La Espada De Gabriel

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Capítulo I:

Ángeles

—¡No lo hagas!—dijo un hombre alto, de cabellos dorados, ojos verdes y piel tan blanca como las nubes, de enormes alas marrones con una armadura plateada que cubría sus piernas y pecho; parecía un caballero de la más antigua corte imperial.

—¡No lo hagas! Repitió, —¿No entiendes que es tu perdición? Él no quiere esto —miró fijamente a su acompañante y después de guardar silencio por unos segundos continuó—. Quizá yo tampoco comparta muchas de sus decisiones, pero él no nos creó para esto. ¡Tú eres el primero, el más cercano!

—¡No seas absurdo, Gabriel!—respondió otro hombre también muy alto, de ojos azules, cabellos negros y de enormes alas blancas manchadas de algo oscuro, y su investidura era muy parecida a la del primero, solo que esta tenía prendas que adornaban su pecho.

—¿Dónde está mi recompensa de tantas luchas? —siguió este—míranos, somos ángeles creados por un dictador que no nos deja ser libres para tomar nuestras decisiones; estamos al servicios de seres malagradecidos, entre más le das más te rechazan. ¿Dónde está la divinidad en eso?

—Lucifer, sabes que él nos creó por un propósito—dijo Gabriel—Nosotros estamos en el mejor lugar del universo, su poder y amor nos hacen libre, ¡entiéndelo! Nosotros luchamos contra la oscuridad más profunda que existe en todo el mundo y aunque no te guste, toda vida debe conservarse.

—No me importa lo que digas—respondió Lucifer—yo he probado un poder que tú no tienes ni idea de lo que se siente; esos seres que llamamos oscuridad tienen más pureza que todo el mundo celestial; ¡ya no importa lo que digas, he renunciado a estar a sus servicios!

Después de unos segundos, Lucifer salió volando a gran velocidad por todo aquel territorio de enorme belleza, lleno de flores y luz, pero no una luz que te cegaba, sino una que te llenaba de una suave y calidez; detrás de este lo siguió Gabriel también a gran velocidad.

Sobrevolaron todo el lugar hasta que llegaron donde se encontraba una enorme puerta que parecía madera, pero esta era la madera más pulida y refinada que existiera. En ese lugar todo era hermoso, todo brillaba, todo era vida; y había más ángeles, unos hablando entre sí, riendo, otros sentados, pero lo que más llamaba la atención eran las melodías que entonaban sus voces.

Abrieron la puerta, pero al pasar no había paredes, ni techo. Era simplemente otra estancia igual o muy parecida a la anterior, pero la diferencia es que aquí había más ángeles; estos los miraban fijamente mientras caminaban, y acto seguido aquel hombre que se hacía llamar Lucifer paró el paso y gritó.

— ¿Dónde estás?

— ¡Dios! ¿Dónde estás? Exijo tu presencia —

Todos los ángeles enmudecieron y miraron a Lucifer con preocupación… —¿Dónde estás? —repitió este de modo arrogante. A lo lejos se veía una enorme ave que poco a poco se iba acercando y en sus patas cargaba un moisés dorado. El ave rodeó todo el lugar, bajó y dejó el moisés en aquel suelo delante de aquellos seres con alas. Lucifer miraba aquello con total desprecio; en su rostro se mostraba una rigidez nunca antes vista; en cambio Gabriel lo miraba con preocupación. Después de unos segundos, todos los ángeles soltaron un grito que silenciaron de inmediato al ver que el moisés se movía. Para sorpresa de todos, lo que había adentro era un bebé, un niño de un mes de nacido; no lloraba, no reía, solo se movía, y a medida que lo hacía se le notaban cambios, como si el tiempo pasara rápidamente, ya que pasó de ser un recién nacido a estar con la forma de un niño de cinco años, y a medida que se iba levantando su cuerpo se desarrollaba cada vez más, como si simulara el ciclo de la vida. Se levantó delante de aquellos dos hombres, pero con la forma de un hombre adulto. Al detallar bien su forma se podía ver que su rostro no siempre estaba estable; sufría cambios al igual que lo hizo su cuerpo; era como si fueran miles de personas en uno solo y éste cambiaba constantemente. Pasaba de ser un hombre blanco a ser un hombre de piel oscura de diferentes aspectos faciales, como si imitara las diferentes características físicas de los humanos.

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