aromas tan diversos como nauseabundos que invadían mis sentidos, impregnando el aire y anudándose en mi garganta. Algunos eran acremente agrios, un hedor penetrante que me revolvía el estómago, áspero y rancio, como si llevaran la podredumbre de días de viaje y suciedad acumulada. La intensidad de ese olor casi me hacía retroceder; Una corriente pestilente se metiera en mis pulmones, hasta hacerme querer vomitar.

Pero entre toda esa pestilencia, de pronto, un aroma distinto flotaba en el aire, uno que no se mezclaba con la suciedad de los otros, sino que se elevaba por encima, destacando como una gota de agua en el desierto.

Era un olor más suave, y a la vez potente, algo que jamás había sentido. Una dulzura intensa, exótica, que llevaba el rastro de algo especiado... una fragancia de cardamomo. Apenas lo percibí, mi piel se encendió como si bajo mi ropa hubiera un fuego invisible. Sentí un calor recorrerme, un ardor lento y deliberado que se extendía por mis venas, erizando cada parte de mi cuerpo. Ese aroma tenía una cualidad casi hipnótica; me desconectaba de mi entorno, me absorbía en una sensación de desconcierto tan poderosa que hasta el pulso se me aceleraba.

«¿De quién era ese olor? ¿De dónde demonios venía?»

Miré a mi alrededor, confundido y, al mismo tiempo, desesperado por identificar a la fuente de ese perfume embriagador. No era un olor familiar; conocía bien las fragancias de los habitantes del pueblo, sus esencias marcadas por la tierra y las hierbas. Este aroma era nuevo, algo tan inesperado y único que ni siquiera la pasiflora, que normalmente me ayudaba a calmarme, podía mitigar el impulso que sentía de descubrir su origen.

Cenizas En La Ausencia -L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora