*ੈ✩‧₊˚*ੈ✩‧₊ 𝐕𝐄𝐑𝐀𝐍𝐎 𝐃𝐄𝐋 𝟐𝟎𝟎𝟕 *ੈ✩‧₊˚*ੈ✩‧
𝐏𝐮𝐞𝐫𝐭𝐨 𝐑𝐢𝐜𝐨, 𝟐𝟎𝟎𝟕
El sol ardía en lo alto, iluminando la playa de Añasco con su brillo dorado. La arena era cálida bajo los pies descalzos de Amanda, una niña de siete años que acababa de llegar de Buenos Aires con su familia para unas vacaciones. A pesar de la emoción de estar en un lugar tan hermoso, no conocía a nadie, y no estaba segura de cómo llenar los largos días bajo el sol.
Amanda observaba a los demás niños jugando cerca del agua. Algunas familias reían bajo sombrillas, otras construían castillos de arena o se aventuraban al mar. Pero Amanda, un poco tímida, se sentó sola con una pala de plástico y empezó a hacer pequeños montículos en la arena.
De repente, una voz melodiosa la interrumpió:
— ¿Estás haciendo un volcán o una montaña? —preguntó una niña mayor, de unos diez años, con una sonrisa brillante y una melena ondulada que le caía sobre los hombros. Era alta para su edad y hablaba con un acento que Amanda no había escuchado antes.— No sé, solamente estoy haciendo montañitas —respondió Amanda, mirando a la niña con curiosidad. — Soy Amanda. Vengo de Argentina.
— ¡Ah! Yo soy Victoria, de aquí mismo, de Puerto Rico. ¿Quieres que te ayude? Puedo enseñarte a hacer un castillo de arena bien bonito.
Amanda asintió, sintiéndose de inmediato intrigada por la amabilidad de Victoria. Se levantó y empezó a trabajar junto a ella. Durante horas, las dos niñas moldearon la arena, usando caracoles y ramitas para decorar su fortaleza. Mientras lo hacían, charlaban sobre todo: Amanda le contaba sobre su escuela en Buenos Aires, los días fríos de invierno y cómo extrañaba a su gato; Victoria le hablaba de la playa, de los juegos que hacía con sus amigos y de lo mucho que amaba la comida que cocinaba su abuela.
La tarde avanzó rápidamente, y pronto las risas de ambas llenaron el aire, como si se conocieran desde siempre. Cuando el sol comenzó a ponerse, decorando el cielo de tonos rosados y naranjas, las familias de ambas las llamaron. Pero Amanda y Victoria no querían separarse. Se hicieron una promesa: al día siguiente, volverían a jugar juntas en el mismo lugar.
Y así lo hicieron. Día tras día, corrieron por la playa, nadaron en el mar y compartieron momentos que Amanda guardaría en su corazón para siempre. Victoria, siempre llena de energía, se encargaba de mostrarle cada rincón de la costa: las mejores rocas para buscar cangrejos, las cuevas secretas donde los pescadores guardaban sus herramientas y los árboles donde se podían encontrar frutas tropicales. Amanda nunca había tenido una amiga como Victoria; su alegría era contagiosa, y la hacía sentir que pertenecía a ese lugar.
Pero, después de solo unos pocos días, la familia de Amanda tuvo que regresar a Buenos Aires. El último día juntas, mientras el sol se hundía en el horizonte, Amanda y Victoria se sentaron en la orilla, dejando que el agua les mojara los pies.
— No quiero irme —susurra Amanda, con lágrimas en los ojos.
Victoria la miró con una sonrisa triste, pero reconfortante. — Yo tampoco quiero que te vayas, pero puedes volver a visitarme, ¿verdad? Y siempre podemos escribirnos cartas. Mi abuela me enseñó a enviar cartas, es bien fácil.
Amanda asintió con entusiasmo, convencida de que eso sería suficiente para mantenerlas unidas. Se abrazaron fuerte, prometiendo que nunca dejarían de ser amigas.
— Te prometo que voy a encontrarte de nuevo ... -asegura Amanda. Victoria sonrió, sin dudar de las palabras de aquella pequeña niña que le alegraba las largas tardes de verano.
Al día siguiente, Amanda partió con su familia, mirando la playa de Añasco por la ventana del auto hasta que desapareció de su vista. Al llegar a Buenos Aires, se sentía decidida a escribirle a Victoria, pero, con el tiempo, las ocupaciones de la vida y la distancia hicieron que fuera más difícil de lo que pensaba.
Poco a poco, Amanda perdió el rastro de Victoria. No sabía cómo contactar con ella ni cómo encontrarla. Los recuerdos de esos días en la playa se convirtieron en un tesoro lejano, guardado en lo profundo de su memoria, mientras su vida en Buenos Aires volvía a la normalidad.
Pero siempre, en los días de verano, cuando el sol calentaba la tierra y sentía el olor a mar, Amanda recordaba a Victoria y se preguntaba si alguna vez se reencontrarían.
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𝐛𝐲𝐬𝐚𝐟𝐢𝐜𝐚