Mientras se recuperaba de la caída, con su cuerpo aún temblando por el frío y el miedo, un pensamiento inquietante cruzó la mente de Laia. Había soñado con aquel mar antes, en esas noches en las que el sueño se deslizaba entre lo real y lo imposible. Recordaba la sensación: esa misma oscuridad densa, el agua envolviendo su cuerpo como una sombra viva. En el sueño, el mar siempre la había llamado, pero nunca había caído. Y ahora, al sentir de nuevo el eco de aquel abismo que antes solo había existido en su mente, no pudo evitar preguntarse si ese sueño había sido una advertencia... o una promesa.
Geoffrey le había ordenado a Laia que se quedara en su cuarto hasta nuevo aviso. La esclava, Naroa, había sido castigada por haberla dejado escapar de su habitación y Laia no conocía del todo qué le habían hecho. Pero pese a ello, regresó a la habitación como lo hacía siempre, sin un atisbo de arrepentimiento o rencor en su rostro. Su actitud impasible sorprendía a Laia.
—¿Porqué su cabello es blanco, mi señora? —preguntó de pronto.
—En mi mundo teñimos el cabello del color que queramos —le explicó tacándolo suavemente— si yo hubiera sabido que esto me iba a pesar, me habría retocado las raíces o lo hubiera teñido otra vez. Pero veo que, de todas formas, no avanza su crecimiento. Como si de verdad este fuera el mundo sin tiempo.
Realmente era algo que la tenía algo sin cuidado, mientras se le permitiera cortarlo en un futuro, cuando la diferencia fuera demasiado incómoda de mirar, entonces no habría problema. Aunque, quien sabe si no estaba de verdad colmando la paciencia del guardián.
—¿Crees que él esté molesto? —preguntó Laia, recostada sobre la cama, con los ojos fijos en el techo, su semblante pálido y el cabello corto desordenado reflejaban una mezcla de desasosiego y resignación.
—Estoy segura de que está disgustado, aunque... bueno, parece estar siempre molesto. Esa es su naturaleza —respondió Naroa con calma, mientras preparaba una bandeja con frutas, pescado, una hogaza de pan, y una jarra con jugo de un tono rosáceo que vertió en una copa.
Laia esbozó una ligera sonrisa, divertida por la descripción. Tomó un trozo de pan y pescado, su hambre era voraz, casi desafiante. —Sí, eso ya lo noté —comentó entre risas—. Pero yo solo quería hablar con él, agradecerle por permitirme quedarme aquí siendo... bueno, una simple mortal. —Intentó imitar la voz apagada de Geoffrey, pero el intento fue tan pobre que no pudo evitar soltar una carcajada, contagiando a Naroa también.
Cada día, Laia se convencía más de que los Airæmitas eran algo más que simples autómatas o sirvientes. Eran seres conscientes, que sentían y, aunque no lo dijeran abiertamente, eran capaces de reír, amar, y soñar. Naroa, particularmente, le había mostrado una profundidad que nunca había imaginado.
—El guardián Geoffrey puede ser intimidante a veces, pero tiene un corazón puro —comentó Naroa con un tono reverencial, casi como si hablara de una divinidad.
—Puro odio y monotonía, querrás decir —bromeó Laia, riéndose de nuevo—. Le vendría bien deshacerse de esas gafas oscuras y ese traje que parece esconder hasta lo poco de humano que tiene. ¡Quizá así hasta se conseguiría una novia! —Esta vez, la broma no provocó la misma risa en Naroa, cuyo rostro mostraba una seriedad reflexiva. Laia lo notó de inmediato; había algo en la forma en que los Airæmitas procesaban las palabras, una inteligencia que iba más allá de lo que los humanos entendían.
Mientras terminaba de comer, una duda la asaltó. Observó la bandeja casi vacía y preguntó, con sincera curiosidad: —Esta comida... ¿de dónde viene? No creo que este pescado sea de ese mar lleno de... ¿petróleo? O lo que sea que sea esa cosa negra.
Naroa colocó cuidadosamente los platos vacíos en la bandeja y respondió con su habitual serenidad: —Las frutas y los víveres provienen de cultivos cercanos, a unos pocos minutos de aquí. El pescado, sin embargo, es del Lago Espejo, situado a media hora de este lugar. Es casi el mismo sitio donde fue encontrada, señorita. Algunos Airæmitas han trabajado para traer especímenes en tanques y criarlos aquí, para no tener que viajar tanto. Al guardián Geoffrey le encantan, aunque últimamente apenas consume más que agua. —Naroa hizo una pausa, antes de añadir, con una inocente curiosidad—: ¿Qué es el petróleo?
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Clock's: la mirada del tiempo
Fiksi IlmiahGeoffrey, el guardián del tiempo, controla el pasado y el futuro con una precisión inquebrantable, manteniéndose siempre distante y frío. Pero cuando Laia, una mortal inesperada, irrumpe en su vida, su orden cuidadosamente construido comienza a tamb...