Capítulo 5 (Gatita Dorada)

76 4 2
                                    

Día 30, Periodo del Viento, año 1314.

Continuamos recorriendo la espesa arboleda acompañados por los rayos de luz que entraban entre los huecos de las copas de los árboles. Andábamos a paso ligero casi sin dirigirnos la palabra, cuando de pronto, recordé el motivo de mi salida.

-¡Devuélvemelos!

La agarré del brazo y tiré de ella hacia atrás.

-¿Qué crees que estás haciendo? -gritó enfadada-. ¡Me haces daño, imbécil!

-Dame ahora mismo lo que desenterraste en aquel matorral, maldita embustera.

Trató de zafarse, pero la sujete con ahínco.

-¡Solo eran un puñado de joyas, mi vida es mil veces más valiosa! -exclamó-. El tipo al que se estaban comiendo me atacó, y como bien comprenderás, no era momento de recuperarlas.

-Me importan una mierda esas reliquias, sabes perfectamente a lo que me estoy refiriendo.

-¿Te has vuelto loco? ¡No sé de qué me hablas!

Pegó un tirón y consiguió soltarse.

-¿Qué has hecho con los restos de mi abuelo? -la pregunté sin tapujos.

-¿Perdona? Sabía que no eras muy listo, pero no pensé que llegarías a tanto -contestó sorprendida-. Te quité los tesoros que enterraste, eso es cierto, pero no me he llevado nada más de aquel asqueroso barrizal.

Las palabras de Naizy me dejaron completamente descolocado.

-¿Para que iba yo a querer los restos de tu abuelo? ¿Acaso has perdido la cabeza? -Me empujó de forma violenta-. ¡No te rías de mí!

-Entonces... ¿dónde están? -cuestioné desde el suelo-. ¿Quién se los ha llevado?

-¡Ni lo sé, ni me importa! -exclamó mientras avanzaba-. Yo excavé la zona en la que guardaste el zurrón, y ni siquiera me percaté de que había una tumba.

Me levanté cabreado.

-Los marginados tenemos prohibido enterrar a nuestros familiares fallecidos -la expliqué-. Por eso no estaba bien señalizado.

-Oye, Éliar, me caes bien, por eso estoy contestando a todas tus ridículas preguntas, no gano nada mintiéndote -dijo con gesto desquiciado-. Escúchame y que te quede claro, bajo la tierra de esos matorrales no había nada más que las joyas que enterraste.

Tragué saliva, las palabras de Naizy me asustaron.

-¿Pero entonces...? -balbuceé-. ¿Alguien se los ha llevado sin que yo me haya percatado? ¿O es que los huesos de mi abuelo nunca han estado en ese lugar?

Me apresuré por seguir sus zancadas.

-Te lo diré por última vez -dijo enfadada-. ¡Ni lo sé, ni me importa!

Mi cabeza estaba llena de incógnitas.

-Maldita sea, he salido de mi pueblo para recuperar los restos de mi abuelo -confesé-. ¿Qué haré ahora?

-Yo no voy a volver hacia atrás -me aseguró-. Si quieres puedes venir conmigo, pero has de dejar de decir estupideces.

Su paso era muy ligero, por momentos me costaba mantener el ritmo.

-Oye, Naizy, ¿qué hacías tú en Astbur?

-Es una historia muy larga de contar.

Fatigado, logré agarrarla del vestido.

-Cuéntamelo, por favor.

-Seguía el rastro de tres encapuchados.

-¿Esos tipos de los que hablas llevaban pañuelos rojos atados al cuello?

El Pendiente de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora