La siesta

31 2 0
                                    


Nos sentamos al final del autobús, donde no había nadie alrededor, para que J pudiera recuperarse.

"Pensarás que soy un poco tonto por comportarme así", me dijo, girando la cabeza hacia la ventana para evitar mi mirada. En su voz, se reflejaba la inseguridad de tener que enfrentarse al mundo sin comprender todavía cómo explicarlo.

"No. Nunca pensaría eso".

Quería acercarme más a él, pero temía incomodarle, así que solo me separé del asiento lo suficiente para que pudiera verme a través del reflejo en la ventana. "Si algo te hace daño, será importante para mí. Lo respetaré y te apoyaré en lo que necesites".

Sus ojos empezaron a humedecerse y acercó su mano para sujetar la mía. Sabía que en ese momento ése era un gran esfuerzo para él, por lo que reprimí mis instintos de abrazarle, y solo apreté con fuerza su mano dándole apoyo, sin dejar de mirarnos en el cristal.

Sus ojos, hoy, brillaron más que nunca. Había estado feliz y radiante enseñándome algunos de sus lugares preferidos y contándome sus experiencias en la ciudad. Pero ahora, se veía vulnerable y no sabía cómo ayudarle a sentirse mejor.

Pensé en nuestra conversación de hace un par de días.

*        *         *

"¡Hola! ¿Qué tal el día?", me dijo sonriendo en cuanto el video de la llamada se inició, y vi cómo se acomodaba en su cama, como habíamos hecho la noche anterior.

"Bien. Hemos estado visitando a mis abuelos, que ya no veré hasta mi vuelta del campamento. Así que me han preparado mi comida favorita, me han mimado mucho durante todo el día y ahora voy a dormir contigo. Creo que está siendo un buen día", concluí.

"Y en día y medio nos vamos a ver", me recordó, y su rostro se iluminó.

"Sí. Tengo ganas de estar ahí.", le sonreí. "Pero hoy, todavía nos queda un rato juntos. ¿Qué tal tu día?"

Su gesto cambió. Me contó que había discutido con su familia por la mañana y se había refugiado todo del día en casa de sus tíos, viendo series con Sandra. Pregunté por qué habían discutido esta vez, pero él continuó con su discurso. Sandra y él habían utilizado mis claves para acceder al capítulo que habíamos dejado a medias el último día de la formación y habían aprovechado para ver la serie de nuevo completa. Debatimos sobre el final.

"¿Ahora estás mejor?", indagué de nuevo más tarde.

"Vamos a dormir juntos, así que sí", y una media sonrisa volvió a su rostro.

"Pero sigues triste. ¿Puedo ayudarte en algo?"

Suspiró y empezó a confesar: "En casa me han reprochado que no voy a comer con la familia los días de las fiestas, salvo el viernes", y su tono denotaba cierto resentimiento. Trataba de mostrarse despreocupado, pero sus hombros contenían la frustración que le suponía estar constantemente a la defensiva en su casa. Cualquier comentario podía ser un detonante.

"Puedo no ir el martes si es un inconveniente, para que tengas un día más", ofrecí.

"¡Ni en broma! A ti te quiero aquí cerquita, que solo vamos a tener un día solos".

"Puedes, si quieres, ir a comer con la familia mientras yo me doy un paseo. O podemos ir los dos...", sugerí.

Su expresión de susto me dejó claro que esa no era una posibilidad y cierto temor me invadió. Pregunté, sin pensar, señalándome a mí y después hacia la pantalla: "¿Tienes dudas sobre esto?".

Verano en el campamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora