Capitulo 2

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Capítulo II

03:00 a.m.

Al despertar algo angustiada por lo que había soñado, me puse las manos en el pecho y mi corazón latía con fuerza. Nunca había tenido un sueño de ese tipo; que doloroso, que trágica historia la que había presenciado. Me quedé mirando el techo por unos segundos y volteé hacia mi lado izquierdo y vi en el reloj que estaba encima de la mesita de noche. Pude ver que marcaban las tres de la madrugada; aún no había amanecido, y por el sueño que tuve, las ganas de dormir se me habían quitado, pero sabía que era cuestión de tiempo para que volviera. Me levanté de la cama y al voltear hacia la derecha vi que el televisor de mi habitación estaba encendido. Observé que había un hombre hablando por el mismo, pero no le presté atención a lo que decía y me dispuse a terminar de levantarme. Caminé hacia la salida de mi habitación y al salir vi que las luces de la casa estaban apagadas, ya que todos dormían. La iluminación no fue problema para mí, ya que pude notar a corta distancia la escalera, la cual me conducía hacia la sala de la casa. Bajé y crucé hacia la derecha. Di con el comedor, busqué el refrigerador, lo abrí, tomé una jarra con agua y me serví en un vaso; de un solo sorbo ingerí todo el líquido. Imágenes del sueño regresaban como un golpe de frío, pero intenté poner mi mente en blanco y tomé más agua. Al hacerlo sentí como si en esa acción hubiera agotado todas las fuerzas que me quedaban, y volví a mi habitación, vi mi cama y antes de acostarme seguí hacia el baño. Encendí la luz y me vi al espejo, una chica de ojos verdes, cabellos tan negros como las alas de un cuervo, tan largo que sobrepasaba las caderas y la piel tan blanca como las nubes al amanecer, de un metro setenta y cinco. Estaba despeinada y con los parpados caídos; aún tenía las marcas de la almohada en el rostro. Abrí el grifo del lavamanos y lavé mi rostro. Luego de unos momentos levanté la mirada hacia el espejo que estaba delante de mí y dije:

—Soy Helena Bancor, el peor ser humano de la historia—.

Estaba deprimida y obstinada de este mundo; solo quería desaparecer, pero sé que si lo hacía muchos sufrirían, aunque ya poco a poco me estaba destruyendo. Me odiaba; mi físico, mi forma de ser, lo que me exigían y no podía dar, todo eso hacía que me frustrara de la peor forma; pero después de ver al espejo y ver lo patética que soy, volví a la cama, me lancé encima del colchón, cogí una sábana y me arrope hasta el cuello. Al reponerme y estar cómodamente en la cama observé el televisor y seguía el mismo hombre hablando. Subí el volumen para saber qué decía, aunque estaba segura que ver televisión a esa hora no era más que una estrategia para recobrar el sueño.

El hombre en la transmisión era un hombre de piel oscura, muy alto, podría decir, de un metro noventa. Le hablaba a mucha gente y estos tenían los ojos cerrados como si meditaran. Subí más el volumen. Pero algo me alertó: las luces de la habitación se encendieron y apagaron rápidamente; en la televisión comenzaron a aparecer imágenes de aquel ángel que fue destruido. Todo lo que había sufrido, todo su odio, se mostraba en la televisión hasta que una imagen se paralizó en la pantalla; era una espada, una hermosa espada plateada. No sabía qué hacer o qué decir; todo era tan confuso hasta que sentí un fuerte dolor en la cabeza como si me hubieran dado un golpe y, de la nada, todo se volvió negro, y solo escuchaba los gritos, una y otra vez, hasta que poco a poco ese sonido se fue disipando y se perdía en un espacio infinito de silencio.

Después de un momento sentí el viento en mi cuerpo veía como la luz de la estrellas iluminaban el cielo, la nubes pasaban rosando todo mi cuerpo, no tenía miedo, sentía que todo era grandioso, me sentía feliz, mi cuerpo se movía libremente por el aire y solo lo cubría una tela blanca que con el movimiento del viento se moldeaba a mi cuerpo y seguí descendiendo a un vacío inexistente, no había ciudades ni montañas por debajo de mí solo un profundo vacío, sabía que no estaba en la tierra, pero aun así no sentía miedo, volví escuchar las voces de los ángeles pero esta vez sonaban hermosas como si me envolviera en un mar de felicidad y armonía, me complacía escuchar esa música, me sentía identificada con la canción, no entendía lo que decía solo su melodía hacia que me sintiera en completa paz. Después de unos segundos a lo lejos vi que algo brillaba con insistencia, y también iba descendiendo rápidamente, lo cual me hizo suponer que no era una estrella. Me volteé un poco buscando la manera de observar con precisión y me di cuenta de que era una espada. Era una hermosa espada de color plata, de mango negro y piedras color turquesa que la decoraban; era la misma espada que ya había visto. Esa era el arma de aquel hombre con alas que se llamaba Gabriel, que se enfrentó al ángel Lucifer y que por intentar salvarlo dejó caer su espada.

La espada de Gabriel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora