01: Una nueva perspectiva

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No le agradaba esa sensación: una horrible presión en el pecho, ese sofocante terror a lo desconocido. Había despertado hacía solo unos momentos, completamente desorientada, en medio de un inhóspito desierto, con la piel cubierta de fina y dorada arena que le raspaba al moverse. Era mediodía, y, a dondequiera que mirase, no había más que un brillante océano de arena, montañas lejanas, y el tejado de una torre que sobresalía entre ellas.

El miedo irrumpió en su ser en cuestión de segundos. No sabía dónde estaba ni por qué. Lo único seguro era que, aparte de ella, no había otro ser vivo en kilómetros a la redonda. Ese pensamiento desató una reacción en cadena: el pánico. Pero su soledad se desvaneció pronto cuando divisó dos figuras oscuras en el horizonte. No parecían estar demasiado lejos, ya que no les tomó más de dos minutos llegar hasta ella.

Quizá por el shock o la deshidratación, no fue capaz de gritar ni de correr. Sus piernas se negaban a obedecerla. Nunca había visto seres como esos. No eran humanos, sino androides con forma humana. La mirada fría y calculadora que le dirigían le helaba la sangre.

Todo comenzó a tornarse borroso, y, en pocos segundos, su debilitado cuerpo sucumbió a la inconsciencia.

—...¿Viste su piel?

—Fue lo primero en lo que me fijé.

—¿Crees que debamos... informar al señor?

—No estoy seguro de nada, Darir, pero sé que el guardián nos pulverizará si no lo hacemos partícipe de esto.

Volvía a estar consciente, pero esta vez con más fuerza. Se incorporó lentamente, apoyándose en los codos. Estaba bajo tierra, o eso le parecía, ya que las paredes y el techo eran de tierra oscura y fresca. Sin embargo, la luz que entraba era solar, por lo que no debía de estar muy profunda. Estaba en un agujero, y las voces venían de algún lugar afuera.

—¡Entonces a Fares! —objetó una voz metálica femenina con evidente preocupación.

—Pienso que Fares querrá matarla antes de siquiera preguntarse de dónde viene o si es peligrosa —respondió la voz masculina, más ronca y segura—. Sabía exactamente lo que decía.

Se hizo un silencio incómodo. Ella, aún temblorosa, se preguntó si debería revelar que estaba consciente o seguir escuchando sobre su destino. Al intentar ponerse de pie, sus piernas, todavía rígidas, no soportaron su peso, haciéndola caer de nuevo.

Dos rostros se asomaron por la boca del agujero. Ella los miró con curiosidad, no con miedo. Efectivamente, eran humanoides, los mismos que había visto antes de desmayarse.

—Mira sus ojos, Darir, esa es una mirada inteligente —dijo el androide masculino. Le faltaba un trozo de la mejilla izquierda, y por el agujero en la madera se podían ver tuercas y engranajes en su interior. Su manecilla facial estaba torcida—. No podemos entregársela a Fares...

—Tal vez si hablamos con él —murmuró la femenina, de facciones talladas con una delicadeza impresionante.

—¿Quién eres? —preguntó el androide masculino, su voz cautelosa—. O mejor dicho, ¿qué eres?

Trató de responder, pero su voz salió ahogada y desgastada, como si no la hubiera utilizado en años.

—Yo... —intentó decir, pero en ese momento, el sonido de pasos apresurados hizo que ambos androides desaparecieran rápidamente de su vista. Quiso detenerlos, quería saber dónde estaba y cómo había llegado allí, pero antes de que pudiera reaccionar, apareció un nuevo ser.

Este también tenía piel de madera y manecillas en el rostro, pero algo en su postura y expresión lo hacía diferente. Parecía más viejo y más orgulloso. Al mirarla, lanzó una exclamación en un dialecto extraño. Sus ojos chispeaban con una mezcla de asombro y desdén.

—¿Una mortal? —escupió con una suavidad peligrosa, como si estuviera a punto de estallar—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo llegaste? ¿Te trajo alguien o conocías este lugar?

Cuando sus preguntas no obtuvieron respuestas, frunció el ceño y murmuró algo en su lengua. Se apartó del borde del agujero para hablar en susurros con los otros dos humanoides, mientras ella seguía sin comprender nada.

—Debieron avisarme de inmediato —les recriminó.

—No creíamos que fuera un asunto que lo involucrara —respondió la voz femenina con una mezcla de respeto y miedo.

—Esto me involucra a mí y al guardián —replicó él con firmeza—. Podría ser un peligro. No sabemos si viene de parte de LadyTime.

—No, ella está muerta —insistió la femenina, su voz elevándose en un tono casi histérico.

—Darir tiene razón, Fares. Es como nosotros. Lo único que estamos haciendo es asustarla...

Con nueva determinación, la joven mortal se levantó, esta vez con más firmeza, y trepó por la pared del agujero hasta salir. No iba a dejar que la ignoraran mientras discutían sobre su destino. A su alrededor, había más agujeros similares, como si estuviera en una especie de prisión.

Los tres seres de madera y engranes la observaron en silencio mientras se erguía y caminaba hacia ellos.

—¡Qué osadía! —murmuró Fares, dando un pisotón en el suelo. Dos guardias se acercaron para sujetarla y devolverla al agujero.

—¡Suéltenme! —gritó ella con fuerza, recobrando por fin su voz y su valentía. Todos retrocedieron un paso, sorprendidos, excepto Fares, que la miraba con una mezcla de asombro y curiosidad.

—Ya basta. Exijo que me lleven ante el guardián —dijo con firmeza, a pesar de su temblorosa voz.

El silencio que siguió fue pesado. Fares la miró de arriba abajo, evaluando su audacia, y luego, con un tono casi despreocupado, ordenó a los guardias:

—Llévenla al gran salón. Que el guardián del tiempo decida su destino.

 Que el guardián del tiempo decida su destino

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