Capítulo 9
Lo que a todo chico le gusta
2020. Hace cinco años.
Libre.
Por fin soy libre del instituto. Es más, puede venir cualquiera a burlarse de mí en este preciso instante que hasta me daría completamente igual. Solo tengo en mente festejar con mis amigas y bailar hasta que los pies me duelan.
La fiesta después de la ceremonia de graduación empezó a medianoche, en casa de Malcolm Costa, uno de mis compañeros de instituto. Su casa es deslumbrante, una casona moderna que está de puta madre. El patio trasero es enorme, abarca cuatro o cinco canchas de básquet, las profesionales, las que miden veintiocho metros de largo y quince metros de ancho, y no como la que está en el instituto que apenas mide dos metros.
Si el frente de la casa de Malcolm luce como un castillo, con columnas romanas y balcones amplios, el patio trasero debe de ser increíble.
Y sí que lo es.
Se trata de una galería gigante que separa el interior del exterior por unas puertas de cristal relucientes. Entre la piscina y la galería hay cuatro metros de pasto verde en donde pusieron mesas con manteles blancos repletos de botellas de alcohol y algún que otro platillo para saborear.
Si bien mi familia es adinerada, jamás estuve en un lugar como ese.
¡Incluso tenían su propia cascada! Qué pasada, pensé.
La adrenalina sube por mis piernas, me hace temblar. ¿O es por esos cuatro vasos de vodka puro que he tomado? Da igual. Estamos aquí, después de seis años, en nuestra primera fiesta oficial. Por fin somos libres y la libertad...carajo, si se siente bien.
Escribí sobre ello la madrugada pasada, cuando los nervios por la ceremonia no me habían dejado pegar un ojo en toda la noche. Como si un ente demoníaco se hubiera apoderado de mí, escribí cuatro hojas de corrido en donde plasmé todo lo que ocurrió en mi vida hasta el momento.
Y ese escrito sí que no lo vería nadie. Lo quemé. Me encerré en el baño, robé el encendedor de la cocina y procedí a quemarlo. Hay quien cree en la espiritualidad y dice que los deseos y los buenos momentos no se queman, pero la cosa ya estaba hecha. Porque no había buenos recuerdos en esas hojas, ni siquiera Will podía considerarse uno de ellos.
Will...
La cabeza me duele, no sé si el mundo es el que gira o soy yo. Cada vez que avanzo un paso, el pasto debajo de mis pies se siente onírico, como si fuera parte de un sueño. Busco a Will con la mirada, en el gentío que rodea la piscina de agua azulada e iluminada con luces submarinas. Mis compañeros bailan pegados entre ellos, siguen el ritmo de la música r&b, las chicas menean las caderas, los chicos buscan alguna presa para conquistar antes de que la noche se acabe.
Bien, hay que admitir que Malcolm sí sabe hacer buenas fiestas.
Todo lo que pasa por mi mente ahora es encontrarlo. ¿Qué pasaría si me declaro? ¿Qué me diría si le digo que me gusta? ¿Y si le confieso que estoy enamorada de él desde el momento en el que pisamos juntos el instituto? Pff, que va. Le restaría importancia, se burlaría de mí, se reiría de mí como lo ha hecho la tarde en la que ganó la apuesta. Odio quererlo tanto, odio que me guste tanto, ¿qué tiene de especial? ¡Nada! Ni siquiera sé por qué me atrae, pero lo hace. ¿Serán sus ojos? ¿Será su boca?
Trish tiene razón, solo estoy obsesionada con él. Y eso tiene que terminar.
Pero Will está aquí, en algún lugar de este increíble lugar, y yo también estoy aquí, con un maldito vestido negro encajado al cuerpo y unos tacos de punta que terminé por sacármelos a los segundos de haber llegado. Siempre creí que si me veía así, algo de todo esto llamaría su atención. Es decir, en las novelas juveniles sucede esto que el chico malo se enamora de la chica buena luego del cambio.
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La lista roja de Zoey Liderman
Ficção AdolescenteZoey pasó la adolescencia obsesionada de su compañero de instituto, Will Bolton. No hacía otra cosa más que pensar en él y en sus hermosos ojos ambarinos, así que decidió plasmarlo en papel y escribió una historia con Will. Solo que hubo un problema...