DAMIÁN
Tenía siete años cuando vi desaparecer toda la vida restante de los ojos de un hombre por primera vez. Y durante los siguientes años, se volvió mediocre. Solo una noche normal entre semana en la que mi viejo me despertaba y me bajaba al sótano, o como me gustaba llamarlo, su calabozo de tormento , mientras mamá se encerraba en su dormitorio.
Ella siempre supo que algo estaba pasando. Al principio, me pregunté por qué nunca se molestó en siquiera intentar salvarme de la brutalidad de lo que estaba ocurriendo en el nivel más bajo y oscuro de nuestra casa.Por los gritos casuales y las frecuentes veces que subía las escaleras cubierto de sangre, a horas extrañas de la madrugada, ella tenía que haber sabido que algo siniestro estaba pasando.
Sin embargo, ella nunca hizo nada para detenerlo.
En cambio, actuó ajena a la situación. Como un ciervo atrapado por los faros de un coche a toda velocidad, aturdido y confundido.
Una noche, cuando solo tenía diez años, mi padre me despertó de mi sueño. Todavía recuerdo cada detalle vívidamente, como si fuera ayer.
-Levántate.-ordenó, tirando hacia abajo de las sábanas. -Es la hora.-
Salió de la habitación y salté de la cama, escuchando los ruidos sordos de sus pasos desvanecerse mientras bajaba corriendo las escaleras.Frotándome los ojos con los puños, exhausto por mis habituales vueltas y vueltas, entré en el pasillo e inmediatamente me congelé en seco.
Por una vez, mi madre estaba allí, asomando la cabeza por detrás de la puerta de su dormitorio. Sus ojos estaban muy abiertos, llenos de angustia.
Nunca había visto a nadie tan horrorizado. Tan completamente indefenso.
Su corazón se estaba rompiendo por mí. Por el niño que sabía que nunca podría proteger.
-Está bien.- la tranquilicé.-Está bien, mamá. Estoy bien.
El sonido que provino de ella a continuación fue un sonido que nunca olvidaría. Un sollozo de alivio.
Y me volví hacia las escaleras, listo para lo que vendría después. Por lo general, solo me obligaba a mirar. Pero esta noche... fue muy diferente del resto.
-Las yemas de tus dedos están llenas de terminaciones nerviosas.-explicó, mirando mis ojos azules vacíos. -Envían señales a tu cerebro.
Señales de dolor.Se acercó a la mesa de metal donde un hombre al que nunca había visto antes yacía indefenso, atado con gruesas cadenas. Se sacudieron con cada uno de sus intentos desesperados por escapar.
Aunque, deseaba poder decirle que no servía de nada.
Él no iba a ninguna parte.
-Es peor que otras partes de tu cuerpo.-explicó mi padre.-Digamos, tu brazo.-Clavó la hoja del cuchillo en la carne del bíceps del hombre sin previo aviso. El dolor puro se hizo evidente cuando el hombre gritó a través del trapo envuelto en su boca, escondido detrás de varias capas de cinta adhesiva.
Me quedé quieto como una piedra. Ni siquiera un respingo.
Para mí, esto era normal.
Una lección de aprendizaje.
Mucho más importante que la escuela.
-Ahora mira.- instruyó mi padre, colocando el dedo índice del hombre entre las tijeras de podar. -Observa cómo los dedos son más sensibles.
Con eso, cortó el dedo del hombre, lentamente. Pura agonía se encendió dentro de sus ojos, mientras pateaba sus piernas y golpeaba sus brazos.
Lloró y lloró, lágrimas de absoluto horror mientras mi padre se cortaba el hueso del nudillo.
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MATANZA
RomanceEllos solo tenían que observarla desde lejos y asegurarse de que continuará con vida. Obsesionarse con la chica linda no entraba en los planes. Pero ahora que saben que se siente tenerla, dejarla ir ya no es una opción. Quinn solo quiere una noche...