*ੈ✩‧₊˚*ੈ✩‧₊˚*ੈ✩‧₊˚ 𝐋𝐀 𝐏𝐋𝐀𝐘𝐀 *ੈ✩‧₊˚*ੈ✩‧₊˚*ੈ✩‧
El cielo de Añasco estaba teñido de dorado, y la brisa salada acariciaba el rostro de Victoria mientras se sentaba en la acera, esperando. Había llegado temprano a la playa apartada donde había decidido llevar a Amanda. Era uno de esos lugares que, para ella, siempre había sido especial. Solía escaparse allí cuando el peso del mundo caía sobre sus hombros. Ahora, mientras aguardaba, su mente se debatía entre la emoción de volver a ver a Amanda y la frustración constante que llevaba cargando desde hacía meses por la música.
Victoria había soñado con ser cantante desde que tenía memoria, pero la realidad de la industria musical se había convertido en un monstruo que devoraba su pasión. No importaba cuántas veces cantara en bares o subiera demos a las plataformas, parecía que nada era suficiente. Sentía que había algo más que la mantenía estancada, algo más que el simple hecho de no ser descubierta. Tal vez no estaba destinada a brillar como ella siempre había creído. Tal vez ese sueño no era para ella. Y, sin embargo, allí estaba, luchando contra esa voz interior que le decía que lo dejara.
El rugido de un motor la sacó de sus pensamientos. Giró la cabeza y vio a Amanda acercándose, con el cabello negro ondeando al ritmo de la brisa y los ojos verdes iluminados por los últimos rayos del sol. Victoria sintió una punzada en el pecho. Era la misma Amanda que había conocido hacía 14 años, pero ahora había algo más en ella. Algo que Victoria no podía ignorar.
Cuando se encontraron en la discoteca unos días antes, había algo en la forma en que Amanda la miraba, algo que despertó en ella un deseo de volver a conectar, de explorar lo que sentía. Ahora, mientras la observaba acercarse, esa misma sensación volvía a golpearla.
—Viniste —dijo Victoria, con una sonrisa que intentaba ser despreocupada, pero que no podía ocultar del todo la intensidad de sus sentimientos.
Amanda asintió, sonriendo de vuelta, mientras sus miradas se cruzaban. Había una chispa innegable en el aire, una tensión suave pero palpable, como si ambas supieran que algo estaba a punto de cambiar entre ellas.
Se sentaron juntas en la arena, con el océano como telón de fondo, y durante unos minutos simplemente disfrutaron de la tranquilidad. El sonido de las olas rompiendo en la orilla parecía calmar cualquier nerviosismo, pero la tensión seguía latente.
Victoria rompió el silencio primero, sintiendo que necesitaba sacar algo de su pecho.
—Este lugar siempre me ha ayudado a pensar —confeso, mirando al horizonte— Cuando la música no me da lo que quiero, vengo acá y trato de recordar por qué empecé.
Amanda la miró de reojo, notando el matiz de frustración en su voz.
—¿Estás bien? —preguntó con suavidad, genuinamente interesada.