Capitulo III (LOS PROBLEMAS INICIAN )

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Después de la sesión con Jonathan, Nicolás salió de la oficina con una mezcla de emociones que se arremolinaban en su pecho. El recuerdo de su madre seguía latente, como un fantasma que no lo dejaba en paz. A cada paso que daba por los pasillos del colegio, sentía el peso de su ausencia y el vacío que ella había dejado. Sus palabras, "pequeño encantador," resonaban una y otra vez en su mente, llenando su corazón de una tristeza que parecía no tener fin.

Al entrar de nuevo al salón de clases, las miradas de sus compañeros se clavaron en él como agujas. Los susurros y risitas mal disimuladas se extendieron por el aula. Sabía que lo estaban juzgando, que el rumor de su orientación sexual se había esparcido como pólvora y que ahora todos lo veían de manera diferente. La sensación de ser observado, de ser el centro de atención por las razones equivocadas, lo aplastaba.

Nicolás trató de ignorarlos, se sentó en su lugar y bajó la mirada, concentrándose en el escritorio, pero no pudo evitar escuchar los comentarios que se decían a media voz. Sentía que las palabras se convertían en cuchillos afilados que cortaban su ya frágil estado emocional. Su ansiedad iba en aumento, la presión en su pecho se hacía más intensa, y por un momento sintió que el aire comenzaba a faltarle.

Mientras intentaba mantener la calma, los recuerdos de su madre volvieron con fuerza, trayendo consigo tanto consuelo como dolor. Recordaba cómo ella siempre sabía qué decir para hacerlo sentir amado y seguro, cómo sus abrazos eran el refugio perfecto contra el caos del mundo. Pero ahora, en medio de las burlas y las miradas de desprecio de sus compañeros, esa sensación de protección se había desvanecido, y la soledad se cernía sobre él como una sombra.

Sentado allí, con las ojeras cada vez más notorias y el cansancio marcando su rostro, Nicolás se sentía atrapado en un ciclo sin fin. Su cuerpo empezaba a mostrar señales de desgaste: su energía disminuía, su rostro se veía más pálido, y el apetito que una vez tuvo parecía haberse esfumado. La comida ya no era una prioridad en su mente; se había convertido en algo secundario, algo que no podía controlar o que simplemente no quería enfrentar.

El bullying no cesaba, y con cada comentario hiriente, Nicolás se hundía más en sus propios pensamientos oscuros, luchando por no dejarse arrastrar por completo. Pero mientras sus compañeros se reían a su costa, él se sentía más débil, como si estuviera perdiendo una batalla que ni siquiera sabía cómo pelear.

Durante la clase de educación física, Nicolás se sintió más vulnerable que nunca. Mientras todos los demás se cambiaban y se preparaban para la actividad, él trataba de ser lo más discreto posible, evitando llamar la atención. Se puso la camiseta de manga corta con cierta reticencia, deseando que la tela pudiera ocultar lo que él sabía que estaba ahí, pero era imposible.

En el momento en que levantó un poco las mangas, las cicatrices en sus brazos se hicieron evidentes. Eran marcas que había tratado de esconder bajo capas de ropa, pero ahí estaban, expuestas bajo la luz del gimnasio. No era la primera vez que las veía, pero en ese instante, con todos a su alrededor, sintió como si el mundo entero las estuviera mirando.

Mientras intentaba mantener la calma y disimular su nerviosismo, Nicolás no se dio cuenta de que Jonathan, quien había pasado por el gimnasio en ese momento, lo observaba desde la distancia. Los ojos del psicólogo se posaron sobre las cicatrices, y aunque trató de no mostrar una reacción demasiado evidente, su expresión de preocupación se profundizó.

Jonathan sabía que lo que había visto era más que solo marcas en la piel. Eran señales claras del dolor interno que Nicolás estaba tratando de esconder, la manifestación física de una lucha emocional que estaba librando en silencio. Intentó acercarse con naturalidad, sin alarmar a Nicolás ni hacerlo sentir juzgado.

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