Capítulo 4 (El bosque)

112 4 2
                                    


La piel se me erizó y mis axilas comenzaron a transpirar.

—Mantente en silencio —me ordenó tras agarrarme de la mano—. No te quedes ahí parado, ¿acaso quieres morir?

Era ella, la mujer que estaba buscando.

—¡Maldita ladrona...! —exclamé enfadado justo antes de que me tapase la boca con su mano.

Acto seguido me empujó hacia el interior de unos matorrales y me suplicó que me mantuviese en silencio. Poco después, me agarró del cuello para que echase la vista al frente y entonces los vi husmeando el cadáver.

Parecían humanos deformes, algunos escuetos, y otros, sin embargo, fornidos. Comencé a temblar. El pánico se apoderó de mí y no supe si sería capaz de no llamar su atención. Traté de respirar lo más calmado posible pero no podía controlar mi ansiedad. La ratera, con el dedo índice en los labios, mantenía los ojos cerrados mientras la sien se le llenaba de gotas de sudor.

Me encontraba ante una situación de auténtica pesadilla. Ver como uno de los extraños se agachaba para chupar la sangre que emanaba de los orificios del cadáver me puso los pelos de punta. Casi vomito al escuchar el sonido que producía al masticar algún que otro trozo de carne.

Estaba muerto de miedo, no sabía que existiesen criaturas tan terroríficas en el interior del bosque.

—Ha faltado poco —murmuró la muchacha a la vez que los misteriosos seres se alejaban de allí a paso lento.

Resoplé y me dejé caer al suelo.

—¿Qué demonios eran esas cosas? —pregunté todavía con piernas temblorosas—. ¡Se estaban comiendo a ese hombre, joder!

Mi voz alertó al último, que se dio media vuelta y miró hacia los arbustos.

—Pedazo de idiota —susurró enfadada.

La chica volvió a taparme la boca y supe que me había equivocado.

El extraño comenzó a caminar a paso lento hacia nosotros y mis pulsaciones se dispararon. Su forma de andar, acompañada por los ruidos que producía su agitada respiración, provocaba escalofríos.

—Vamos a tener que enfrentarnos a él —me advirtió la joven.

No había escapatoria, sabía que estábamos allí.

—¿Estás armado? —me preguntó.

Le mostré el fragmento de lanza que portaba y asintió con la cabeza.

—Eso será suficiente —Para encontrarnos ante una situación de vida o muerte, su rostro parecía bastante calmado, como si ya hubiese pasado por episodios semejantes en más ocasiones—. Yo iré por detrás y le agarraré por la espalda, tú aprovecha para ensartar el puñal en su garganta.

—¡¿Qué?! ¡¿Hablas enserio?! —No me creía capaz de hacer algo así—. Nunca he matado a nadie, no sé si podre...

—¡Si no lo haces tú, lo hará él!

No había tiempo para estirar la conversación, la horrenda criatura estaba a punto de alcanzar el arbusto y la chica no dudó en lanzarse a por él.

—¡Vamos! —gritó mientras forcejeaban—. ¡Hazlo!

No tardó en cumplir su parte y consiguió sujetarle por el dorso.

—Ahh... Ahh... —Salí del matorral jadeando y con decenas de gotas de sudor frío resbalando por mis sobacos.

Era mi turno, debía acabar con él. Sin embargo, cuando levanté la mirada y vi la faz del extraño, se me cayó el arma al suelo.

—¡¿Qué estás haciendo?! —gritó la joven, que no podía entender mi reacción.

El Pendiente de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora