Parte 9

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Olatz se sentía feliz en urgencias, rodeada del ajetreo que siempre había soñado. Desde que se matriculó en la facultad de medicina, había visualizado este momento: las luces tenues, el sonido constante de las máquinas y los gritos lejanos que llenaban el aire con una mezcla de adrenalina y esperanza. Sabía que pasaría por diferentes servicios en el hospital, cada uno con sus pros y sus contras, pero tenía claro que el servicio de urgencias siempre sería su hogar, el lugar al que volver.

Sin embargo, la noche de San Fermines traía consigo un ritmo frenético. La ciudad estaba llena de vida y de excesos, y eso significaba que las urgencias se saturaban de jóvenes, heridos por caídas, peleas y accidentes provocados por el alcohol. Olatz se movía entre los pacientes con la confianza que le daba su formación, pero en medio de aquel torbellino, un error fatal se desató. Un chico de 18 años, desorientado y herido, llegó en un estado crítico, y a pesar de todos sus esfuerzos, se desvaneció en el caos.

Cuando el chico finalmente fue llevado a reanimación, Olatz sintió que el mundo se le venía encima. La situación se había vuelto insostenible y, aunque lograron salvar su vida, la sombra del error empezó a cernirse sobre ella. Alguien apuntó con el dedo, y su nombre salió a la luz como responsable.

Gorka, el jefe de urgencias, la llamó a su despacho. En su mirada había decepción, y las palabras que le dirigió eran como cuchillas. Olatz, abrumada y confundida, apenas recordaba los detalles de la noche. Era tanta la carga de pacientes que su memoria se había vuelto un borrón. Sin embargo, decidió no defenderse. No quería exponer a otro compañero, y lo que había ocurrido era un hecho consumado. Alguien ya había recibido la bronca, aunque esa alguien fuera ella.

—Lo entiendo, Gorka —dijo, tratando de mantener la calma—. Pido disculpas.

Pero él no estaba dispuesto a aceptar ese simple reconocimiento. La presión aumentaba, y la frustración crecía. Olatz sintió cómo una chispa de rabia brotaba en su interior. En un arranque de determinación, se levantó de la silla y, con voz firme, se acercó a él.

—¡Se acabó! He pedido disculpas y no voy a tolerar esto ni un minuto más.

Gorka, sorprendido por la valentía de Olatz, tropezó con sus propias palabras.

—¿Pero qué demonios...?

La tensión en la habitación era palpable, y en un instante que desafiaba toda lógica, sus labios se encontraron. Olatz respondió primero con rabia, pero en un giro inesperado, esa ira se transformó en algo más dulce, un sabor desconocido que ambos estaban ansiosos por explorar. En medio del tumulto, en medio de la tormenta que era urgencias, un momento de claridad emergió: a veces, en los lugares más oscuros, nacen las conexiones más inesperadas.

Olatz salió del despacho dando un portazo, el eco resonando en el pasillo como un grito ahogado. Su corazón latía desbocado, un torbellino de emociones que no lograba calmar. Estaba desconcertada; nunca había imaginado que aquella conversación con Gorka terminaría de esa manera. Siempre habían tenido una buena relación, marcada por risas y complicidad, pero lo que había surgido entre ellos en ese instante la dejó sin palabras.

—¿Habrá sido el fragor del momento? —se preguntó, tratando de racionalizar lo sucedido. La química que había sentido era innegable, pero no quería hacerse ilusiones. La idea de que Gorka pudiera sentirse atraído por ella parecía tan lejana y, a la vez, tan electrizante.

Mientras caminaba por los pasillos del hospital, la realidad se mezclaba con sus pensamientos. Recordaba cada gesto, cada palabra, el brillo en sus ojos cuando discutían sobre un caso o la forma en que se apoyaba en la mesa, cerca de ella, haciéndola sentir como si el mundo a su alrededor desapareciera. Ahora, esa conexión había estallado en un beso inesperado, uno que la había dejado con ganas de más.

En su interior, solo pensaba en cómo volver a sus brazos, en la calidez de aquel momento que había desbordado todas sus expectativas. Sin embargo, el miedo a que todo fuera solo un impulso la mantenía en vilo. ¿Podría ser que, después de todo, él también la deseaba? Con cada paso, el deseo crecía, y se prometió a sí misma que, aunque el futuro era incierto, no podía dejar que ese instante se desvaneciera sin intentar entenderlo.

A medida que se alejaba del despacho, su mente se llenaba de posibilidades, pero también de dudas. La urgencia de los pacientes esperaba por ella, pero en ese momento, lo único que deseaba era volver a sentir el roce de Gorka, el eco de sus palabras, la calidez de su presencia. Era una mezcla embriagadora de esperanza y temor, y, mientras se adentraba de nuevo en el bullicio de urgencias, sabía que su vida había dado un giro inesperado.

Pasaban los días y Olatz se movía por el hospital sintiendo un vacío en su pecho. Cada turno en urgencias era una rutina, pero su mente estaba atrapada en la ausencia de Gorka. No lo había visto por ninguna parte y, aunque la razón más natural hubiera sido preguntar por él, ella evitaba hacerlo. Temía que alguien pudiera notar su interés, que su curiosidad fuera evidente, y no quería que se hiciera público. La posibilidad de que todo hubiera sido solo una ilusión la mantenía en un tira y afloja emocional que le resultaba agotador.

Sin embargo, la semana siguiente, cuando el sol comenzaba a asomarse tímidamente en el horizonte de su ciudad, Gorka hizo su aparición. Había estado en Bilbao resolviendo unos asuntos familiares, explicó al grupo con la habitual tranquilidad que le caracterizaba. Olatz escuchó atentamente, tratando de esconder la mezcla de alivio y nerviosismo que la embargaba.

Él evitaba su mirada, pero cuando finalmente sus ojos se encontraron, el tiempo pareció detenerse. Un instante cargado de electricidad, donde el bullicio del hospital se desvaneció, y todo lo que existía eran ellos dos. En ese breve segundo, ambos lo supieron: no había vuelta atrás. La conexión que habían compartido en aquel despacho ya no podía ser ignorada, ni reprimida.

La chispa entre ellos creció en intensidad, cada uno consciente de que lo que había comenzado como un error se había transformado en algo mucho más profundo. Olatz sintió que el aire se volvía denso a su alrededor, como si la realidad misma se estuviera ajustando para permitirles un espacio en el que sus corazones pudieran hablar sin palabras.

A pesar de la vorágine de pacientes y el ruido habitual de urgencias, el mundo exterior se desdibujó en ese instante. Olatz sabía que el camino por delante no sería fácil, pero en su interior se encendió una llama de esperanza. No quería hacerse ilusiones, pero tampoco podía ignorar lo que sentía. Era el momento de enfrentarse a la verdad, y esa verdad la llenaba de una mezcla de miedo y excitación que jamás había experimentado.

ECOS DEL PASADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora