13: Choque de bandos

2 3 0
                                    

El tiempo pasó, como siempre lo hace. Nada es permanente, salvo el irrefrenable avance del tiempo. En numerosas ocasiones, el guardián intentó hacer las paces con Olena; después de todo, ella solo había intentado hacerlo feliz, y él lo sabía. Sin embargo, el rechazo que él le hizo sentir fue peor que una traición. No quería volver a ver al señor Geoffrey, y le declaró la guerra, prometiendo no solo matarlo, sino también apoderarse de la otra joya del poder.

Para entonces, los Airæmitas ya habíamos sido creados por el guardián. No como los pueblerinos que somos ahora, sino como soldados de guerra. El guardián Geoffrey reforzó la torre en la que estamos ahora. Además, ordenó a los otros dos guardianes refugiarse tras murallas y ejércitos en sitios diferentes del mundo sin tiempo, para proteger la joya del poder que Olena intentaría arrebatar en cualquier momento y por cualquier medio —contaba Naroa, con la destreza de una cuentista profesional, mientras Laia escuchaba absorta al filo de su asiento.

—Y hubo guerra, por lo que entiendo —añadió Laia, mirando por la ventana hacia las orillas anaranjadas del mar estático.

—Así es —asintió Naroa, ocultando la capa que había llevado horas antes, una vestimenta de extranjera. Luego continuó—: Se dice que Olena lideraba una horda de seres del entonces actual universo. A todos les había prometido que prosperarían y permanecerían, libres de más cataclismos o del temido Exterminio Universal, algo que, según ella, sucedería por sí solo, sin necesidad de ser orquestado intencionadamente. Olena regresó con un nuevo nombre y una personalidad diferente; sus ojos brillaban con una hoguera de rencor. Era Lady Time, la próxima regidora del espacio-tiempo, y estaba decidida a derrocar a los guardianes del tiempo.

Una bandada de aves de plumaje extravagante cruzó frente a la ventana que Laia vigilaba, pero no les prestó demasiada atención. Su mente estaba ocupada reconstruyendo, fragmento a fragmento, la imagen de la guerra que debió haber ocurrido mucho antes de que su mundo siquiera existiera. Aquella vieja sensación de no ser nada para el guardián del tiempo volvió a surgir en su interior, una punzada de insignificancia que la hizo cuestionarse por qué debía compararse con él. Eran seres separados por un océano de diferencias, vivían a ritmos distintos. No había comparación posible.

—El señor Geoffrey lideraba también una cantidad desmesurada de Airæmitas, se decía que eran tantos como estrellas en el cielo. Y, aun así, no representaban ni una fracción del ejército de Lady Time —prosiguió Naroa, ahora a su lado, con sus ojos eléctricos escrutando el horizonte—. Mientras ella y el guardián se enfrentaban en medio de esa masacre, los guardianes del pasado y el futuro reunieron el valor suficiente para salir de sus torres fortificadas y plantarle cara a Lady Time y su ejército. Eso equilibró, en cierta medida, la balanza de la guerra. Pero incluso así, se cuenta que, cuando los dos aprendices se enfrentaban, sus ataques lanzaban lazos de luz dorada, como el atardecer, y oscuridad plateada, como estrellas a punto de convertirse en supernovas. Estos lazos se extendían por todo el campo de batalla y, al chocar con alguien, lo reducían a un rastro de líquido negro, sin importar de qué bando fuera. Y, como habrás deducido, ese es el origen de nuestro mar estático.

Un tirón en el estómago y una oleada de náuseas invadieron a Laia al imaginar a los Airæmitas y otros seres pereciendo por las manos de sus propios líderes. Sus ojos vagaron sobre la extensión del agua oscura, que ahora le parecía desprovista de la belleza que antes veía en las esporádicas olas. Ese brillo fascinante había desaparecido. —Pero supongo que ya sabemos quién ganó, ¿no es cierto? Geoffrey sigue vivo y más gruñón que nunca. Además, escuché a Darir decir que Olena estaba muerta —comentó Laia, sin poder apartar la vista del mar.

—Eso es algo interesante y, al mismo tiempo, complicado —murmuró Naroa, curvando las comisuras de sus labios de madera en una pacífica sonrisa—. Pero me temo que no podré seguir con la historia hoy. Marr me prometió que caminaríamos juntos esta noche, si me disculpa.

Laia se quedó sola, aunque no se sentía del todo así. La acompañaban millones de pensamientos mientras intentaba reconstruir el rompecabezas que era esa historia en la que, sin quererlo, había caído. Se recostó en el mueble junto a la ventana, dejando reposar su incansable mente sobre un cojín especialmente mullido. No tenía intenciones de apartar la vista de las potentes estrellas que comenzaban a desvelarse en el cielo púrpura. Le guiñaban, divertidas desde lo alto, reconfortantes y cálidas.

Se dio cuenta de que no pertenecía a aquella historia, y Geoffrey tampoco parecía interesado en involucrarla. Al contrario, parecía querer mantenerla al margen. Sin embargo, Laia quería saber, tenía una necesidad desbordante de conocer la verdad, pero no se conformaría con los rumores transmitidos por generaciones hasta volverse irreconocibles. Quería conocer la historia de primera mano. Aunque algo le decía que Geoffrey no quería volver a verla, quizá haría como si no existiera después de la desagradable cena que habían compartido.

Pero ahora, Laia tenía otro deseo, uno más artístico. En su mundo, amaba pintar paisajes magníficos, como el que veía a través del cristal de la ventana. No obstante, no era un paisaje lo que quería plasmar en un lienzo, a menos que ese par de ojos diferentes contaran como uno. Quizás podría extender y transfigurar las paredes de su aburrida habitación. Había observado en el pueblo Airæmita que conocían la pintura y la usaban exclusivamente para decorar el interior de las casas.

Laia echó un vistazo a su alrededor. Los engranajes brillaban a la luz de las estrellas. No sabía cuánto tiempo llevaba en la Doceava Tierra, pero lo único que tenía claro era que no quería ver más engranajes en aquellas paredes. Decidió que era hora de traer un poco de su mundo a la Torre Sur. Era hora de hacer algo más que estar atrapada entre esos muros.

Naroa regresó algo tarde, pero traía una sonrisa que parecía imposible de borrar, ni siquiera con las extrañas e inoportunas preguntas de Laia.

—¿Podrías conseguirme pintura, Naroa?


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Clock's: la mirada del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora