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Bajo presión

Había perdido la cuenta de cuántos vasos de agua llevaba bebiendo. Mi garganta se sentía más seca de lo normal, como si hubiera caminado cincuenta kilómetros bajo el sol abrasador del Sahara. El silencio en la sala se volvía insoportable. Mi padre estaba sentado frente a mí en la mesa de nuestra casa, que poco a poco empezaba a sentirse extraña, como si ya no me perteneciera. Mientras él se recargaba en la silla con aparente tranquilidad, yo no podía dejar de jugar nerviosamente con el vaso de agua, dándole pequeños toques para hacerlo girar. El mutismo entre nosotros era una bomba de tiempo.

Mi mente estaba atrapada en la acusación que le había lanzado, demasiado contundente para ser ignorada. Alex murió por tu culpa. Esas palabras pesaban como plomo. Yo era la víctima en esta situación, pero con esa confesión había quedado como la cruel.

—¿Y bien? —me atreví a romper el silencio que parecía eterno—. ¿Nos quedaremos todos callados hasta que se haga de noche?

Mentira. Solo quería salir de ahí, encerrarme en mi habitación como una ermitaña y fingir que nada de esto estaba pasando.

Mi padre respiró profundamente antes de hablar, su voz cargada de una mezcla de dolor y frustración.

—Lo que pasó aquí... —Comenzó a hablar, pero se detuvo, titubeando. Sus palabras salían temblorosas, como si le doliera pronunciarlas—. Espero que no te arrepientas de lo que has dicho. Y si lo haces, no importará. Ellos serán quienes te cuiden, quieras o no.

"Ellos". El eco de esa palabra retumbó en mi mente como una sentencia. Alemania era un país libre, donde las mujeres podían decidir por sí mismas. Sin embargo, en este momento, yo no tenía ningún control sobre mi vida. Mi padre siempre había sido recto, pero jamás machista. Me había enseñado a valerme por mí misma, a no depender de ningún hombre para conseguir lo que quería. Pero ahora... ahora no lo reconocía. Me pregunté si el dolor de perder a alguien podía convertirte en alguien estúpido.

Cuando la charla llena de silencios incómodos terminó, subí a mi habitación sin mirar atrás. Cerré la puerta de un portazo, el sonido resonó por toda la casa. Me quité los zapatos y me dejé caer sobre la cama, mi cuerpo se hundió en el colchón esponjoso, como si quisiera desaparecer en él. Estaba aturdida, completamente sobrepasada por todo lo que estaba ocurriendo.

Nina: Zak, esto está mal, esto está muy mal.

Dejé el móvil a un lado, mis manos descansaron sobre mi abdomen mientras mis ojos se perdían en el techo. No tardó ni unos segundos en llegar la respuesta. Zakhar, como siempre, era más rápido que un rayo.

Zakhar: Aquí estoy, ¿qué es tan malo? Te leo.

Sabía que podía contarle a Zakhar cualquier cosa, pero poner en palabras lo que estaba sucediendo me hacía sentir aún más atrapada.

Nina: ¿Recuerdas a los hermanos? Bueno, ahora son mis nuevos guardaespaldas.

Zakhar: ¿Qué? Tienes que estar bromeando.

Nina: Ojalá lo estuviera. Pero no, mi vida parece una maldita broma. Mi padre los ha contratado.

Zakhar: ¿Eso era la "reunión de negocios" de la que hablabas?

Nina: Sí. El maldito desgraciado me llevó sin decir nada porque sabía que me opondría. Y ahora... ahora tengo que quedarme de brazos cruzados mientras esos dos se pasean por mi casa. ¿Cómo voy a hacer esto? Los tuve a los dos desnudos y dentro mío ,en la cama de Oleg, Zak. A los dos. No estoy preparada para lidiar con esto ahora mismo.

Cerré los ojos con fuerza, sintiendo el peso del desastre sobre mis hombros. No era solo una cuestión de vergüenza. Había algo mucho más profundo, una complicidad rota, una mezcla de placer y arrepentimiento que me atormentaba cada vez que pensaba en ellos. ¿Cómo iba a enfrentarme a esos dos sabiendo lo que había pasado entre nosotros?

Los hermanos AlevDonde viven las historias. Descúbrelo ahora