Capítulo 3: El Deseo y la Moral.

15 3 4
                                    

Esa mañana, luego de una semana agotadora y completamente repleta de eventos formales, habían acordado encontrarse en un pequeño lugar, apartado de su rutina cotidiana. Cuando María entró al Atticus Bookstore Café, divisó a Michell rápidamente. Estaba sentada junto a la ventana, hojeando un libro con sus lentes puestos. La gorra negra que llevaba cubría parte de su rostro,  pero María notó la intensidad con la que leía. Se acercó despacio, ajustando su cárdigan mientras el olor a café y libros viejos creaba un ambiente acogedor. A medida que la distancia se acortaba, reconoció el título del libro: Casas muertas de Miguel Otero Silva. Sonrió para sí misma. La elección de Michell la hizo sentir una conexión sutil pero significativa, le encantó el hecho de que, sin saberlo, había elegido un autor venezolano que evocaba una sensación de hogar para ella. 





—No esperaba encontrarte leyendo a Otero Silva —comentó María, con una sonrisa leve al acercarse.





Michell levantó la mirada justo cuando María se acercaba y le dedicó una sonrisa cálida antes de levantarse para abrazarla. Al fundirse en el abrazo, ambas notaron la diferencia de altura. No era un detalle grande, pero se sentía más significativo de lo que parecía. Ninguna dijo nada, pero ambas sonrieron un poco más antes de separarse. 





—Bueno... everything is possible, dear — Respondió, soltando una risita.





—Sí, es... Que buen gusto —dijo María, asintiendo.





—¿Quieres un café? —preguntó Michell, señalando el menú.





—Un cappuccino estaría bien —respondió María, devolviéndole la sonrisa.



Pero antes de que Michell pudiera pedir lo suyo, María la interrumpió suavemente:



—¿Y para ti... un latte?



Michell frunció el ceño ligeramente, sorprendida.



—Yeah, ¿cómo supiste?



—Solo lo imaginé —dijo María, encogiéndose de hombros con una pequeña sonrisa.

Mientras la mesera anotaba el pedido, comenzaron a hablar de temas ligeros. Era una conversación fácil, pero en el aire flotaba algo más, algo que ambas percibían, aunque ninguna lo dijera en voz alta.



—Hemos pasado casi toda la semana juntas y todavía no sé ni cuántos años tienes, Michell —comentó María, cambiando de tema, como si esa curiosidad hubiera estado ahí todo el tiempo, esperando salir.





—You first —respondió Michell, con una sonrisa juguetona y los ojos entrecerrados.



María sonrió, pero por primera vez dudó antes de hablar.



—Cuarenta y uno.



Michell asintió lentamente, asimilando la información, como si ahora viera a la mujer frente a ella bajo una nueva luz. pero había algo más en su expresión, algo que María no pudo descifrar al principio. Michell había asumido que María era mucho más joven, tal vez por su energía o por la manera en que llevaba su vida. La revelación de su edad le causó un leve cosquilleo que no supo bien cómo interpretar



—. Yo tengo cuarenta y cinco.— sonrió tímida. 



—Cuatro años no es tanto —comentó María, como si no le diera importancia, aunque ambas sabían que el tono de su voz insinuaba algo más.



—No, no lo es —respondió Michell, dejando que sus palabras se desvanecieran suavemente, justo cuando la mesera trajo los cafés y la conversación cambió de rumbo.



Can friends Kiss? [MCM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora