Parte 25

9 3 0
                                    

La luz del atardecer se filtraba a través de las ventanas del hospital, tiñendo el pasillo de un dorado tenue. Olatz, con su bata blanca aún impecable, se movía con determinación mientras sus pasos resonaban en el suelo. Desde que Patxi había ingresado a su unidad, ella se había convertido en su sombra.Solo esperaba un gesto que lo delatase,una palabra . Pero Patxi , ya había declarado y no pensaba darle a Olatz la satisfacción de decirle nada que pudiera aliviar su dolor..

A lo largo de los días siguientes, Olatz había estado al tanto de cada detalle . Había pasado horas en la sala de descanso, escuchando a sus colegas murmurar sobre la injusticia que había caído sobre Gorka. "No puede ser que lo culpen por algo que no hizo", había dicho una de las enfermeras, mientras las firmas comenzaban a circular entre los trabajadores del hospital. Todos estaban dispuestos a luchar por la verdad.

Olatz decidió que era hora de actuar. Se acercó a la dirección del hospital con un fajo de papeles en la mano. Dentro de ella se encontraban las firmas de todos los que apoyaban a Gorka, un acto de solidaridad en medio de un mar de injusticia. Al llegar a la oficina del director, se detuvo un momento para calmar sus nervios.

—¡Adelante! —se oyó la voz grave del director desde el interior.

Olatz entró y se encontró con el rostro preocupado del director, quien la miró con atención.

—Olatz, ¿Qué te trae por aquí? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Vengo a hablar sobre Gorka —comenzó, sintiendo cómo la tensión se acumulaba en el aire—. Fue suspendido de empleo y sueldo de manera injusta. La Ertzaintza, ha confirmado que fue Patxi quien robó en la farmacia. Todos lo sabemos. Esto no puede seguir así. Deben de hacer un comunicado para limpiar su nombre

El director se reclinó en su silla, rascándose la barbilla con gesto pensativo.

—Lo sé, Olatz. Pero la situación es complicada. Las decisiones que tomamos tienen consecuencias.

—¡Consecuencias fatales! —exclamó Olatz, sin poder contenerse—. Gorka no solo fue desacreditado, sino que perdió su carrera, su dignidad y su vida. ¿Qué es lo que hay que hacer para que se reconozca la verdad?

El director la observó en silencio, su expresión cambiando lentamente. Olatz sintió que su corazón latía con fuerza.

—Trajiste las firmas, ¿verdad? —preguntó él finalmente, asintiendo hacia los papeles que sostenía.

—Sí. Todo el hospital está con Gorka. Merece una rectificación.

El director tomó los papeles y comenzó a revisar las firmas. Su mirada se endureció mientras leía los nombres.

—Entiendo. Parece que no estamos solos en esto —dijo, finalmente—. Estoy dispuesto a rectificar. Lo que ocurrió fue un gran error, y las consecuencias han sido devastadoras.

Olatz sintió un alivio inmenso al escuchar esas palabras, aunque sabía que no todo estaba resuelto.

—Gracias, pero esto es solo el primer paso. Hay que reparar el descrédito y el daño que se le ha hecho a Gorka.

Al salir del despacho, Olatz sintió una mezcla de esperanza y determinación. Aún quedaba una cosa por hacer..

Era el siete de noviembre, un día que Olatz había esperado con ansias y, al mismo tiempo, con una extraña mezcla de tristeza. Era su cumpleaños, pero también su última guardia en el hospital. La idea de celebrarlo en medio de la rutina médica le resultaba un poco amarga, aunque sus compañeros habían hecho un esfuerzo por sorprenderla.

"¡Feliz cumpleaños, Olatz!" gritó una de las enfermeras mientras entraban en la sala de descanso, portando una tarta decorada con velas. El ambiente se llenó de risas y voces alegres, y la melodía de "¡Zorionak zuri!" resonó en el aire, marcando el ritual de cada celebración.

"Gracias, gracias a todos. No esperaba esto," respondió Olatz, sintiéndose un poco abrumada pero agradecida.

Después de una pequeña merienda y algunas bromas, Olatz se despidió de sus colegas, prometiendo celebrar con ellos más adelante. Sabía que, aunque el hospital estaba lleno de vida y esperanza, su mente se encontraba inquieta. Tenía que revisar a sus pacientes antes de retirarse a su habitación, donde pasaría la noche en vigilia.

Dejando a Patxi para el final, Olatz recorrió los pasillos, notando las sonrisas de los pacientes y el bullicio del personal. Pero, en el fondo, su mente giraba en torno a la injusticia que había golpeado a Gorka. Sabía que debía actuar.

Cuando entró en la habitación de Patxi, lo encontró despierto, aunque su estado seguía siendo grave.

—Hola, Patxi. ¿Cómo te sientes hoy? —preguntó con su voz firme, aunque amable.

Él respondió con un murmullo apenas audible, y Olatz notó la indiferencia en sus ojos. Se acercó un poco más, sacando la jeringa que había preparado poco antes y había guardado en el bolsillo de su bata.

—Hoy tengo algo que hacer por ti —dijo, sin apartar la mirada de su rostro. Inyectó el potente anestésico en su suero con manos firmes—. ¿Por qué acusaste a Gorka? ¿Por qué?

En ese instante, algo extraño sucedió. La expresión de Patxi se desvaneció, y Olatz sintió que la realidad se desmoronaba a su alrededor. Ante ella ya no estaba Patxi, sino Miguel, el vecino de Maritxu, el delator, sonriendo con una mueca torcida desde la cama.

La confusión la envolvió. Los gritos de la multitud resonaban en su mente: "¡Sorgina! ¡Bruja!". Imágenes de la hoguera en la plaza comenzaron a invadir su conciencia. Era Maritxu, sí, pero también era ella. La sangre de su ancestro corría por sus venas, llevando con ella su ADN mitocondrial, un legado de dolor y venganza que había sido transmitido de madre a hija desde tiempos inmemoriales.

La habitación empezó a dar vueltas, y Olatz se sintió atrapada entre dos mundos. Se dio cuenta de que solo ella podía poner fin a esta espiral de odio. Ella era la última de su estirpe, no tenía hijas y en su familia no había más mujeres, el legado moriría con ella, o ¿Tal vez tenía otra forma de transmitirse?.

Con decisión, sacó un frasco de alcohol y roció la cama de Patxi y su propia bata. Cerró las puertas con un golpe sordo y, con un pequeño mechero en la mano, encendió el fuego, mientras recitaba una antigua oración:

—"Jainko maitea, babes nazazu eta eraman nazazu zurekin, iluntasun honetatik haratago." (Dios amado, protégeme y llévame contigo, más allá de esta oscuridad).

Sintió el ardor del fuego en su piel y un grito desgarrador se escapó de sus labios.

—¡Zer ikusi, hura ikasi! (¡Aprendes lo que ves!).

Un ertzaina que estaba en la puerta vio el resplandor y giró, dándose cuenta de que la habitación estaba en llamas. Intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada por dentro. Dio la alarma, pero el tiempo se había detenido para Olatz.

Cuando los bomberos llegaron y apagaron el fuego, ya no había nada que hacer por ellos, ambos estaban muertos , quemados vivos . Patxi en su cama y Olatz en el suelo.

Olatz avanzaba en un túnel oscuro, sintiendo cómo el dolor se desvanecía, y solo quedaba la paz. A medida que la luz al final del túnel se hacía más intensa, sintió que la estaban esperando, que era su gente, su familia, quienes la acogen con amor.

—¡Ya llega! ¡Ya está aquí! resonaban sus voces, y Olatz, con una sonrisa en el rostro, se adentró en la luz, dejando atrás el mundo que había conocido, dejando atrás el dolor y la venganza, para abrazar la esperanza y la libertad que tanto había deseado. Era siete de noviembre y una hermosa niña acababa de nacer.

ECOS DEL PASADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora